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viernes, 16 de septiembre de 2016

No habrá Democracia sin Socialismo, ni Socialismo sin Democracia



No habrá democracia sin socialismo, 

ni socialismo sin democracia

Opinión
    El devenir de los procesos revolucionarios en los siglos XX y XXI ha mostrado que democracia y socialismo son inseparables e imprescindibles para no sucumbir ante el capitalismo, las contra-reformas y las contrarrevoluciones. Con mayor razón en la fase imperialista del capitalismo y más aun frente a un imperialismo decadente, usurero, guerrerista, depredador, destructivo y generador de despotismo, violencia y delincuencia como el actual.

    • Socialismo y Estado

    Igual -sin descartar un rol adecuado del Estado en el arranque y despliegue de la socialización y democratización, y en los cambios estructurales anti-imperialistas y anticapitalistas- el socialismo no debe ser confundido con la estatización; por lo que eso de “socialismo de Estado” ha devenido siempre en negación del socialismo y de la democracia que debe ser esencial a él a partir de la necesaria destrucción del viejo Estado y de una firme apuesta a la progresiva reducción del Estado Revolucionario transitorio, siempre a favor del poder decisorio de una sociedad libre y auto-gestionada.

    El socialismo como transición revolucionaria a la sociedad comunista, hacia el predominio absoluto de lo colectivo o comunitario bajo el reino de la libertad, sin explotaciones ni opresiones clasistas ni de género ni de generaciones ni de “razas”, sin discriminaciones de ningún tipo, sin agresiones de los seres humanos a sus entornos naturales, sin Estado, sin represión, recibiendo de cada quien lo que necesita y aportado cada quien lo que puede en materia de capacidades materiales y espirituales, trabajos manuales e intelectuales… debe convertir progresivamente la propiedad sobre los medios de producción, comunicación, distribución, patrimonio natural y servicios en propiedad colectiva o social.

    Debe incluso transformar progresivamente la propiedad pública o estatal heredada -o adquirida temporalmente a través de las expropiaciones y nacionalizaciones- en propiedad social gestionada democráticamente, conjurando todo negocio con los servicios de salud, educación, seguridad social y seguridad ciudadana.

    Debe diseñar y aplicar un sistema de concurrencia al mercado temporalmente heredado de la vieja sociedad, en el que participen las nuevas empresas de propiedad social, con regulaciones que impidan los monopolios y oligopolios comerciales en el marco de una visión estratégica destinada a reemplazar el sistema de precio y la ley capitalista del valor, por el intercambio de equivalencias en función del tiempo de trabajo y capacidades invertidas en los productos y servicios.

    Debe reemplazar las gerencias y las administraciones típicamente capitalistas, ejercidas en función de las ganancias privadas, por la planificación democrática- participativa, la cogestión y autogestión de los/as productores/as.

    Debe detener la invasión tóxica de los seres humanos y de su entorno natural a nombre de una salud frágil y del incremento de la productividad agropecuaria e industrial en detrimento de lo natural.

    Debe sustituir paulatina y persistentemente el Estado reformulado para esa transición por el poder de la sociedad auto-organizada, por el poder de las comunidades, por el poder popular.

    Debe, combinándolas, superar constantemente la supremacía de democracia representativa o por delegación, por la de la democracia directa; así como erradicar las culturas despóticas e individualistas que impregnan la ideología capitalista, llegando a extremos aberrantes en la era neoliberal; la cultura clasista, la cultura del pillaje, la cultura patriarcal-machista, racista, antropocéntrica, adulto-céntrica, la xenofóbica, la homofóbica y otras discriminaciones dominantes y constantemente recicladas desde los centros generadores del universo cultural de la civilización capitalista.

    Debe superar los marcos exclusivamente nacionales de las luchas por la felicidad colectiva y por la preservación de la vida del planeta en su relación con el universo, e internacionalizar en grande las rebeldías, las luchas, las insubordinaciones y los procesos emancipatorios frente a una dominación destructiva y alienante de un sistema capitalista-imperialista con implantación, dimensión e impactos mundiales cada vez más degradantes y antidemocráticos.

    • Un registro histórico aleccionador

    Una ruta no consecuente con esas perspectivas liberadoras termina empantanando los procesos de cambios y haciéndolo vulnerables y reversibles. Incluso los más hermosos y esperanzadores.

    Esto a mi entender es válido para América Latina y el Caribe y también para el mundo. Y ahora, con lo que pasa con los llamados gobiernos “progresistas” o de “izquierda”, con los procesos reformadores en la región -incluidos aquellos que anunciaron nuevo socialismo o socialismo del siglo XXI, y con lo que aconteció el llamado “socialismo real” euro-oriental y lo que acontece en China y más recientemente en Cuba- esos criterios indudablemente se han fortalecido.

    Las reformas dentro del orden capitalista, sin revoluciones, se estacan, se degradan y pueden ser abatidas. El capitalismo actual, que ya no es el de la libre competencia y el liberalismo político, reduce cada vez los espacios democráticos, se traga las libertades y los derechos humanos proclamados en su contexto, se militariza, erosiona gravemente la seguridad ciudadana y pervierte el sufragio y la política.

    Las revoluciones, incluso obreras y populares, que no se profundizan en cuanto a creación de democracia y socialismo, que sufren serias deformaciones estatistas, burocráticas, sucumben en brazos de la burguesía mundial.

    Las transformaciones a medias o de escasa profundidad coexistiendo con él, ya con reemplazo o no del viejo Estado y sus instituciones, ya con reformas o cambios más o menos significativos, ya con significativos procesos constituyentes o no, se tornan fallidas, se contaminan, dando pie, facilitando, reabriéndole paso tarde o temprano paso a represalias reaccionarias con apoyo de masas y con ellas a regímenes mucho peores que los que son reemplazados, e incluso peores que los que existieron antes del inicio de los procesos de cambios.

    En esos contextos las conquistas democráticas y de derechos sociales de diversos calados son aplastadas por las contra-reformas y las contrarrevoluciones atizadas por la manipulación de las insuficiencias, insatisfacciones, mediatizaciones y deformaciones presentes en alto grado dentro de esos procesos abigarrados; contra-reformas y contrarrevoluciones -alimentadas por la falta de socialismo y de democracia en diversos órdenes y por la abundancia de burocracia, corrupción y capitalismo de las peores especies- son permanentemente engendradas, potenciadas y motorizadas por el gran capital privado local y transnacional y por los Estados imperialistas colonizadores, con agresivas y periódicas embestidas.

    Esto sucede casi inexorablemente -sin necesariamente anular importantes vertientes de la conciencia política históricamente creada- independientemente de los logros alcanzados, de las formidables o limitadas conquistas plasmadas… sobre todo cuando el descontento popular (espontaneo e inducido), motivado por otras causas y por serias fallas coexistentes, las arropa.

    Esto tiende a ser así independientemente de que a corto y mediano plazo los regímenes contrarrevolucionarios, contra-reformadores, neoliberales duros, mafiosos..., resulten mil veces peores que los que desplazan. El inmediatismo y la enajenación combinados posibilitan atraer y confundir a no pocos sectores que inicialmente no captan la esencia del fenómeno.

    Esto pasó en el siglo pasado en los países euro-orientales con el denominado “socialismo real”, caracterizado, en la medida se degradaron las revoluciones proletarias, campesinas, democráticas y populares en Rusia y en sus colonias y los trascendentes cambios sociales y políticos resultante de la victoria de la heroica URSS y el mundo pro democracia frente al nazi-fascismo en esa región, dando paso a regímenes con altos niveles de justicia social, poderosos Estado distribuidores de riquezas pero generadores a la vez de burocracia, sistema de privilegios y corrupción, negadores de democracia política, participación y poder de decisión popular.

    Esto también ha dado lugar, especialmente en casos parecidos pero donde se ha logrado evitar tal colapso en medio de las crisis del estatismo burocrático, a procesos de restauración del capitalismo privado (con preeminencia del capital transnacional); combinado con regímenes político centralizados y negadores de democracia participativa y del poder popular, con un estatismo reformado, métodos administrativos más eficaces y preservación de una parte conquistas sociales al compás de un riesgoso incremento de las desigualdades sociales, de la economía capitalista de mercado y la concentración de la riquezas. 

    China es el ejemplo más señero de esa modalidad de restauración del capitalismo privado junto a capitalismo de Estado y proteccionismo social bajo la dirección del Partido Comunista.

    Esto conduce a reemplazar el antiimperialismo por el nacionalismo y a caminar por el tortuoso rumbo del capitalismo a nombre del “socialismo de mercado”.

    En Cuba hay señales iníciales del emprendimiento de esa vía, con mayor lentitud y severas inseguridades, conservando cuotas todavía importantes conquistas históricas espiritualmente nutridas por la legitimidad, el prestigio internacional y la dignidad nacional que le imprimió a ese proceso revolucionario excepcional su heroica generación histórica.

    • Los hechos en el presente continental

    Otras modalidades de declinación-degradación están aconteciendo en nuestra América en procesos de cambio de otro tipo, dirigidos por fuerzas y liderazgos autoproclamados de izquierdas, considerados originalmente algunos como revolucionarios o pro-socialistas, disimiles entre sí por los diversos grados de profundidad de las reformas y transformaciones que emprendieron, con variados niveles de progresismos y reformismos, con cero, poco o algo significativo de vocación revolucionaria, con nada, un poco o bastante visión socializante.

    La oleada de cambios a nivel de Estado y de gobierno luce más que estancada, entrampada, declinando, retrocediendo, en crisis, a la defensiva…sufriendo reveses ya no solo por la fuerza del contra-ataque feroz del imperialismo y las derechas, que como en casos como el de Honduras, el pueblo no pudo contrarrestar pese a la formidable y ejemplar resistencia popular, sino también por su desgaste, inconsecuencias, pérdida de apoyo popular, vulnerabilidades, fallas, degradaciones evidentes…

    Por no atreverse sus liderazgos a ir más allá de procesos en agotamiento, o por no profundizar en el tiempo debido las reformas emprendidas, por caer en la tentación de reproducir las prácticas de gobiernos y de “hacer política” de las derechas, por corromperse o tolerar la corrupción en sus filas, por proceder de mala manera al frente de una buena causa; o por pretender socialismo sin romperle la columna vertebral a la gran burguesía coexistente, por confundir de nuevo socialismo con estatismo o por no decidirse a darle vida al poder popular en lugar del poder individual, partidista o estatal; o por reproducir o no subvertir las culturas de la decadente civilización burguesa: mercantilismo, consumismo, rentismo, paternalismo, individualismo, egoísmo, insolidaridad, caudillismo, autoritarismo, nepotismo, patriarcado y perpetuación vía reeleccionismo indefinido…

    Por acomodarse paulatinamente a sumir el socialismo más como retórica, consignas proclamas que como hechos.

    Por la autocensura y el acriticismo de no pocos movimientos y partidos inmersos en esos procesos, por el peso de la subordinación incondicional al “mando central”.

    Y, en fin, por variados grados de divorcio de la democracia respecto al socialismo y viceversa, serios déficits en la interrelación entre ambos valores y grandes carencias en la creación de la conciencia política anticapitalista que facilite la superación del sistema, la ruptura de sus controles y mecanismos alienantes y los cambios estructurales al compás de las reivindicaciones alcanzadas y de los avances sociales en periodos de bonanzas.

    Entonces ocurre lo que ocurrió en Argentina y en Brasil, y lo que está ocurriendo -descontada la mayor radicalidad actual de ese proceso y ese pueblo- en la Venezuela bolivariana. O lo que se percibe en un país como El Salvador con alto riego de viraje a la derecha; o lo que dentro de su propia estabilidad, nacionalismo y hegemonía política (por el hábil aprovechamiento de factores geo-estratégicos utilizados con esos fines), acontece en el proceso sandinista: su creciente deformación autoritaria, cargada de caudillismo, nepotismo y maniobras cuestionables.

    Luego de consumados los reveses en Argentina y Brasil y de que éstos mostraran sus garras y colmillos, el desafío que tiene por delante la parte más consciente el pueblo trabajador venezolano, su pobrecía más contestaría, el chavismo auténticamente revolucionario, los militares revolucionarios, los comunistas y socialistas de verdad, se ha tornado en gran medida imperioso y crucial.

    Venezuela y la imperiosa pertinencia del “Golpe de Timón”

    En Venezuela, el Gobierno, su modelo hibrido vigente, sus oscilaciones entre la rigidez y las concesiones al enemigo, sus devaneos socialdemócratas y el propio marco institucional del país…lucen agotados, erosionados, en declive persistente… 

    y todo parece indicar, que aunque tardíamente, es imprescindible arriesgarse a dar el postergado “Golpe de Timón” que recomendó el Comandante Chávez: romperle oportunamente el espinazo a la gran burguesía local y transnacional que nutre esa derecha feroz y voraz, traspasar el poder al pueblo, controlar socialmente comercio exterior, divisas, medios de producción y distribución, crear las comunas y Estados Comunales dinámicos, superando previamente, “dinamitando políticamente” una institucionalidad estatal que ya bloquea la profundización del proceso.

    De lo contrario pienso que la iniciativa en el viraje inmediato la tendrá el bloque de las derechas pro-imperialistas y habrá que enfrentarlo desde abajo en forma más enérgica y de manera ascendente a partir del efecto de su “golpe made in usa” y del desplazamiento del actual gobierno, posiblemente con más vigor, violencia y masividad que en otros casos y desde una oposición/insubordinación popular, chavista, antiimperialista, socialista…

    Una eventual desmovilización de las FARC-EP como ejército popular vecino, no ayudaría a la resistencia masiva venezolana que habrá de enfrentar la violencia imperial y el plan de reconquista estadounidense contra su soberanía, por la reapropiación de sus valiosos recursos naturales; pero tampoco bloquea totalmente esa posibilidad. Lo óptimo es que el proceso del desarme fariano en Colombia se detenga o lentifique.

    • Una reflexión crítica imprescindible

    No está en cuestión para mí la perversidad de los opositores de derecha y ultraderecha en Venezuela y en todos esos casos, como tampoco la necesidad de rechazar y enfrentar con el mayor nivel de energía el accionar de esas fuerzas y sus padrinos imperialistas.

    Esos virajes, como lo muestran su impacto en Honduras, Paraguay, Argentina, Brasil…son nefasto. Su producto es contrario a todo lo positivo del progresismo y de los demás procesos de cambio, y mil veces peor que las cargas negativas de sus lamentables degradaciones e inconsecuencias. 

    Es peor que una simple restauración neoliberal por tratarse de la entronización de sus peores engendros: usureros encopetados, saqueadores, mafias, neofascismo, racismo, narco-poderes, paramilitarismo…

    Pero no es sabio ignorar las causas de la declinación y la vulnerabilidad de esos procesos que implicaron reformas, mejorías de condiciones de vida e independencia política, generando esperanzas que ahora tienden a desvanecerse.

    De ninguna manera ayuda ocultar los motivos de su creciente deslegitimación por pérdida de popularidad, desconocer su auto limitaciones en el marco de un capitalismo neoliberal global y local en decadencia, incapaz de auto-reformarse, de re-constituir a su interior una clase dominante y un cuadro mundial parecido a aquel hegemonizado por el keynesianismo y las corrientes social-demócratas o reformadoras.

    Los hechos demuestran que las izquierdas que en este periodo de la humanidad y de crisis mayor del sistema capitalista, desde los espacios de gobierno y de poder alcanzados, no asumen el anti-imperialismo en estrecha relación con el anti-capitalismo y con una actitud consecuentemente internacionalista, y no opten por rupturas sistémicas que posibiliten una transición revolucionaria con precia e incontestable orientación socialista, evolucionan tornándose funcionales al capitalismo y a su dinámica actual, y dejan de ser fuerzas transformadoras al resignar la radicalidad requerida, exponiéndose a desplazamientos y a serias represalia.

    En verdad sus iniciativas reformadoras y reivindicaciones alcanzadas durante sus respectivas gestiones, terminan entrampadas dentro de las redes del sistema capitalista y de la multi-crisis crónica que lo estremece; convirtiéndose en presa y en víctima de las fuerzas que actualmente auspician un retroceso neoliberal con características peores a los ya conocidas. Los golpes reaccionarios facilitados por su social-democratización, su empecinamiento y su negativa a impulsar la ruptura, tienen funestas consecuencias. 

    En realidad no tienen nada de “blandos” como se pregona.

    • Aprender de los reveses

    Las izquierdas que temen asumir la perspectiva de nuevas revoluciones anticapitalistas,claros y precisos programas de transición al socialismo para ser firmemente ejecutados y líneas de internacionalización de la insurgencia global contra la globalización del capitalismo neoliberal -no importa su grado de progresismo o vocación reformadora- se desgastan en el ejercicio de gobierno, reproducen prácticas de las derechas y se quedan sin alternativa; abriéndole cauces a la recomposición de las derechas astutamente alimentadas por el capital local y transnacional. 

    Los hechos así lo confirman.

    A las revoluciones y los socialismos del presente y del futuro hay que liberarlos de las trabas del pasado, aprendiendo de sus experiencias y, sobre todo, de sus reveses y errores. Por eso entiendo imperioso no repetir las fallas e insuficiencias, ni del pasado remoto ni del pasado reciente.

    Y algo cada vez más crucial es la superación de los déficits en pensamiento subversivo, propuestas convincentes, conciencia, mística, organización y acción de las fuerzas conductoras de los procesos de cambios que de todas maneras siguen tocando las puertas de nuestras sociedades, de nuestra región y del mundo, cruelmente sometidas al caos y a la degradación capitalista-imperialista, al conservadurismo religioso, a la violencia patriarcal, a la reproducción de falsos valores y nuevas banalidades y alienaciones

    Procesos que pueden accidentarse, complicarse, entorpecerse, pero no detenerse, con estos brutales retrocesos políticos, con estos reveses drásticos, pero evidentemente pasajeros y fofos, en medio de mayores niveles de conciencia y experiencias acumuladas, de tendencias a nuevas confrontaciones por el derecho colectivo a sobrevivir, de frustraciones hirientes por las opciones insuficientes temporalmente fallidas, pero frente a deterioros crecientes a ser generados por la nuevas derechas que habrán de resultar realmente insoportables e inaceptables y que nos imponen nuevos retos.

    Nuevos cambios exigen nuevas fuerzas conductoras, nuevos cauces, nuevos métodos, nuevos aportes a las concepciones revolucionarias. Los ensayos históricos posibilitan rescatar los aciertos y descartar los errores. Estas pruebas merecen reflexiones crítica profundas sin abrirles brechas a nuevas renegaciones.

    11-09-2016, Santo Domingo, RD.

    En homenaje al gesto heroico de Salvador Allende, 43 años después.

     http://www.alainet.org/es/articulo/180311



    No hay Socialismo sin Democracia, la Democracia necesita el Socialismo

    Los debates de la izquierda en el siglo XXI difieren de los que se alumbraron en el ya lejano siglo XIX. 

    Al optimismo vigoroso y combativo de la izquierda de esos años se le opone una actualidad que, si bien más moderada y prudente en sus objetivos, aprendió con dureza las lecciones de la historia. 

    Lo que en un principio se planteaba como un debate teórico y procedimental entre los socialistas con el objetivo compartido de construir una nueva sociedad más justa e igualitaria, se convirtió en una división insalvable ni bien comenzado el siglo XX. 

    Este texto, que forma parte del libro “Socialismo y Democracia” (Eudem, 2015), condensa las perspectivas del socialismo democrático en la actualidad.

    Alfredo Lazzeretti y Fernando Manuel Suárez
    Las discusiones que enfrentaban a reformistas y revolucionarios en las tribunas compartidas de la Internacional condujeron a una ruptura cuyas diferencias se volvieron insalvables. Ya no se trataba de un matiz teórico o conceptual, se trataba de modelos políticos concretos enfrentados entre sí por los valores y principios que los regían.
    La vía revolucionaria, exitosa en Rusia y China, mostraba un devenir político plasmado en un Estado centralizado, anti-democrático y represivo lejano a cualquier utopía igualitarista. 
    La magnitud de la cantidad de víctimas que perdieron la vida bajo estos regímenes –justificados por un presunto finalismo transformador–, resulta difícil de calcular hasta la actualidad y muestra una contundencia tal que cambia completamente los términos del otrora debate ideológico. 
    Las limitaciones de la "moderación" socialdemócrata, incapaz si se quiere de forjar un modelo alternativo al capitalismo liberal, no son siquiera comparables con las atrocidades cometidas por los regímenes comunistas. 
    No se trata ya de un diferendo de tipo procedimental: la deriva autoritaria de los “socialismos realmente existentes” tuvo un costo para la humanidad que hay que ser sumamente necio para negar o siquiera atenuar.
    Compatibilizar socialismo y democracia había dejado de ser una opción entre tantas para convertirse en una necesidad. 
    La violencia como forma de acción política debía ser desterrada, y más aún desde una visión del mundo que pregonaba por una sociedad más solidaria y justa. 
    Parafraseando a Norberto Bobbio, el fracaso de la respuesta comunista no invalidaba la vigencia de las preguntas que le habían dado origen. 
    Resultaba preciso rehabilitar la idea socialista democrática frente a los embates que querían sepultarla bajo los escombros del muro de Berlín.
    Una lección equivalente fue aprendida en América Latina tras los cruentos años del autoritarismo y, a otro nivel, por los agridulces resultados de la experiencia cubana. 
    Tempranamente, a fines de la década del 70, numerosos intelectuales y académicos inscriptos ideológicamente en la izquierda efectuaron una dura autocrítica con respecto a lo actuado en las décadas precedentes y a la infravaloración a la que habían sometido a la vigencia del régimen democrático. 
    Esa revisión, realizada en muchos casos desde el exilio, involucró a autores de diversas nacionalidades y trayectorias. No solo se trataba de realizar un ajuste de cuentas con el pasado sino también de forjar, mediante la discusión teórica y política, una propuesta alternativa en una nueva clave. 
    Así, intelectuales de la talla de Juan Carlos Portantiero, Carlos Altamirano, José Aricó, Beatriz Sarlo, Ernesto Laclau o Guillermo O´Donnell, entre muchos otros, en diálogo con otros pensadores latinoamericanos y europeos, avanzaron en una línea de investigación y de propuesta que buscaba reconsiderar el lugar de la izquierda en la democracia que se debía reconstruir en el continente. 
    En este caso no se trataba de revisar lo acontecido en el mundo soviético, con el que la mayoría de ellos ya había roto en su juventud, sino en evaluar su propia acción política e intelectual, en especial su escaso compromiso con la vía democrática y su simpatía, más o menos explícita, con la opción armada. 
    La disyuntiva de aquella retrospección fue si se trató de una "derrota"o de un "grave error político".
    Entre ellos quienes concluyeron que se trató de un error y no solo un fracaso, claramente avanzaron en la inquietud de reconciliar el socialismo y la democracia, abandonaron muchas de sus viejas referencias teóricas y se pusieron en diálogo con otras previamente descartadas. En ese panorama, las referencias a Norberto Bobbio fueron desplazando progresivamente a las de Marx o Gramsci.
    La búsqueda de un socialismo democrático viable en América Latina implicaba también indagar en el pasado, a las referencias más obvias de la malograda experiencia de la Unidad Popular en Chile, se sumó una progresiva revisión y restitución histórica a ciertas figuras previamente descalificadas por la izquierda, en especial la del fundador del PS argentino Juan B. Justo al que tanto Aricó como Portantiero le dedicaron algunas de sus más interesantes reflexiones.
    La reconciliación entre socialismo y democracia en América Latina contaba con menos antecedentes y referencias históricas que el proyecto europeo, pero, a su vez, tenía un escenario más abierto y promisorio para forjar esa unión. 
    Así, no sin dificultades, muchos de los partidos socialistas del continente vieron crecer su adhesión de manera significativa, con una propuesta que combinaba un ambicioso programa de transformaciones con un respeto irreductible de las reglas del juego democrático, alcanzando resultados electorales inéditos para este tipo de expresiones y, más importante aún, en el marco de coaliciones plurales. 
    La vinculación entre socialismo y democracia no solo representaba una maduración ideológica por parte de las fuerzas y pensadores de izquierda, sino que implicó también un considerable avance en la representación social de estas expresiones y, como consecuencia, en transformaciones concretas para las sociedades que apostaban por esta opción.
    Sin embargo, las amenazas autoritarias siguen ahí, no solo en los sobrevivientes regímenes comunistas de China, Vietnam o Corea del Norte –a los que poco les queda de “socialistas"–, sino en experiencias políticas que, sin ser decididamente totalitarias, tienen un compromiso bastante débil con la democracia. 
    En América Latina abundan las experiencias políticas que han cedido a la tentación del redistribucionismo autoritario, es decir, experiencias políticas que adoptan un discurso en favor de los sectores populares pero, so pretexto de esta vocación transformadora, avanzan en desmedro de los equilibrios republicanos y las libertades básicas. Los muchas veces mal llamados “populismos”, cuyas versiones más acabadas se ven en Venezuela y, con un cariz bien distinto, en Argentina, combinan políticas de inclusión –muchas veces limitadas, cortoplacistas y asistencialistas– con un ejercicio del poder irrespetuoso del pluralismo y hostil hacia las voces opositoras.
    Los distintos partidos socialistas han contribuido a instaurar o recuperar la democracia en todos los países del mundo. Lo han hecho de manera directa, mediante acciones políticas diversas en cada país, o apoyando desde el plano internacional mediante manifestaciones políticas y educación democrática. 
    En esta lucha, en estos primeros estadios en la configuración de un sistema democrático, no han dudado en trabajar con otras fuerzas políticas, con quienes compartían la necesaria división de poderes de un sistema republicano, la garantía por parte del Estado de derecho de los llamados Derechos Humanos de primera generación –aquellos que resguardan al individuo de la opresión del Estado–, y una visión secular para la cual la organización de la sociedad y sus instituciones encuentran fundamento en el derecho positivo por sobre cualquier creencia religiosa.
    La reafirmación del secularismo, del laicismo, como conceptos ideológicos y como políticas públicas, han cobrado vigencia a partir del resurgir del hecho religioso vinculado a organizaciones políticas. 
    A resultas del fin de la “Guerra Fría” –en particular de la derrota soviética en Afganistán– aparecieron en escena movimientos políticos radicalizados que pugnaban por crear Estados teocráticos, cuya legislación impusiera al conjunto de una sociedad una sola forma de vida y valores que hallaron su fundamento en los textos o escrituras sagradas para dicha religión. 
    No cabe duda de que estamos en presencia de modelos totalitarios ajenos por completo a concepciones pluralistas. Es necesario tener presente que los partidos socialistas democráticos, como emergente político de una ideología moderna, conciben un Estado fundado en la razón y no en la tradición, equidistante de cualquier creencia y que garantice la libertad de cultos a todas las expresiones religiosas. 
    Esta equidistancia también contribuye a respetar igualdad de géneros, a garantizar los derechos de las mujeres sobre sus propios cuerpos, a constituir instituciones más abiertas que reconozcan la diversidad sexual.
    En nuestra región vivimos un tiempo político sin precedentes. Dante Caputo, quien fuera director de sendos proyectos de estudio acerca de la democracia en América Latina expresa: “América Latina vive el periodo más prolongado de democracia. Nunca fuimos tantos los países sin interrupciones autoritarias por tanto tiempo. 
    El temor al golpe de Estado aparece cada vez más lejano. Sin embargo esto no significa que nuestros sistemas políticos estén consolidados. 
    La legitimidad de la democracia no se adquiere de una vez y para siempre. 
    Es una construcción permanente, que debe renovarse día a día y, en esa tarea, la superación de las amenazas del pasado no es garantía de estabilidad. Es erróneo pensar que una vez legítima, siempre es legítima. 
    La democracia no es un credo ni una religión; es un sistema de organización social cuya validez está siempre puesta a prueba”.
    La plena vigencia de la democracia, aun en su versión más limitada, necesita de equilibrios políticos que exceden a los propios de la república, se trata de delicados balances que deben contribuir a la fortaleza de las instituciones. 
    En ese sentido, los partidos políticos son instituciones fundamentales del sistema de representación política, así como también vehículos privilegiados para formación y selección de los candidatos a ocupar cargos públicos, sean estos legislativos o ejecutivos. Sin embargo, su rol también debe estar sometido a ciertos límites.
    La pertenencia partidaria que portan los distintos funcionarios que componen los gobiernos en sus distintos niveles no debe convertirse en la única lógica a la hora de tomar decisiones, no debe transformarse en una disciplina respecto de quien detenta poder, ni reemplazar la necesaria idoneidad e independencia de criterio que el ejercicio de ciertas funciones institucionales demanda. 
    Es por ello que no debe confundirse al Estado –sea en sus políticas públicas, como en su representación del conjunto de la sociedad– con el Gobierno o, utilizando la expresión que usan las democracias más consolidadas, la Administración, ni tampoco con el partido político mayoritario que ejerce el gobierno y que, solo en forma temporaria, representa al Estado. De esta simple distinción, de su cotidiano ejercicio, depende en gran medida la calidad de las instituciones.
    La democracia contemporánea, tal como la concebimos en su forma mínima, es el gobierno de las mayorías, cuyo fundamento es la soberanía popular expresada a través del sufragio. Esta legitimidad de origen, y dada la periodicidad con que se expresa, exige también una legitimidad en el ejercicio del poder cuyo principal componente es el respeto de las minorías, de los procedimientos que hacen posible la expresión de dichas minorías, y el respeto de las instituciones. 
    Todas las acciones de un gobierno deben priorizar el bien común y perseguir el bienestar de todos los integrantes de una sociedad, no de minorías privilegiadas o integrantes del poder. 
    Este accionar le da legitimidad de finalidad al sistema democrático, a las políticas públicas que se ejecutan, a las mayorías que son responsables de las mismas. 
    Pero si la democracia se reduce únicamente a la legitimidad de origen corre el riesgo de reducirse a una fachada, por lo general, destinada a sostener las apariencias en ámbitos internacionales, cuando en la práctica lo que se ejercita es una especie de autoritarismo plebiscitario.
    A estos delicados balances y equilibrios, debemos agregar el irrestricto respeto a la libertad de expresión y a la libertad de prensa. Y debe ser sin restricciones, porque el ejercicio de la libertad no admite dosis o porcentajes, se la garantiza o se la coarta. 
    En una sociedad plural, sus organizaciones políticas partidarias, económicas y sindicales, sociales y culturales, temáticas o de género, deben poder difundir y manifestar públicamente sus posiciones, y el Estado debe garantizar este ejercicio libre de coerciones y limitación alguna. 
    La libertad de prensa cobra particular valor en sociedades donde la información y la comunicación definen la agenda pública, a la vez que operan como caja de resonancia de las distintas opiniones políticas de un conjunto de actores. 
    La libertad de prensa está condicionada centralmente por la actitud de los gobiernos y por la viabilidad económica de las empresas de comunicación. 
    Se la corrompe cuando la cooptación, ya sea vía publicidad oficial u otros métodos, tiene la capacidad de acallar todas las voces críticas deteriorando severamente el derecho de las minorías a controlar y denunciar las arbitrariedades del poder, de la misma manera que cuando las empresas periodísticas defienden intereses de corporaciones económicas y hacen abuso de posiciones dominantes en los mercados de la comunicación. 
    Por lo tanto, resulta imprescindible tanto la vigencia de regulaciones legislativas que garanticen la pluralidad de voces, evitando así el abuso de posiciones dominantes, como aquellas que limiten los montos presupuestarios, contenidos y formas de distribución, de los fondos públicos que se destinan a difundir las acciones de gobierno de diversa índole.
    Ahora bien, esta forma de entender la democracia plantea al ideario socialista un doble desafío: por una parte, la lucha por su plena vigencia del sistema democrático que exigirá una permanente observancia de su efectivo cumplimiento y la actitud de controlar (y eventualmente denunciar) que el ejercicio de los sucesivos gobiernos no degrade sus formas ni viole sus contenidos; por otra, que resulta condición necesaria obtener el respaldo electoral que permita impulsar una política de reformas cuyo objetivo central sea concretar, a través de diversas acciones de gobierno, los Derechos Humanos de segunda y tercera generación. 
    Esto es pasar de los derechos formalmente reconocidos a los realmente vividos por los habitantes de un país, en un proceso expansivo de construcción de ciudadanía.
    Los derechos al trabajo decente, a una vivienda digna, a una educación y salud públicas de calidad, a la seguridad alimentaria (o más concreto, a erradicar el hambre y la indigencia) y a la seguridad social, necesitan de firmes políticas públicas distributivas y redistributivas de la riqueza, producto de fuertes regulaciones que no pueden implementarse sino es a través del Estado. 
    La preservación del medio ambiente, como una forma clara de solidaridad generacional, y la defensa de los derechos del consumidor –que no es más que la defensa de las mayorías que sufren abuso de las grandes corporaciones económicas– necesitan de idéntica tutela.
    La existencia de fuertes organizaciones de trabajadores, en un marco de pleno respeto de la libertad sindical, determinarán un equilibrio entre las fuerzas del trabajo y del capital que, a través de diversos mecanismos, como las convecciones colectivas, los comités de seguridad e higiene del trabajo, y los consensos de largo plazo, lograran una justa distribución de los beneficios económicos resultante del proceso productivo. 
    Las formas cooperativas de producción y consumo, donde no existe fin de lucro ni acumulación individual de capital, dan respuesta a un gran abanico de necesidades materiales de forma autogestionada, eficiente y promoviendo la educación cooperativa, llevando la democracia al campo donde se la resiste con mayor hostilidad: la economía.
    Hacer sostenibles en el tiempo la garantía de tales derechos plantea a los socialistas a nivel regional el impostergable desafío de impulsar un proceso de consistentes reformas a los sistemas impositivos, con el objetivo de hacerlos progresivos y evitar así la excesiva concentración de la riqueza. 
    La reducción de la pobreza observada en la pasada década en nuestra región debe sustentarse sobre bases más sólidas que las eventuales mejoras en los términos del intercambio producto de la irrupción de China e India en el mercado de productos primarios. Estas reformas, sin dudas, representan un gran desafío para los sistemas democráticos y requieren de amplios consensos sociales, en particular entre sectores populares y clases medias, para su exitosa implementación. 
    Esta reforma tributaria es la llave para reducir la desigualdad de los ingresos y garantizar para al Estado los fondos necesarios para brindar servicios públicos de calidad de alcance universal. 
    Esta redistribución de la riqueza cierra el círculo virtuoso que, junto a la mediada puja entre capital-trabajo, forja el derrotero reformista deseable hacia la eliminación de la pobreza y la inclusión social.
    La democracia política debe ser entendida como el ámbito plural desde donde impulsar fuertes transformaciones económicas y sociales, pero también como sistema político que permite su auto-transformación. 
    Como expresara Guillermo O´Donnell: “Una virtud de la democracia es que no hay forma de cerrarla, es un horizonte siempre abierto. Esto implica dos cosas: gran frustración, ya que no todos los derechos se realizan efectivamente en el presente, pero también esperanza, en la medida en que siempre será posible luchar por esos derechos. Este carácter abierto es el corolario más fuerte de la idea de agencia”.
    Lo que para pensamientos conservadores y liberales es un sistema acabado de representación, para el socialismo democrático es solo una parte del sistema representativo: es preciso fortalecer y profundizar los mecanismos de democracia directa y participación popular. 
    Desde los plebiscitos, pasando por referéndums y audiencias públicas, hasta los mecanismos de revocatoria de mandatos, deben implementarse con periodicidad, para que el pueblo de forma directa decida sobre asuntos de la agenda pública. 
    La participación de quienes producen y trabajan, de movimientos sociales, mediada a través de consejos económicos y sociales, también complementa el sistema democrático representativo.
    La democracia y las instituciones republicanas demandan la acción política socialista para expandir sus límites, para garantizar que el conjunto de habitantes de un país pueda ejercer sus derechos políticos en plenitud. 
    Pero más aún, para poner fin a la opresión de la indigencia, la pobreza y la exclusión; para garantizar los derechos sociales y la mejora sostenida de la calidad de vida. 
    Se debe concebir a la solidaridad como fuerza privilegiada de inclusión social, que permita disfrutar desde un piso mínimo de dignidad humana, sin distinción de sexo, raza o religión, de una libertad plena, no ya solo a título individual y sino como conjunto social.
    Estos valores fueron durante los últimos 160 años una fuente de inspiración para millones de mujeres y hombres, que han luchado por mayor Igualdad, más Libertad y mejor Democracia. 
    Hacemos nuestras las palabras del filósofo y líder socialista francés Jean Jaurès: "la Democracia es el mínimo de Socialismo, el Socialismo es el máximo de Democracia". 
    Este debe ser el rumbo. De las fuerzas socialistas democráticas dependerá, en parte, que se siga avanzando en la nunca finalizada lucha por más Igualdad, que es en definitiva la búsqueda de la emancipación de los pueblos, en Democracia y Libertad.
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