El fenómeno de las migraciones está transformando el mundo del siglo XXI. Una de las grandes preocupaciones de los Gobiernos y también fuente de riqueza y diversidad enfrenta a defensores y detractores.
Pero ¿qué ocurre cuando un Estado necesita de la inmigración para su supervivencia?
Nacionalismo y multiculturalismo chocan en la historia de una nación que ejemplifica esta coyuntura: Australia.
En un enclave geopolítico único en el hemisferio sur, tan cerca de Asia y, sin embargo, una aliada natural de Occidente, nos encontramos a Australia, la reina del Pacífico. Mundialmente conocida como destino turístico para el primer mundo por sus largas playas de arena, su exótica fauna y flora y sus cálidas gentes, también es uno de los principales destinos para otro tipo de perfiles: cientos de migrantes y peticionarios de asilo llegan a diariamente a sus costas en busca de una vida mejor.
Australia fue el noveno país del mundo que más migrantes acogió en 2015, con un 6,8% del total global.
Ese mismo año, el 28,2% de su población no había nacido en Australia; si comparamos este porcentaje con el equivalente en Estados Unidos, país que más inmigración acoge del mundo, nos encontramos con que la población inmigrante tan solo integraba el 13,3% de la población total estadounidense.
Pero ¿qué significado tienen todos estos datos y por qué son tan reveladores?
El multiculturalismo y el nacionalismo australianos son dos características antagónicas de una misma sociedad que han marcado su historia y han definido sin quererlo la realidad de este país en el siglo XXI, lo que aventura un futuro complejo lleno de retos por resolver.
“El Peligro amarillo”. Viñeta contra la inmigración asiática del siglo XIX. Fuente: The Conversation
Una nueva tierra de oro y presos
Caprichosamente, la colonización australiana quiso coincidir con dos sucesos que estaban generando gran descontento en el Imperio británico:
la reciente pérdida de las colonias americanas en 1783 y la creciente superpoblación en sus prisiones.
El Pacífico y aquellas nuevas tierras descubiertas apenas una década antes resolvieron la coyuntura y pronto zarparon los primeros barcos con prisioneros británicos con el fin de establecer una colonia penal.
A aquel éxodo no tardaron en sumarse hombres libres atraídos por las posibilidades de una vida nueva, quienes se convirtieron en los encargados de poner las primeras piedras de lo que se convertiría en la nación australiana.
Estas nuevas tierras no solo atraerán a ciudadanos europeos.
En 1842, Reino Unido obliga a China a abrir sus fronteras al comercio, lo que resulta en la llegada de los primeros pobladores chinos a Australia.
No es hasta unos años más tarde, a principios de la década de 1850, cuando se produce una auténtica oleada de inmigración asiática tras el descubrimiento de extensos campos de oro en Australia.
Con la fiebre del oro comienzan a formarse los primeros barrios exclusivamente chinos dentro de las poblaciones mineras y llegan a conformar hasta un tercio de algunas de ellas en pleno apogeo por el metal precioso.
No tardaron en darse las primeras tensiones entre la población china y la europea, con un auténtico choque cultural entre ambos sectores.
La competencia económica que suponían los asiáticos en las minas de oro aviva las tensiones raciales con revueltas como la de Buckland River en 1857 o las marchas anti-China de finales de 1860.
Para ampliar: Historia de los Chinatowns australianos
Otros dos grupos diferenciados se sumaban a la identidad multicultural de la isla: los camelleros afganos y los isleños.
A pesar de su nombre, el primer grupo no se encontraba exclusivamente formado por afganos, sino que se trataba del nombre utilizado para designar a un grupo más amplio proveniente de Turquía, Egipto y diversas regiones de las actuales Paquistán, India e Irán.
Llegaron a Australia a comienzos de la década de 1840 como la solución a un grave problema al que se enfrentaban los primeros colonizadores: las vastas tierras aún por explorar eran demasiado áridas para sus caballos traídos desde Europa.
Los camellos, en cambio, acostumbrados a condiciones climáticas más arduas, se convirtieron en los animales perfectos para aquel inhóspito terreno y con ellos vinieron reclutados sus dueños.
El segundo grupo se encontraba integrado por los habitantes de otras islas vecinas en el Pacífico, concretamente de la Melanesia.
Los isleños eran traídos a Australia como mano de obra para trabajar en las minas de oro y, especialmente, en las plantaciones de azúcar al considerarlos los europeos más preparados para el trabajo en ellas.
Ni los camelleros afganos ni los isleños del Pacífico pudieron eludir los conflictos raciales a los que igualmente se enfrentaba la población china.
Los pobladores europeos toleraban forzadamente su presencia en Australia por motivos de necesidad, pero los conflictos en las distintas poblaciones formaban parte de la rutina de las colonias y no tardaron en convertirse en un asunto espinoso que orientara una parte importante de las primeras políticas de Australia como Estado confederado.
La Australia blanca
Las tensiones no solo no cesarán, sino que serán avivadas aún más a finales del siglo XIX por nuevas corrientes de pensamiento europeas en defensa de la superioridad de la raza blanca. Sus consecuencias en la política migratoria son el origen de la llamada Australia blanca.
La materialización más directa de esta política fue la restricción de la inmigración. Se comenzó a jugar con la idea de un perfil de inmigrante concreto: el europeo cualificado.
Estos a su vez eran los más escasos debido a la lejanía y al viaje, de modo que el Gobierno británico se vio obligado a poner en marcha un plan de control de la inmigración con dos políticas paralelas: restricción y fomento.
Bajo la primera, comienzan por restringir la entrada de inmigrantes asiáticos, aunque no se expulsa a los que ya se encontraban allí. Los isleños de la Melanesia, en cambio, correrán otra suerte diferente y serán deportados a sus islas del Pacífico.
La segunda parte del plan será puesta en marcha por un nuevo sistema de subsidios e incentivos: las prestaciones ofrecidas por el Gobierno británico para ayudar a aquellos de sus ciudadanos que deseasen comenzar una nueva vida en la isla australiana aumentaban o disminuían según la necesidad de mano de obra que se requiriera desde el Pacífico.
Debemos recordar que, hasta este momento, Australia estaba compuesta por distintas colonias independientes que funcionaban prácticamente como cuasi-Estados bajo las órdenes de la Corona británica.
El deseo de regular desde las propias colonias la inmigración que llegaba a la isla fue uno de los motivos que llevó a muchos a promover la idea de un Gobierno nacional australiano.
Tras un complejo proceso de casi dos décadas, numerosas asambleas y dos referéndums con el fin de coordinar y poner de acuerdo a las seis grandes colonias británicas originarias —Australia Occidental y Meridional, Nueva Gales del Sur, Queensland, Tasmania y Victoria—, con el comienzo del año 1901 se crea la Mancomunidad de Australia y las antiguas colonias se convierten en territorios federados del nuevo Estado.
Esta nueva situación no cambió demasiado la visión hacia los inmigrantes no europeos.
En diciembre de 1901 pasaría a aprobarse la Ley para la Restricción de la Inmigración, que limitaba aún más la entrada al país de inmigrantes no europeos y facilitaba la deportación de los isleños.
La medida más destacada para decidir la aptitud de los inmigrantes era un dictado en cualquier lengua europea, lo que suponía una barrera casi imposible de superar para la mayoría de los aspirantes.
Aunque dicha ley contemplaba algunas excepciones para ciudadanos japoneses, filipinos y malayos, las consecuencias de estas políticas no tardaron en percibirse con un descenso de la población en la primera década de hasta 43.000 habitantes.
Años después, en 1919, el primer ministro Billy Hughes denominaría la ley de 1901 como su logro más importante.
La actual estructura confederada australiana es heredera de las primeras colonias independientes. Fuente: Google Maps
La gran depresión de finales de la década de 1920 y el estallido de la Segunda Guerra Mundial harán temblar los cimientos de esta Australia aferrada a la idea de la raza blanca.
Tras enfrentarse a una dura recesión económica y la falta de mano de obra que afectó a todos sus sectores, Australia se verá obligada a abrir sus fronteras a los nuevos refugiados europeos que se encontraban huyendo desde países del bloque soviético.
Australia se convierte en país de asilo con el fin de mantener su propia supervivencia, y sus nuevos habitantes aportarán notas de color a una cultura cambiante y en continua definición que comienza a abrirse a la modernidad.
La mentalidad australiana había comenzado a cambiar y la oposición a las políticas de la Australia blanca no solo empezaban a calar hondo entre la población, sino también se hacían un hueco importante en las más altas esferas políticas del país.
Harold Holt y el fin de una era
Harold Holt no era nuevo en el mundo de la política australiana cuando en diciembre de 1949 ocupó el cargo de ministro de Inmigración.
Tras haberse convertido en el parlamentario australiano más joven con tan solo 27 años, ahora, casi quince años después, se enfrentaba a uno de los puestos más problemáticos.
El Partido Liberal retomaba por partida doble el poder poniendo al frente como primer ministro a Robert Menzies, último liberal en el cargo en 1941.
El tándem Holt-Menzies comenzará una serie de reformas que relajarán de manera notable el efecto de las políticas de la Australia blanca: se expande el programa migratorio comenzado en la legislatura anterior, se permite que aquellas personas no europeas que hubieran residido más de 15 años en Australia puedan obtener la nacionalidad y Australia se convierte en Estado parte de la Convención de 1951 sobre el Estatuto de los Refugiados.
También se pone en marcha el plan Colombo dentro de la Mancomunidad con el fin de fomentar el desarrollo económico y social dentro de la región Asia-Pacífico y que tuvo como principal consecuencia la entrada de numerosos estudiantes asiáticos en Australia.
La medida más notable fue la derogación de la Ley de Inmigración de 1901, que fue sustituida por la de 1958.
En ella se establecía un nuevo sistema de clases de visados, se eliminaba la prueba de dictado como requisito de entrada y se recogían las condiciones de deportación, entre otros muchos aspectos que siguen estando vigentes en la actualidad.
En 1966, Harold Holt ocupará el cargo de primer ministro por un breve periodo hasta 1967, cuando desaparecerá sin dejar rastro mientras nadaba en el océano Pacífico una mañana de diciembre.
Durante esa fugaz legislatura se llevan a cabo importantes medidas: comienzan a aceptarse solicitudes de residencia en función de criterios como la profesión que, a pesar de seguir limitando a todos aquellos que no se considerasen suficientemente cualificados, eliminaba formalmente el criterio de raza. Holt nunca sabría que su mandato había asestado un golpe mortal al muro impenetrable que habían erigido en torno a la nación los defensores de la Australia blanca.
Los Gobiernos que le sucederán mantendrán esos mínimos y, en algunos casos, continuarán expandiéndolos.
En 1973, Australia accede al Protocolo de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados, que extiende la protección de dicha convención a un alcance internacional sin ninguna restricción temporal —la Convención de 1951 tan solo incluía bajo el concepto de refugiado a los afectados por los acontecimientos “en Europa” tras enero de 1951—.
Ciertamente, se mantuvieron algunos estándares sobre cualificación y, en muchos casos, los oficiales de migración australianos acudían ellos mismos a los campos de refugiados en países como Tailandia o Indonesia para seleccionarlos en función de su formación o sus conocimientos de inglés.
A pesar de ello, se incrementó notablemente la presencia de refugiados provenientes de Sudamérica, Oriente Próximo y Asia e incluso se acuñó el término boat people para referirse a ellos por llegar a la isla en barcos.
Ni contigo ni sin ti: un dilema histórico para la Australia del presente
Desde la década de los 90, la política australiana sobre inmigración se divide entre dos ideas que compiten sobre la delgada línea de la estabilidad del país.
Llevando la simplificación al extremo, podría decirse que el debate está servido entre menores cuotas y mayor homogeneidad de la sociedad o mayores cuotas y multiculturalismo.
Ejemplo del primer caso es la conocida como One Australia Policy. Esta es promovida por primera vez en 1996 bajo el Gobierno liberal de John Howard y su lema era “Una sola nación, un solo futuro”.
Su finalidad era reducir el multiculturalismo dentro de Australia recurriendo de nuevo a la raza como aspecto determinante, lo que causó una disminución importante en el número de inmigrantes asiáticos.
Estas políticas generaron rechazo dentro del Partido Liberal, pero también se especula con que fueron el origen del partido ultraconservador y nacionalista One Nation de Pauline Hanson, quien definía el multiculturalismo como “una amenaza a las bases de la cultura, la identidad y los valores australianos”.
“No haréis de Australia vuestro hogar”. Campaña del Gobierno australiano contra la entrada por vías ilegales al país. Fuente: Gobierno de Australia
Por otro lado, nos encontramos el Big Australia Project, promovido por los laboristas bajo Kevin Rudd.
En él se pretende ampliar las cuotas de inmigración con un objetivo simple: pasar de los 22 millones de habitantes de 2010 a los 35 millones en 2050.
En la actualidad, defensores y detractores se enfrentan en todos los niveles de la sociedad.
Las preocupaciones sobre la seguridad han hecho que no solo se mire con recelo desde los sectores más nacionalistas a la inmigración asiática, sino que también se han extendido hasta incluir factores religiosos, como profesar el islam, con uno de cada dos australianos a favor de prohibir la entrada de musulmanes en el país.
Sin embargo, los recientes desafíos internacionales y el aumento de las llegadas a Australia de inmigrantes y solicitantes de asilo ha inclinado la balanza hacia las políticas más restrictivas, sin distinción de qué partido político se encuentre en el Gobierno.
Así, la ley australiana obliga a la detención de todos aquellos que entren sin visado en su territorio hasta que este les sea otorgado o se los expulse —no hay límite de tiempo—.
No solo las condiciones y la superpoblación de dichos centros,denunciados internacionalmente por violar los derechos humanos, suponen un problema, ya que, al tratarse legalmente de detenciones, suponen una penalización al solicitante de asilo, lo cual está prohibido en el Derecho internacional.
La llamada “Solución del Pacífico”, implementada entre 2001 y 2007, permitió escindir del área migratoria legalmente definida como territorio australiano a numerosas islas del Pacífico.
Con la entrada en 2013 de laoperación Bordes Soberanos, es el Ejército el que pasa a encargarse de la gestión fronteriza y de asilo, por lo que se endurecen aún más las condiciones y se reduce nuevamente su espacio migratorio.
Cuando las aún denominadas gentes del barco llegan al área marítima australiana, son redirigidas a las islas periféricas, como Nauru o Manus —cuyo centro de detención será cerrado oficialmente tras la presión internacional— hasta que se determina su estatus.
Si se les concede el estatuto de refugiado, solo se les permite asentarse en dichas islas, Papúa Nueva Guinea o incluso se los envía a otros Estados asiáticos, como Camboya.
Ningún refugiado que adquiera el estatus desde un centro periférico tiene permiso para asentarse en Australia a menos que el ministro de Inmigración lo solicite formalmente.
Para ampliar: “The Nauru Files”, reportaje en The Guardian sobre los documentos filtrados que reportaban los abusos en el campo de detención de Nauru.
“Conectadnos a la vida, no a la muerte. No más Nauru”. Protestas en el campo de detención de la isla de Nauru. Fuente: ABC Australia
Australia, un tapiz de culturas
A pesar de lo anterior, podría afirmarse que el problema australiano se encuentra tan solo en las vías de entrada ilegales.
A través de la colaboración con el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), el país acepta una media de 12.000 refugiados para su reasentamiento en Australia, y entre 2015 y 2016 ha aumentado su cifra hasta los 25.750 refugiados.
Sea como fuere, Australia no solo se expone al escrutinio internacional en relación a sus políticas migratorias y de asilo: su economía, mercado laboral, pensiones e incluso la sanidad y educación, que se nutren de la presencia de estudiantes internacionales de países en desarrollo, sufrirían un duro golpe del que la Historia ha probado que sería difícil recuperarse sin recurrir nuevamente al fomento de la inmigración.
La Historia también ha demostrado que el desarrollo y progreso australianos necesitan de la inmigración para sobrevivir, a pesar del antagonismo histórico con el nacionalismo.
El futuro de su inmigración es complejo e inquietante, pero lo único cierto es que no es posible negar el multiculturalismo que ha servido para tejer cada una de las coloridas capas del tapiz que es hoy Australia.
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