Artículo escrito por Rodrigo Bernardo Ortega
Bajo el infundado pretexto de que el gobierno iraquí de Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva, la llamada “Coalición de la voluntad” liderada por los Estados Unidos, invadió Irak en 2003 y abrió una caja de pandora cuyas consecuencias repercuten hasta hoy.
Según el entonces presidente George Bush, el gobierno de Hussein poseía armas biológicas y químicas que serían utilizadas en contra de la población civil, algo que fue totalmente desmentido por diversos informes de la ONU. Por el contrario, fue la misma administración Bush la que se opuso en 2001 a la firma de un convenio internacional que prohibía el uso de armas biológicas, aduciendo que este acuerdo “pondría en riesgo la seguridad nacional e información confidencial”.
Con el mismo argumento, Estados Unidos se negó a firmar tratados relativos a la limitación del contrabando de armas ligeras, el protocolo de Kioto (referente a la protección del medio ambiente) y el establecimiento de la primera corte penal permanente (https://www.rebelion.org/hemeroteca/dieterich/guerra290502.htm).
En efecto, ha sido el Pentágono quien ha desarrollado complejos laboratorios para producir armas biológicas y químicas en detrimento de grandes poblaciones.
Algunos ejemplos de la intervención norteamericana al respecto fueron las guerras de Corea y Vietnam, los intentos de asesinato a los líderes Fidel Castro y Patrice Lumumba y la utilización de agentes químicos en la erradicación de plantaciones de coca en Colombia.
La estrategia de la Casa Blanca presenta dos aristas: por una parte, busca chivos expiatorios para culparlos de la producción de armas químicas, mientras por otra, desarrolla proyectos masivos en la creación de agentes biológicos con los que busca amenazar al mundo.
La vocación bélica de un país como Estados Unidos no tiene límites, por lo que a diario genera nuevas estrategias para el control territorial.
La Casa Blanca es consciente que la utilización de armas nucleares sería un acontecimiento apocalíptico debido a que la respuesta eventual de naciones como Corea del Norte, Rusia o incluso Pakistán podrían desencadenar un conflicto sin precedentes.
Por tal motivo, el poder central en Washington ha buscado alternativas para ejercer el mismo dominio a las poblaciones sin levantar demasiadas sospechas.
Sumada a la presencia militar que según algunas estimaciones es del 70% en la totalidad del globo (es decir que hay tropas norteamericanas en al menos 134 países del mundo), existen evidencias suficientes para creer que Estados Unidos posee “centros de investigación biológica” que no son más que laboratorios de producción de armas químicas.
Por eso no sorprende que la presidenta brasilera Dilma Rousseff haya sido sustituida sin justificación y su remplazo, Michel Temer, sea un socio del Pentágono.
Desde esta perspectiva, el gobierno de Rousseff significaba un obstáculo para Estados Unidos y su plan de posesión estratégica de la Amazonía.
Con Temer en el poder resulta mucho más fácil continuar con las investigaciones secretas que, dicho sea de paso, ya cobraron sus primeras víctimas. En 2012, ocho militares brasileros se infectaron con un virus desconocido en la zona amazónica, pero el acontecimiento se mantuvo en total hermetismo debido a la polémica que hubiera podido desatarse.
Sin embargo, es muy complejo ocultar el plan que el gobierno de Estados Unidos tiene con el control fáctico de la Amazonía y que consiste además de la explotación de los recursos naturales, en la creación de una poderosa arma biológica en detrimento de la humanidad.
Ahora bien, llama poderosamente la atención que la Casa Blanca haya escogido a la Amazonía como su centro de operaciones biológico.
Además de las razones físicas y geográficas mencionadas con anterioridad, América Latina -una zona tradicionalmente libre de tensiones militares a gran escala- representa un punto neurálgico para la expansión del control territorial norteamericano.
Es importante destacar que América Latina y el Caribe es una región del mundo comprometida con la paz mundial.
El 25 de abril de 1969, 33 naciones del subcontinente se comprometieron mediante el tratado de Tlatelolco a rechazar el desarrollo de armamento nuclear.
Sin embargo, este acuerdo no le restó importancia al interés del Pentágono pues desde entonces, Estados Unidos, Francia y la OTAN poseen 39 bases militares en todo el subcontinente latinoamericano dada su relevancia en términos estratégicos (http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article2019).
No en vano en la zona compartida por los Estados de Brasil, Perú y Colombia se encuentran las reservas más importantes de agua dulce del mundo, aproximadamente 6.950 km3 lo que equivale al 26% del agua dulce utilizable del planeta. Sólo en la cuenca amazónica se encuentra el 16% de esta reserva (http://www.ecologiahoy.com/reservas-de-agua-dulce-en-el-mundo ).
Por esa razón resultaría fácil y efectivo para el gobierno norteamericano producir una enfermedad capaz de devastar a poblaciones enteras con el fin último de hacerse con el control del “pulmón del mundo”.
Si se observa con detenimiento el mapa del mundo, se podrá determinar la estrategia de control territorial que pretende el Pentágono.
De una parte, un centro biológico ubicado en el país con mayor cantidad de fieles musulmanes del mundo y cuya población oscila entre los 260 millones de habitantes (Indonesia), es un claro desafío para potencias como China y Rusia debido a su cercanía geográfica.
En otros términos, la propagación de una bacteria en todo el continente asiático sería cuestión de días o incluso horas.
De la misma manera, la situación geográfica de Egipto tan cerca al Medio Oriente significaría una amenaza para todos los países musulmanes de la región que contravengan los caprichos de la Casa Blanca.
En Kenia, ubicada en el corazón de África, provocaría un desastre de magnitudes monumentales, lo que se convertiría en una forma de control sobre el crecimiento de las poblaciones en sur del globo (una preocupación latente de Estados Unidos y las naciones de Europa cuyas poblaciones se han envejecido paulatinamente).
En efecto, llama la atención que estos laboratorios biológicos se encuentran en el otrora llamado tercer mundo por lo que la propagación de un virus para reducir la población mundial no es una idea descabellada.
A propósito de lo anterior, algunas investigaciones han arrojado que el virus ébola fue creado en laboratorios biológicos estadounidenses para ser usados como un arma silenciosa de control territorial y poblacional en África.
Según los estudios, existen cuatro variantes del ébola siendo la cepa actual la más virulenta y cuyo origen se circunscribe al Zaire y algunas aldeas aledañas.
Lo más inquietante del caso es que en estos laboratorios trabaja personal tanto civil (especializado en bacteriología y epidemias) como militar, y en ambos casos poseen estatus diplomático lo que implica la inmunidad frente a las autoridades del país receptor, el envío de valijas sin ninguna clase de control y la violación en ciertos casos de la soberanía nacional sin tener ninguna clase de limitación a su accionar.
Dentro del transporte diplomático se pueden enviar muestras de bacterias y posibles curas, por lo que sin saberlo actualmente puede existir un intercambio sin control de enfermedades. Lo que sí es seguro es el deseo de Estados Unidos por encontrar virus más potentes y devastadores.
En Fort Detrick, el centro de desarrollo de armas biológicas ubicado en Maryland, Estados Unidos, se están desarrollando tres tipos de agentes químicos-bacteriológicos: la aflotoxina, una proteína que produce determinados hongos causantes de daño hepático y cáncer; el híbrido de virus de influenza y virus ébola, una combinación fatal con el propósito de la erradicación de grandes porciones de población; y la toxina botulínica, la sustancia más venenosa que se conozca pues se requiere sólo un gramo de esta sustancia para matar a un millón de personas luego de ser inhalada (http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article2019).
Estas son tan solo tres de las diversas combinaciones de los agentes biológicos que el ejército y científicos de los Estados Unidos pueden crear para dominar a su antojo a la población mundial.
En consecuencia, las armas biológicas son instrumentos con fines bélicos y de control poblacional de microorganismos (bacterias, virus, hongos, parásitos, entre otros) y sus productos para devastar una región o país.
Actualmente Estados Unidos cuenta con al menos una decena de laboratorios, dos de los cuales se encuentran ubicados en la Amazonía y cuyas investigaciones pueden derivar en un serio problema de seguridad para el continente latinoamericano y, por extensión, para el mundo entero.
Si se toma en cuenta que las bases militares en un país como Colombia hacen parte del control fáctico del imperio norteamericano, los laboratorios fungen como “centros de investigación” que lejos de cumplir con su aparente propósito, complementan la labor militar del dominio territorial.
En caso de que lo recursos estratégicos vayan disminuyendo considerablemente, el Pentágono ya tiene en curso un plan para la aniquilación silenciosa de la humanidad esta vez mediante una peste artificial que le permita manejar a su antojo los destinos del mundo.
Rodrigo Bernardo Ortega
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