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miércoles, 14 de septiembre de 2016

¿Qué tienen en común el Chile de 1973 y el Brasil de 2016?

atilio borón

¿Qué tienen en común 
el Chile de 1973 y el Brasil de 2016?

Posted: 13 Sep 2016 

El pensador argentino Atilio Borón analiza los límites del Estado burgués en América Latina y las semejanzas entre ambos golpes.
Después de 43 años del golpe de Estado en Chile que derrocó al gobierno de Salvador Allende, el pensador latinoamericano Atilio Borón analiza, a la luz del proceso chileno, los recientes acontecimientos que violentan el orden democrático en América Latina.
En una entrevista publicada por el medio brasileño Brasil de Fato, el sociólogo argentino señaló que los cambios constitucionales emprendidos por los gobiernos de Hugo Chavez, en Venezuela; Evo Morales, en Bolivia; y Rafael Correa, en Ecuador, crearon un nuevo orden institucional que permitió a los líderes hacer las reformas necesarias para mejorar la calidad de vida de la población.
Sin embargo, la victoria electoral de Mauricio Macri, en Argentina, y el reciente impeachment de la presidenta Dilma Rousseff, en Brasil, marcan las flaquezas de los procesos de estos países, que mantuvieron la estructura del Estado burgués. 
Esas fragilidades fueron aprovechadas por los Estados Unidades en la tentativa de recobrar su posiciones en el escenario internacional.

Allende y el Estado burgués

Sobre la experiencia chilena y su relación con los procesos que hoy vive América Latina, Borón sostuvo que “el golpe en Chile fue una tragedia que de alguna forma anunció lo que sucedería después en la mayoría de los países de América Latina”. 
Y agregó: “Brasil ya había tenido el golpe en 1964, Argentina también, en 1966. Pero el de Chile, en 1973, fue otra cosa. 
Fue un experimento radical de terapia de “shock” que sería aplicado en el resto de los países de América Latina y, también, en algunos países del capitalismo avanzado”.
Preguntado por las políticas de la Unidad Popular en comparación con las de los países del Alba hoy, dijo que mientras “el gobierno de Salvador Allende fue manteniendo el marco institucional del Estado burgués, o sea, no hubo reforma de la Constitución, simplemente un debate en torno de la posible interpretación de ciertas cláusulas que impidió al gobierno de Allende avanzar en políticas de nacionalización, control de precios e intervenciones de los mercados; los venezolanos, los bolivianos y ecuatorianos crearon un nuevo orden constitucional, una nueva institucionalidad, introduciendo las reformas necesarias para mejorar la calidad de vida de la población”.
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Según el experto, “un Estado burgués, con una Constitución burguesa, con relaciones capitalistas de producción, con fuerte peso de grandes corporaciones y con la presencia de grandes empresas multinacionales y trasnacionales, impone límites mucho estrechos”. 
Y añadió: 
“En contextos económicos muy complejos, inevitablemente, se generan esos procesos, porque la burguesía provoca sabotajes permanentes, las ‘huelgas de la burguesía’, dejan de invertir, comienzan las fugas de capitales y se entorpece el proceso productivo en todo los niveles, provocando un gran malestar de la población”.
Atilio Borón asegura que “esa reacción chilena en 1973” fue aprendida por Chávez, Evo y Correa “porque la primera cosa que ellos hicieron fue ampliar el marco institucional de los procesos transformadores en Venezuela, Bolivia y Ecuador”. 
“Introdujeron innovaciones que potenciaron el protagonismo popular, el refrendo revocatorio, hasta el reconocimiento, en el caso de Bolivia, de formas de gobierno de los pueblos originarios”, agregó.
Sin embargo, en su opinión Argentina, Brasil y Colombia “continuaron transitando por las vidas de la institucionalidad democrática propia del liberalismo”, algo que, dijo, tiene que ver con que “los Estados Unidos quieren frenar el ciclo de los gobiernos progresistas y avanzar en la conformación de una nueva América Latina, totalmente blindada, donde no exista ningún gobierno que dispute su hegemonía”.

Importancia de Brasil

El argentino aseguró que aliarse con Brasil es estratégicamente clave para Estados Unidos porque es el país que mayor peso en la región de América Latina y el Caribe: “para donde se inclina Brasil, se inclina América Latina”, afirmó.
Recordó que, además de tener un “emporio de recursos naturales”, el país suramericano siempre fue aliado estratégico de los Estados Unidos: “Brasil fue elegido por los Estados Unidos para desarrollar empresas siderúrgicas después de la Segunda Guerra Mundial, con crédito aprobado por ellos”.
Sobre los “errores” cometidos por los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT), mencionó que “no avanzaron en la profundización de la reforma agraria en un país con una estructura agraria absolutamente anacrónica” y eso “desmovilizó” su base popular. 
En este sentido, al comparar este liderazgo con el de Venezuela, aseguró que Maduro “no cae simplemente porque cuando él grita tiene un montón de gente en las calles. Y eso es una situación económica mucho más compleja que la de Brasil”.
Yo creo que Lula cayó víctima de su postura tecnocrática
Él mandó al pueblo a sus casas y, cuando los lobos fueron a atacar a Dilma, ella abrió la ventana y no tenía a nadie. Confió e hizo alianzas con sectores del poder que claramente iban a traicionarlo. Hasta un ciego podría verlo”, evaluó.
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Chile. Allende, demócrata y revolucionario

Posted: 13 Sep 2016 

Los “homenajes” oficiales, de los dientes para afuera, suelen sepultar a Salvador Allende bajo muchas flores, ocultando su pensamiento, su trayectoria, su acción política, y su compromiso revolucionario y democrático. Roberto Pizarro entrega una imagen que retrata de cuerpo entero al más grande Presidente de Chile, cuyo ejemplo perdura y se hace carne en las nuevas generaciones.
Mi padre, Oscar Pizarro, era miembro de una de las cinco organizaciones que se unieron para formar el Partido Socialista en el año 1933. Su nombre aparece en el acta de fundación, como se muestra en el libro de Julio Cesar Jobet. 
La militancia de mi padre permitió que conociera a Salvador Allende, creo en torno a la campaña presidencial de 1958, en mi casa del barrio Club Hípico, cuando yo era estudiante del Liceo de Aplicación.
Pero, en realidad, sólo en una oportunidad, tuve contacto directo con el ex Presidente. Fue en octubre de 1971, con ocasión de un seminario sobre la transición al socialismo, en la experiencia chilena. 
El Centro de Estudios, que yo dirigía, invitó a Paul Sweezy, economista norteamericano, director de la revista Monthly Review, Rossana Rosanda, resistente antifascista y fundadora de la revista Il Manifesto y a Lelio Basso, destacado intelectual y dirigente del socialismo italiano.
Al término de nuestras actividades, el Presidente Allende nos invitó a almorzar a La Moneda. 
Me pidió le contara sobre el trabajo realizado. 
Le dije que las ponencias y discusiones habían sido exitosas y un aporte para el proceso que vivíamos en nuestro país; sin embargo, le representé mi preocupación porque el diario Puro Chile había criticado duramente algunas opiniones de nuestros invitados, otorgándoles el “Huevo de Oro”. 
Sin dudarlo un momento me dijo lo siguiente: “Roberto, yo también he recibido el Huevo de Oro, por críticas a iniciativas que he impulsado. Pero, no te olvides que la vía chilena al socialismo, se caracteriza por la más irrestricta libertad de prensa y que nuestro país debe ser un ejemplo de funcionamiento pleno de la democracia”.
Lo que me dijo Allende en esa oportunidad simboliza la visión del socialismo que quería para Chile. Crear una nueva sociedad en democracia y con libertades ampliadas a todos los ciudadanos en que los chilenos pudiesen satisfacer sus necesidades materiales, asegurando a cada familia, hombre, mujer, joven y niño los mismos derechos y oportunidades en la vida.
Allende trascendía el pensamiento de su época. Mientras la guerra fría dividía al mundo y las empresas norteamericanas habían expoliado nuestras riquezas básicas, el Presidente pudo convencer y comprometer a toda la clase política para nacionalizar las minas de cobre, mediante una ley en el Parlamento.
Por otra parte, mientras la revolución cubana empujaba a las juventudes latinoamericanas a adoptar la lucha armada para transformar las estructuras oligárquicas, Allende insistía en sustituir el capitalismo por el socialismo sin violencia, mediante el ejercicio pleno de las libertades democráticas y el respeto a los derechos humanos. 
Transformar radicalmente, pero en el marco de las instituciones vigentes. Reconocía en Fidel Castro un ejemplo de lucha, pero no asumía sus métodos. 
Precisamente a ello se refiere Allende en su entrevista con el periodista Julio Lanzarotti: “Yo he dicho al país que mientras sea Presidente habrá elecciones. Ha habido cinco elecciones complementarias y una elección general y nadie ha reclamado”. 
Y agrega en otro párrafo “….este país es uno de de los países en que hay más libertad de reunión, de información, de asociación y de prensa. Y le puedo afirmar categóricamente que la democracia funciona ampliamente…”.
En el Pleno Nacional del PS, el 18 de marzo de 1972, cuando los socialistas endurecen sus posturas el Presidente Allende llama a la razón. 
Rechaza los conceptos leninistas ortodoxos sobre el Estado, desplegando argumentos teóricos y prácticos sobre la vía chilena al socialismo: “No está en la destrucción, en la quiebra violenta del aparato estatal el camino que la revolución chilena tiene por delante. El camino que el pueblo chileno ha abierto, a lo largo de varias generaciones de lucha, le lleva en estos momentos a aprovechar las condiciones creadas por nuestra historia para reemplazar el vigente régimen institucional, de fundamento capitalista, por otro distinto, que se adecue a la nueva realidad social de Chile.”
Allende es perseverante en su lucha por la transformación y en defensa de la democracia. Construir una nueva sociedad en que impere el pluralismo, las libertades individuales, las elecciones, pero con los mismos derechos para todos y en la que los trabajadores participen en las decisiones del país. 
Por ello es que durante los 1000 días de la Unidad Popular la democracia y las libertades públicas se potencian como nunca había ocurrido en la historia republicana. 
Estaban presentes las libertades de reunión, de opinión y de prensa, pero llevadas a su máxima expresión. 
Periódicos, radios y canales de TV de variado tinte político, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda; trabajadores, que nunca antes habían podido manifestarse, multiplicaban los sindicatos y hablaban de igual a igual con los patrones, exigiendo sus reivindicaciones y aportando a las decisiones de las empresas; estudiantes que participaban en el destino de sus universidades con el mismo derechos de las autoridades académicas; campesinos que se organizaban y reunían libremente para acceder a la propiedad y cultivo de la tierra; y, mujeres y hombres en los barrios que se organizaban en juntas de vecinos. 
No eran sólo las libertades de la democracia representativa, la que se desplegaba en el país, sino que era mucho más. 
Se abría en Chile una democracia que potenciaba la participación de todos los ciudadanos, y que con formas directas incorporaba a la construcción del país a los que antes se encontraban excluidos. 
Libertades, muchos más libertades anhelaba Allende para los chilenos.
Allende no quería un partido único, una prensa uniforme, ni un estado monolítico. Por el contrario, anhelaba que florecieran mil flores, que las opiniones fuesen variadas, que se abrieran las oportunidades para los jóvenes, las mujeres y las de todos aquellos que por décadas habían sido explotados y reprimidos por un sistema injusto.
El 11 de septiembre de 1973 se clausuró un ciclo de largas décadas de lucha y auge del movimiento popular en que la clase obrera, los campesinos, los intelectuales y la gente humilde de nuestro país fueron derrotados. 
Los errores propios y la resistencia de los dominadores, nacionales y extranjeros, impidieron que se materializaran los anhelos de Allende y del pueblo de Chile.
Sin embargo, la experiencia de los tres años de la Unidad Popular y la figura de Salvador Allende se han instalado en la memoria colectiva y no podrán ser borrados de la historia. 
Nuestros hijos y nietos sabrán que hubo una vez un hombre que llenó de dignidad a Chile, que nos engrandeció con su lucidez política y que nos estremeció con su valentía. 
Los asesinatos, el exilio, la represión y el neoliberalismo no podrán borrar de nuestra memoria que en los mil días de la Unidad Popular, los obreros, los campesinos, los jóvenes y los desamparados pudieron expresarse con plenitud, hablar de igual a igual con los dueños del capital y desafiar a aquellos que por siglos habían usufructuado de la riqueza y el poder en nuestro país. 
Ese periodo de felicidad no será olvidado. Y se lo debemos a Salvador Allende.
No sólo los humildes de nuestro país sino los demócratas del mundo entero reconocen en Allende al líder que se propuso transformar a la sociedad chilena por medios pacíficos y respeto a las libertades públicas. 
El pequeño país que en el extremo del mundo quiso construir una sociedad más igualitaria se conoció en los lugares más recónditos de la tierra, gracias a la consecuencia, dignidad y valentía de un verdadero demócrata y revolucionario. Ello explica en gran parte el aislamiento internacional de Pinochet.
Lamentablemente, las transformaciones en favor de la igualdad, la libertad y el desborde de alegría popular que caracterizaron el gobierno de Allende terminaron abruptamente y no sólo por el golpe de Estado. El sistema político excluyente y el modelo económico de desigualdades instaurado por Pinochet han hecho retroceder a nuestros país en muchas décadas.
Unos pocos grupos que han monopolizado la riqueza que producen todos los chilenos. 
Las desigualdades en la salud, la educación y la hegemonía del pensamiento de los poderosos se manifiestan a diario en las filas de los hospitales, en el deterioro de las escuelas, en universidades que educan en la ignorancia y en una prensa que informa sólo lo que interesa a la clase dominante para su reproducción. 
Por otra parte, con la mitad de la población excluida de las elecciones y con una juventud que rechaza el actuar de los dirigentes, no hay participación ciudadana en los asuntos públicos y las protestas adquieren formas anárquicas y violentas.
Los que tuvimos la fortuna de conocer los esfuerzos de Salvador Allende por transformar la sociedad probablemente comprendemos más que las nuevas generaciones la tragedia que significó su derrocamiento. Se podrá discutir en torno a los errores del gobierno de la Unidad Popular. 
Pero, lo indiscutible es que Salvador Allende estuvo siempre del lado de los trabajadores y de las libertades de los chilenos. Los grandes intereses internacionales y nacionales no aceptaron retroceder en el control absoluto del poder, comprometiendo a los militares en la sucia tarea de restaurar la injusticia. Pero, la tragedia no han sido sólo los asesinatos, la tortura y el exilio.
La mayor de las tragedias ha sido que la misma generación política que luchó y conoció el proceso de transformaciones en favor de los humildes, ha debido ahora administrar el modelo neoliberal que reinstaló y profundizó las desigualdades que Salvador Allende desafió con su proyecto y que luego defendió con su propia vida. 
Todo indica, entonces, que las anchas alamedas las abrirán las generaciones venideras.

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