¿Qué futuro tiene
la campaña de Bernie Sanders?
Harold Meyerson, Socialist Worker
Ahora que Bernie Sanders ha perdido la mayoría del Medio Oeste, antaño industrializado, frente a Hillary Clinton, ahora que resulta de lo más improbable que vaya a convertirse en el candidato designado por los demócratas, ha comenzado por fin el periodo más importante de la insurgencia de Sanders. El senador de Vermont ha asombrado tanto a sus críticos más feroces como a sus compañeros socialistas (relativamente pocos) de larga data al movilizar a millones de votantes, convirtiéndose en un héroe para los jóvenes, va en camino, para cuando concluyan las primarias de este año, de conseguir el 40 % aproximadamente del voto demócrata, y todo ello presentándose como socialista democrático y azote de Wall Street en este país, el más capitalista de los capitalistas.
Pero la de Sanders no es una campaña que la Historia vaya a juzgar por el número de votos conseguidos. Como sólo un puñado de campañas de algunos predecesores, como ninguna campaña presidencial desde la de Barry Goldwater, la suya se juzgará por si encendió la chispa de un movimiento que transforme Norteamérica.
Esa es la medida por la que el mismo Sanders lleva a cabo la estimación de su éxito: que su campaña pueda suscitar lo que él mismo llama una revolución, inspirando a sus partidarios (y a algunos de los de Hillary Clinton), una vez se acabe la campaña de este año, a levantar los movimientos sociales y políticos que puedan romper el dogal con el que la riqueza atenaza la política y las medidas de la política, y recrear así la prosperidad masiva que fue antaño tarjeta de presentación de Norteamérica ante el mundo.
El problema es que las campañas electorales no crean organizaciones duraderas, y mucho menos movimientos sociales.
Aunque la campaña presidencial de 2008 es probable que movilizara a más voluntarios y donantes que cualquier otra anterior, la organización con la que intentó mantener activos a sus activistas una vez que Obama se convirtió en presidente —Obama for America— carecía de toda autonomía o vida organizativa; no consiguió siquiera ejercer presión alguna sobre los miembros del Congreso que eran receptivos al orden del día de Obama. Democracy for America, que surgió de los restos de la campaña presidencial de Howard Dean en 2004, nunca ha sido otra cosa que un grupo de presión liberal de escala modesta.
De las campañas presidenciales más ideológicamente definidas de Jesse Jackson en la década de 1980 surgió la Rainbow Coalition [Coalición Arcoiris], pero las metas de la Rainbow quedaban tan regularmente subordinadas a las propias necesidades de Jackson que los activistas progresistas pronto la abandonaron.
Sin embargo, esta primavera, dirigentes y activistas de toda suerte de movimientos y organizaciones progresistas están haciendo rodar una vez más esta piedra colina arriba.
Pueden recitar todas las razones por las que Obama nunca despegó del suelo; algunos de ellos trabajaron incluso para la Rainbow hasta que se dieron cuenta de que había mejores lugares para llevar a cabo cambios sociales.
La mayoría de ellos están penosamente familiarizados con la tragicómica historia de la izquierda norteamericana, una tendencia en buena medida marginal en la política norteamericana que a menudo ha despilfarrado sus momentos de oportunidad con exhibiciones de pureza y rigidez que a menudo la han vuelto más marginal.
Y sin embargo, muchos progresistas creen que esta vez puede ser distinto. No es que la campaña de Sanders no haya incubado ella misma algún tipo de formación permanente de izquierda. “Bernie no ha levantado una organización: ha levantado una campaña”, afirma un dirigente de la izquierda. “Y eso no es algo que permanezca”.
La tarea de construir ese algo perdurable, entienden, les compete a ellos, aunque Sanders mismo pueda ayudar en el proceso.
Dirigentes de sindicatos, grupos de organización comunitaria, organizaciones de minorías y grupos estudiantiles, destacados ambientalistas y activistas de Sanders, los que se patean los distritos electorales y los que realizan campañas digitales, algunos aliados desde hace mucho, algunos completos extraños entre sí, están inmersos “todos en un diálogo grande y cambiante”, en palabras de uno de esos dirigentes, para idear cómo llevar a cabo la Revolución una vez que termine la campaña de Sanders.
Hay quienes están planeando cónclaves nacionales, como la “Cumbre del Pueblo”, en la que se congregarán los grupos dispares del universo de Sanders para disponer una agenda común. Algunos están planeando cómo espolear a los delegados de la Convención Demócrata (incluyendo a algunos comprometidos con Clinton) para desplazar el partido a la izquierda. Y lo que es más fundamental, están debatiendo ideas sobre cómo crear algo: organizaciones, coaliciones, redes, locales, de los estados, nacionales, que puedan captar y construir a partir de la energía que ha liberado la campaña de Sanders.
El reto de crear una izquierda duradera a partir de los jóvenes partidarios de Sanders, que han aportado pasión, energía y números a su campaña, resulta particularmente abrumador.
“Las elecciones presidenciales generan entusiasmo como ninguna otra”, afirma un veteran líder sindical. “Despiertan un nivel de energía y autoactividad que resulta difícil de captar y trasladar. No podemos dar por hecho que cien mil jóvenes que se han autoorganizado en la campaña vayan a responder se si les dice: ‘Esto es lo que viene ahora importante’. No se vendrán a nuestro lado si se les presenta de ese modo”.
¿Se vendrán a nuestro lado, en cualquier caso? ¿Llevan razón todos estos experimentados activistas al tener la esperanza de que esta vez vaya a ser diferente, de que esta vez pueda echar raíces una poderosa izquierda socialdemócrata en el suelo político norteamericano?
Creo que sí. Principalmente porque la campaña de Bernie Sanders no creó una nueva izquierda norteamericana. La reveló.
The American Prospect, 23 de marzo de 2016
Nuevo fervor por el socialismo en EE UU
La campaña de Sanders está generando entusiasmo por una alternativa socialista al estatus quo, pero un verdadero cambio requerirá mucho más que elecciones.
Un espectro recorre las páginas de opinión de los medios en Estados Unidos: el espectro del socialismo. Los comentaristas y columnistas lidian con explicar la inesperada popularidad de Bernie Sanders y su campaña presidencial.
Sus palabras muestran la misma confundida desesperación que Hillary Clinton y la dirección del Partido Demócrata expresan con el electorado en las primarias. Por ejemplo, el ex representante Barney Frank, quien, en una entrevista con Slate.com, no sólo desestimó a Sanders por tener “poco que mostrar” en sus 25 años en el Congreso, sino que además se burló de sus seguidores por tener “una gran cantidad de tiempo en sus manos” e “ideas poco realistas” sobre el sistema político.
Su malestar con el atrevimiento del electorado demócrata a tener opiniones diferentes de las de la elite del partido es parecido al de la propia Clinton, aunque ella deba tratar de hacerse pasar por una candidata con un mensaje “positivo”. El último ejemplo de ello: la confrontación verbal entre Clinton y una activista de Greenpeace que le preguntó si rechazaría donaciones de la industria de los combustibles fósiles.
El verdadero problema de Clinton no es que “la campaña Sanders [esta] mintiendo sobre mí”, como se quejó cuando confrontó a la activista, sino la veracidad de su propia campaña sobre lo que apoya o, de hecho, está en contra. Es como si su eslogan electoral, en contraste con Barack Obama hace ocho años, fuera “No, no podemos”: no a un sistema sanitario universal público, no a una educación universitaria gratuita, no a luchar contra Wall Street…y la lista continúa.
Aunque Clinton aún lidera el recuento general de delegados que determinará la nominación, en particular gracias a los no muy democráticos “súper-delegados”, la popularidad de Sanders es un testimonio de su mensaje anti-corporativo y pro-trabajador, en desafío a los líderes del llamado “partido del pueblo” unidos tras Clinton.
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Hillary Clinton y el Washington Post pueden estar sorprendidos de que el socialismo ya no sea una mala palabra, y que no puedan usarla para asustar a los votantes, como solía pasar. Pero con sólo prestar atención a la creciente insatisfacción de la gente con el estatus quo, económico, político y social, se encuentra su sentido y razón.
Lo más cerca que hemos estado del “socialismo”, recientemente, fue la cruda caracterización que Newsweek hizo de Obama, al comienzo de su presidencia, con el titular “Todos somos socialistas ahora”, cuando propuso su paquete de estímulos económicos en respuesta a la Gran Recesión. Desde entonces hemos vivido bajo la austeridad.
El socialismo de Sanders se aproxima más a la cosa de verdad, incluso si la corriente socialista a la que pertenece se limita a defender reformas moderadas compatibles con el sistema, y obvia aspectos significativos de su política, como su deplorable coqueteo con el imperialismo.
Es positivo que la izquierda en EE.UU. pueda entrar en contacto con un círculo mucho más amplio de personas interesadas en el socialismo, y Sanders es definitivamente la causa inmediata de ello. Sin embargo, hay que recordar que el descontento político y la ira de clase que subyacen tras su popularidad no comenzaron con su campaña.
Sanders es el beneficiario de una radicalización provocada por los trastornos económicos de la Gran Recesión, las consecuencias de la creciente desigualdad y la crisis social que afecta a los desposeídos.
La expresión más concreta de esta reciente radicalización fue el movimiento Occupy Wall Street, que popularizo la idea de que el dominio del 1% es a expensas del 99% restante.
Pero Occupy tuvo muchos precursores, inmediatos y lejanos; algunos internacionales, como la Primavera Árabe y el “movimiento de los indignados” en Europa; y otros nacionales, incluyendo la revueltas en Wisconsin, el movimiento por la igualdad matrimonial y las grandes manifestaciones de la Primavera Inmigrante de hace 10 años.
Desde Occupy, las protestas contra los asesinatos policiales racistas ha dado lugar a otra forma al descontento, que ha alimentado no sólo una furiosa indignación por los casos individuales de violencia, sino también un creciente reconocimiento de que es imprescindible una transformación más profunda para que verdaderamente las Vidas Negras Cuentan (Black Lives Matter).
Estas luchas y movimientos contribuyeron de diversos modos, mucho o poco, al fenómeno Sanders: la profunda identificación con cuestiones de clase; la percepción de que el sistema político es incorregiblemente corrupto; el reconocimiento de la necesidad de un cambio sistémico; y, por encima de todo, la urgencia de hacer algo al respecto.
A su vez, y debido a la respuesta entusiasta a la campaña Sanders, las batallas venideras, durante y después de las elecciones, serán diferentes…por la nueva presencia del socialismo, y por la confianza que la campaña de Sanders inspira en aquellos que quieren ver un cambio real.
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La campaña Sanders tomo fuerza conectando el descontento con las corporaciones con el sistema bipartidista, incluyendo el ala liberal de la clase política estadounidense, el Partido Demócrata.
Sin embargo, al luchar por la nominación presidencial demócrata, Sanders, por definición, está movilizando ese descontento en una batalla dentro de los confines del estatus quo.
Puede que esto no sea tan evidente en la fase actual, con la agudización de las críticas de Sanders a Clinton en el transcurso de las primarias. Sin embargo, en algún momento la carrera por la nominación concluirá, y las implicaciones de que Sanders haya concurrido como un demócrata quedarán de manifiesto, de una manera u otra.
Si en contra de todos los augurios, Sanders gana la candidatura presidencial demócrata, la dura realidad es que se convertiría en el líder de un partido que institucionalmente se opone a todo aquello que es significativo en su propuesta política. En cada asunto en que Sanders está a la izquierda de Clinton y de la estructura del partido, tendría que enfrentarse a una dura oposición de los demócratas, no sólo de los republicanos.
Y esto no porque la estructura dominante demócrata sea mala perdedora, sino porque a pesar de pretender hablar en nombre del pueblo trabajador y representar actitudes liberales, el Partido Demócrata defiende prioritariamente los intereses de Wall Street y las corporaciones. Será esa estructura partidaria la que determine la respuesta a Sanders, no sus millones de seguidores.
Por lo tanto, si Sanders llegase a ser presidente y, por ejemplo, tratase de implementar un sistema de salud de pago único, como ha prometido, una mayoría de los miembros del Congreso de su propio partido, en deuda con contribuciones electorales que han recibido y el cabildeo del complejo farmacéutico y de seguros médicos, se alinearían para apuñalarlo por la espalda.
Eso en el escenario hipotético de que, de alguna manera, Sanders ganara la nominación. Pero el resultado más probable es que Hillary Clinton sea la nominada, y Sanders tendrá que enfrentarse a una pregunta simple: ¿llamará a sus seguidores a votar por una candidata que representa el estatus quo que él declara querer derrotar?
A pesar de que ha desafiado los llamamientos a poner sordina a sus críticas a Clinton durante las primarias, todo lo que sabemos acerca de Sanders sugiere que, si Clinton se convierte en la candidata, él se unirá al coro, llamando a la unidad contra el “mal menor” para derrotar al “mal mayor” republicano.
Sanders lo ha dicho durante su campaña, pero si aún hay alguna duda, su trayectoria de apoyo al candidato demócrata a la presidencia, incluso cuando hubiera una opción de izquierda independiente, se remonta a décadas.
En 2004, por ejemplo, Sanders no sólo apoyó al candidato demócrata John Kerry, sino que además se comprometió a “recorrer el país y hacer todo lo posible para disuadir a la gente de votar por Nader”, el candidato independiente cuya plataforma anti-corporativa era mucho más cercana a la suya.
Socialist Worker cree que es importante ofrecer una respuesta diferente. La izquierda debe aguantar la presión a “votar contra” los republicanos, si eso significa votar por los demócratas.
Un voto por el “mal menor” para detener al “mal mayor” no sólo pospone cualquier avance de una agenda auténtica de izquierda, sino que ni siquiera frenaría al “mal mayor”. Como escribimos ya:
Piense en todas las expectativas creadas por Barack Obama cuando se postuló para presidente en 2008, con su promesa de implementar cambios fundamentales en Washington.
¿Cuál fue el resultado? Obama adoptó el mega-rescate financiero de Wall Street propuesto por la administración Bush después de la crisis de 2008, mientras olvidaba a las familias desahuciadas de sus casas por no poder pagar sus hipotecas. Continuó la “guerra contra el terrorismo” de Bush con algunos cambios tácticos y estratégicos. Deportó a más inmigrantes indocumentados en menos tiempo que Bush. Aceleró la subordinación de la educación a las empresas.
Por eso Socialist Worker apoyará una alternativa de izquierda a los candidatos de los dos partidos mayoritarios, sin ilusiones de ganar. Nuestra adhesión a la campaña presidencial del Partido Verde de Jill Stein es un voto de protesta contra el sistema bipartidista, y un modesto intento de avanzar en el proyecto de organizar una alternativa de futuro fuera del Partido Demócrata.
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Al mismo tiempo, mantendremos la vista puesta más allá de las elecciones. El movimiento socialista ha participado desde hace mucho en campañas electorales, pero ese es sólo un aspecto de nuestra actividad.
Nuestra tradición define el socialismo como la “auto-emancipación de la clase obrera”, utilizando las palabras de Karl Marx. Por eso vemos las protestas masivas, las huelgas y luchas de los trabajadores, los movimientos sociales y la acción directa como instrumentos de cambio, porque producen confianza y experiencia a las masas de su propio poder.
Las elecciones no deben ser vistas como algo separado de estas luchas. Las ideas expuestas por Sanders y su campaña, el entusiasmo que han generado, y el regreso del socialismo a la discusión política pueden inspirar a la gente a extender su compromiso político más allá de la elección presidencial.
La protesta en Chicago contra el multimillonario Donald Trump, que el mes pasado le obligó a cancelar su mitin, es un buen ejemplo. Muchos de los manifestantes eran partidarios de Sanders, pero su desafío al mensaje racista de Trump surgió mas allá de su campaña electoral.
Participaron en la protesta anti-Trump negros, inmigrantes, musulmanes, blancos, mujeres y hombres, la comunidad LGBT; todos juntos de pie contra la intolerancia y la reacción. Ese tipo de resistencia tiene que continuar, gane quién gane las elecciones en noviembre.
El Partido Demócrata tirará en la dirección opuesta. Su objetivo, sobre todo en época de elecciones, es canalizar la energía y la iniciativa no hacia la lucha y la movilización de base, sino a apoyar al candidato, recaudar de dinero, hacer llamadas telefónicas, y cosas similares.
Los liberales insisten en así es el “realismo político”; que si queremos lograr algo concreto, tenemos que trabajar dentro del sistema.
La historia nos enseña una lección diferente. Basta pensar en los derechos políticos y los programas sociales que valoramos–el Seguro Social, el derecho al voto, las políticas contra la discriminación, los derechos reproductivos, la protección del medio ambiente y la igualdad matrimonial, para nombrar unos pocos–todos ellos fueron el resultado, sobre todo, de la protesta y la presión desde fuera del sistema político.
Como dijo el historiador Howard Zinn en un discurso en 2009:
“No debemos adoptar ese punto de vista [de los políticos] y decir: “Si, tenemos que aceptar compromisos, tenemos que hacerlo por razones políticas”. Debemos defender lo que creemos.
Esa es la posición con la que los abolicionistas se encontraron antes de la Guerra Civil…Lincoln no creía que su primera prioridad fuese abolir la esclavitud. Pero para el movimiento antiesclavista si lo era, y los abolicionistas dijeron: “No vamos a aceptar la posición de Lincoln. Vamos a expresar nuestra propia posición, y vamos a expresarla con tanta fuerza que Lincoln tendrá que escucharnos”.
Y el movimiento antiesclavista creció tanto que Lincoln tuvo que escuchar. Así es como conseguimos la Proclamación de Emancipación y las Enmiendas 13ª, 14ª y 15ª.
Esa ha sido la historia de EE UU. Doquiera se ha progresado, doquiera se ha acabado con la injusticia, ha sido porque la gente actuó como ciudadanos, no como políticos. No se limitaron a quejarse. Trabajaron, actuaron, se organizaron, y se amotinaron cuando fue necesario”.
Suceda lo que suceda en noviembre, las elecciones de este año ni siquiera comenzarán a resolver los desastres del capitalismo que han dado origen a este urgente deseo de cambio. Necesitamos una izquierda que pueda responder con nuevos niveles de resistencia.
Los socialistas podemos contribuir a ese proyecto en diversas formas, aquí y ahora. Podemos presentar nuestra propia visión del socialismo: una sociedad fundamentalmente diferente al capitalismo en la que gobierne la mayoría trabajadora. Y necesitamos luchar por una alternativa electoral de izquierda, independiente de los demócratas.
Y podemos construir resistencia a la injusticia y la opresión en todas las luchas sociales, durante y después de la campaña electoral.
http://socialistworker.org/ 11 de abril 2016
columnista del diario The Washington Post y editor general de la revista The American Prospect, está considerado por la revista The Atlantic Monthly como uno de los cincuenta columnistas mas influyentes de Norteamérica.
Meyerson es además vicepresidente del Comité Político Nacional de Democratic Socialists of America y, según propia confesión, “uno de los dos socialistas que te puedes encontrar caminando por la capital de la nación” (el otro es Bernie Sanders, combativo y legendario senador por el estado de Vermont).
Fuente: sinpermiso.info
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