La central nuclear de Lemoiz, Euskadi. Nunca llegó a funcionar. |
Periodistas que inventan noticias y sus fuentes. Un relato real del que puedo dar testimonio personal.
A la memoria de Fernando,
por los muchos momentos que compartimos
Lo que sigue es una historia real.
Hace mención a hechos de los que fui testigo. Lamento no poder ser más generoso en detalles, pero los años pasan factura y los hechos a los que haré referencia tuvieron lugar en 1977, hace 39 años.
El 1 de septiembre de 1977 llegaba a Madrid, a la Estación del Norte. Atrás dejaba Galicia. Un mes antes había cumplido 17 años.
Quería vivir mi vida, libre, sin dependencias ni ataduras.
Mi hermano mayor trabajaba en el Hotel Eurobuilding con las máquinas de fregar los platos. Había hecho gestiones para que pudiese trabajar con él, aunque por razones -cuyo motivo no recuerdo- debía mentir sobre mi edad y decirle al jefe de personal que tenía 18 años.
No era de plantilla, sino que trabajaba de "extra" cuando me llamaban, pero iba tirando y lo que ganaba me daba para vivir y seguir estudiando.
Mi hermano tenía alquilada una pequeña buhardilla en la calle Calatrava, frente a La Paloma. Me llamaba la atención que solo tuviese taza de váter y que para ducharnos tuviésemos que ir a las duchas públicas que todavía existían en La Latina; creo recordar que cobraban 2 pesetas.
En la buhardilla vivía con mi hermano y un amigo suyo, Fernando. En realidad mi hermano nunca estaba; prefería estar y dormir en el piso confortable de su novia.
Fernando había terminado la carrera de Periodismo dos meses antes.
Era mayor que yo y ejercía dándole consejos a aquel muchacho recién llegado a quien la capital le parecía un planeta extraño. Tuvo suerte. Aquel mismo mes de septiembre encontró su primer trabajo como periodista.
Decía que era una pequeña agencia de noticias y lo cierto es que al principio no tuve demasiado interés en ello. Se mostraba distante y poco hablador, así que al comienzo procuraba pasar desapercibido cuando estaba en casa.
Sin embargo, pasábamos demasiadas horas juntos en aquel cuchitril, en el que la altura máxima de mi habitación no alcanzaba el metro y medio. No tardamos en hacernos amigos y confidentes.
Fernando trabajaba en una pequeña oficina de la calle Serrano, que apenas tenía un par de despachos: el del jefe y el suyo.
Era la sede de la agencia. Ningún rótulo en la puerta hacía sospechar que el local fuese la oficina de algo. El caso es que a menudo se llevaba el trabajo a casa y entonces podía pasar horas golpeando las teclas de una vieja máquina de escribir que había comprado de segunda mano en el Rastro.
Mi compañero de cuchitril mostraba malas pulgas cuando trabajaba en casa, pero la confianza que iba ganando con él me conducía a comportarme como ese gato inoportuno que se empeña en no dejarte en paz cuando estás trabajando. Así que un día entré en su habitación, me senté en la cama y le pregunté por lo que estaba escribiendo.
A regañadientes me contestó varios segundos más tarde: "una crónica". "Una crónica sobre qué", dije. Me miró con aquellas gafas de culo de vaso que usaba, y me respondió: "una crónica desde Belgrado".
Menuda forma de mandarme a la porra, pensé. Decidí insistir y le hice ver que no entendía. No me hizo caso. Lo acompañé en silencio durante un rato y cuando ya me disponía a levantarme, sacó el folio de la máquina y me lo entregó para que lo leyese, mientras encendía un cigarrillo.
No recuerdo detalles, pero hablaba de las bondades de la energía nuclear. Lo miré y empezó a reírse y al cabo de un rato me preguntó si quería saber lo que hacía en su trabajo.
Aquello que había leído era una crónica que un ficticio experto en energía nuclear enviaba desde Belgrado, enfatizando la necesidad de desarrollar este tipo de energía. Fernando trabajaba creando noticias falsas para una agencia financiada por la patronal de la energía nuclear en España.
Desde crónicas, falsas entrevistas, informaciones basadas en fuentes incontrastables, estadísticas inventadas... supuestamente todo ello escrito por diferentes expertos que enviaban sus trabajos desde cualquier país del mundo. La buhardilla de la calle Calatrava (o su despacho en la calle Serrano), convertidos por arte de engaño periodístico en capital del mundo.
Fernando nunca había estado en Belgrado. Poco importaba.
Nunca había estado en ninguno de los sitios desde los cuales enviaba sus crónicas con diferentes firmas ficticias. Su jefe, del cual Fernando apenas llegó a conocer detalles, colaba luego las informaciones en las agencias de noticias y en los medios. Alguna vez Fernando me mostraba una revista riéndose, diciéndome: "mira, es mi artículo".
El objetivo de aquella discreta agencia financiada por la patronal de la energía nuclear, era la difusión de noticias favorables al empleo de la misma. En aquellos años, tras la crisis del petróleo de los 70, todos los países comenzaron a desarrollar planes para construir centrales nucleares.
España no fue una excepción, pero el movimiento anti-nuclear resultó ser un obstáculo para el desarrollo de la industria nuclear.
Recordemos, por ejemplo, el caso de Lemoiz (Lemóniz) en Euskadi.
Con una opinión pública temerosa hacia esta fuente de energía, la inserción en los medios de informaciones -aunque fuesen falsas- favorables a la energía nuclear, que ensalzasen las bondades y ventajas de la misma, se convirtió en un medio para que aquel joven periodista se ganase el pan mientras no encontraba un trabajo mejor. Pocos años después, la presión social obligó al gobierno de Felipe González a aprobar una moratoria nuclear.
Hasta que cambió de trabajo, durante casi un año fui testigo de lo que Fernando escribía para la agencia y a menudo nos reíamos juntos leyendo sus "noticias". Luego compartimos amistad durante muchos años, hasta que la Parca se lo llevó prematuramente.
Su recuerdo permanece en mí,
y cada vez que leo las falsedades que algunos periodistas publican sobre Siria, Ucrania u otros países, me acuerdo de Fernando y de su primer trabajo.
Me ha impactado la historia. ¡Mentir para sobrevivir! Yo tuve la suerte de poder ganarme la vida desde los 16 años, pero en trabajos que me agradaron. Primero de Secretaria (única época en la q tuve q mentir obligada, sólo para indicar q no estaba mi jefe cuando no deseaba q le interrumpieran). Y además siempre seguí estudiando. Ya Casada seguí en el oficio, y ya con 2 hijos de 6 meses y 3 años, comencé Magisterio (por mayor de 25 años, pues no tenía COU). Sin perderme una clase, con mi esfuerzo y supongo que acompañada de algo de suerte, saqué plaza directa y comencé el trabajo de mi vocación "Educación", siempre en colegios de barrios marginales de mi zona y en escuelas públicas, involucrándome totalmente en los problemas del barrio, tanto de alumnos como de sus familias, hasta el punto de llevarme a mi casa a niños durante días e incluso semanas (lo cual hizo que mi familia también participara)¡Era el 50% de mi vida!... Pero una rara enfermedad hizo que mi felicidad se truncara mucho antes de lo deseado. ¡Sólo 13 años pude disfrutar de mi labor de maestra de EGB!... Ahora, 17 años más tarde, con Gran Invalidez y Ley de Dependencia, 6 de ellos sin pisar la calle, me queda la satisfacción de continuar en contacto con un grupo de alumnos que tuve de 3º a 8º, y de saber que un 70% de ellos pasó por la universidad (aunque algunos, afortunadamente los menos, han tenido que inmigrar para ganarse la vida en el extranjero). También uno de mis dos hijos, con muy buena preparación anda por esos mundos, y mucho tendrá que cambiar el panorama de este país para que regrese.
ResponderEliminarMi carácter rebelde, luchador, decidido, me impide sentirme inútil, y, desde este cuarto y este sillón, mientras la memoria no falle y los dedos tengan movimiento, hago lo que buenamente puedo para sentirme un poco "útil" y mantener vivos mis ideales: Luchar por los DDHH, la Solidaridad, la Justicia y la PAZ.
(Por cierto, como en el relato se mencionan las "nucleares", mi marido, Físico, tuvo oportunidad de trabajar en ellas, pero despreció muy buenos sueldos, a cambio de dedicarse también a la Educación Universitaria pública, con un sueldo suficiente para vivir dignamente, porque es otra de nuestras coincidencias: No aspirar a acaparar dinero, y sí a disfrutar de las pequeñas cosas; y dejarles a nuestros hijos la mejor herencia que creímos para ellos: Una muy buena formación y educación responsable y humana.
Gracias por haberme dado la oportunidad de conocer esta historia que no dudo que es verídica, y también por la comprensión que confío, de haber contado parte de la mía, igualmente verídica.
Saludos al autor "el amigo de Fernando"
Pido disculpas por no haber cuidado más la redacción, sobre todo la puntuación. Han faltados muchos "puntos y aparte"... y hacer el relato en varios párrafos.
ResponderEliminar¡Falta de experiencia en hacer comentarios de este tipo!
Lo siento.