El multimillonario ejecutivo Donald Trump está sacudiendo la política nacional desde que se dejó caer en la concurrida lista de candidatos republicanos a la presidencia de Estados Unidos.
Contra todos los pronósticos y ante la sorpresa de los analistas, las violentas acusaciones a los inmigrantes sudamericanos y su guerra mediática contra otros candidatos ha catapultado a este famoso empresario.
Las últimas encuestas apuntan a Trump como el favorito entre los conservadores para plantar cara a Hillary Clinton –quien no tiene rivales reales dentro del Partido Demócrata– en las elecciones presidenciales del año que viene.
Cuando anunció su candidatura a la Casa Blanca, muchos subestimaron al personaje en el que se ha convertido y el potencial que podría tener en las primarias republicanas. Su ‘boom’ mediático y las primeras encuestas fueron una sorpresa, pero lo es aún más que en octubre todavía siga siendo la primera opción de las bases conservadoras.
Muchos piensan que Trump no es un serio candidato a la presidencia, pero quizás sí para alzarse con la nominación republicana dentro de un partido fracturado y cada vez más a la derecha.
El auge en el panorama político estadounidense de Trump
Hace muchos años que en el Partido Republicano no había una voz tan contundente que motivara, como parece que está haciendo, al electorado conservador.
En las bases más retrógradas gusta su arrogancia, su imagen de hombre de negocios poderoso y que detesta al stablishment de Washington – pero con esto no se llega al poder.
Sus comentarios fuera de lugar hacen que Trump esté presente todos los días en todos los periódicos, lo que alimenta su popularidad y su inabarcable ego.
La personalidad, los conocimientos y su estilo poco ortodoxo pueden llamar la atención de las bases más beligerantes, pero hay varios motivos que apuntan a que su candidatura está, a largo plazo, condenada al fracaso.
Demasiado polarizante
Su absoluta falta de humildad es un problema demasiado difícil de superar en un país que necesita del bipartidismo.
La polarización ideológica es cada vez mayor en los Estados Unidos –como se ha puesto de manifiesto bajo la presidencia de Barack Obama.
La arrogancia de Trump le puede servir para venderse ante las bases más conservadoras y reforzar su carisma, pero para ser presidenciable también hace falta el consenso y el acuerdo, algo que parece quedar muy lejos del magnate.
En Estados Unidos hay muchas sensibilidades y no se puede ganar nada únicamente contando con el voto ultra. Aunque su estrategia fuera un fracaso, los últimos candidatos del GOP, John McCain y Mitt Romney, demostraron esa necesidad por una versión más centrista, pragmática y moderada.
Implosión republicana
Donald Trump ha sabido posicionarse rápidamente con un discurso radical. Quiere ganar a sus rivales republicanos a toda costa, pero su obsesión a corto plazo hace más daño a los republicanos que al verdadero enemigo electoral, los demócratas.
Trump se ha mofado del hecho que John McCain fuera capturado en la Guerra del Vietnam –mientras él salía de fiesta por la Gran Manzana–, ha dado el teléfono de Lindsey Graham en público y ha asegurado que “aunque ahora Rick Perry lleve gafas para parecer inteligente, no le funciona”.
Graham es un candidato de segunda fila que no supone ninguna amenaza. Perry ya se ha retirado de la carrera presidencial sin ganas de repetir el estrepitoso fracaso del 2008. Scott Walker, una de las grandes promesas conservadoras, también ha renunciado tras no poder demostrar nada y lo ha hecho pidiendo el voto para Trump.
En su estrategia para menoscabar a sus rivales, el empresario ha llamado “payaso” a Marco Rubio y se convierte en un espectáculo cada vez que se mofa de la falta de carisma y expresividad de Jeb Bush y le habla con una condescendencia insultante.
El meteórico ascenso de Trump ha llevado a todos los candidatos a abalanzarse contra él para intentar conseguir votos. Los que están en la cola de las encuestas, como Bobby Jindal o Rand Paul, lo han intentado con más fuerza pretendiendo mediatizar su discurso, aunque sin resultado alguno.
En esta pugna por la nominación presidencial, los republicanos han conseguido lo contrario de lo que se proponían: apartar a Hillary del foco y centrar todo el protagonismo en Trump.
El voto latino
Si hay una tendencia demográfica clara en Estados Unidos es que los latinos son cada vez más y que su peso electoral es cada vez mayor. Mientras que los demócratas han sabido sacar tajada de ello, los republicanos hace años que siguen sin adaptar su discurso para ganar electorado en este colectivo.
En 2012, Mitt Romney consiguió solo un 27% del voto hispano. Las medidas de Obama en el plano de la regularización de inmigrantes, la expansión del sistema sanitario y el deshielo con Cuba, han contribuido a profundizar la herida entre Republicanos y latinos.
McCain falló, Romney falló y los Republicanos no quieren que suceda lo mismo en 2016. Bush, Paul, Rubio y Huckabee se han mostrado más abiertos con los hispanos, conscientes de que la oportunidad de devolver la Casa Blanca a los conservadores pasa por ellos. Trump ha hecho exactamente lo contrario y en su primer discurso acusó a México de enviar a “drogadictos y violadores”.
Su enfrentamiento con la prensa hispana ha recrudecido aún más el tema. Ni con un alud de críticas Trump se ha retractado, lejos de hacerlo ha endurecido su discurso de blindar la frontera con México por los peligros que de allí vienen.
Un candidato que no sabe tener en cuenta el factor tan determinante que suponen 55 millones de personas latinas no puede ser un candidato serio.