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lunes, 30 de octubre de 2017

ESPAÑA existe como PAÍS... de pura CHIRIPA

ESPAÑA, UN PAÍS DE CHIRIPA

Nuestros libros de texto siguen llenos de gloriosos episodios nacionales, pero realmente España es lo que es y como es de pura chiripa.

Veamos algunos ejemplos. 

Si no hubiese muerto en 1500 Miguel de Paz, hijo de Manuel el Afortunado e Isabel, la primogénita de los Reyes Católicos, igual actualmente España incluía a Portugal (aunque luego lo conquistó Felipe II por las bravas). 

Y si en 1509 no hubiese muerto a las pocas horas de nacer el príncipe Juan, hijo de Fernando el Católico y su segunda esposa, Germana de Foix, quizás Aragón, Cataluña, Valencia, etc. hoy serían territorio extranjero, y nuestros estudiantes dirían: “Me han dado un Erasmus en Barcelona” o “Me voy a buscar la vida en Valencia, porque en España está la cosa imposible...”

De chiripa sobrevivió la monarquía hispánica a la pelotera que se lió en torno a 1640, ya que de los movimientos secesionistas que estallaron por aquellos años y que afectaron a Andalucía, Vizcaya, Aragón, Cataluña y Portugal, sólo triunfó este último. 

Por cierto, Cataluña se proclamó república independiente mientras cantaba Els segadors (“Bon cop de falç!-¡Buen golpe de hoz!”) y las tropas de Felipe IV no entraron en Barcelona hasta 1652. ¿Les suena de algo? ¿Cuánto tardará Felipe VI en entrar triunfante en Barcelona? ¿Qué piensan? ¿Más o menos de doce años?

A finales de ese mismo siglo reinó en España Carlos II, un monarca flojucho y estéril. Aprovechando la ocasión, las potencias europeas decidieron repartirse nuestro súper imperio como si fuera un pastel. Según dichos planes, Guipúzcoa pasaría a Francia. Y de chiripa no fue así porque al final los mismos estados que tramaron el expolio se enredaron a partir de 1701 en una larga guerra que concluyó con la instalación de los Borbones en España. 

Por cierto, hasta 1714 las tropas de Felipe V no entraron en Barcelona. El nuevo rey le aplicó a Cataluña, como al conjunto de la Corona de Aragón, “el artículo 151” (entonces denominado Decretos de Nueva Planta). ¿Sirvió para algo? ¿Ayudó realmente a la consolidación de la unidad de la patria y tal y tal? Digan, digan…

En 1812 Napoleón segregó Cataluña de España y la integró en el imperio francés. Si el emperadorcito gabacho no hubiese luego sido derrotado en Waterloo, lo mismo ahora en aquella (¿región?, ¿república?) no se hablaría ni español, ¡ni catalán! 

Durante ese mismo siglo, la unidad nacional sobrevivió de chiripa a tres guerras carlistas (que llegaron a montar un estado propio con capital en Estella) y a una guerra cantonal que, en 1873, pretendiendo construir el estado federal “desde abajo”, casi dinamita el país en veinte mil partículas. 

Y al final de la centuria llegaron los nacionalismos… 

Por cierto, cuenta Baroja en El árbol de la ciencia que la misma tarde en que se conoció la pérdida de Cuba “todo el mundo iba al teatro y a los toros tan tranquilos; aquellas manifestaciones y gritos habían sido espuma, humo de paja, nada.” Así era el patriotismo patrio. 

¿Pasará ahora igual? ¿Se esfumará todo esta orgía de banderas ante un gol de Messi o de Ronaldo? Opinen, opinen…

Vamos terminando, no se preocupen. 

Alfonso XIII, al que los españoles/as pusieron pacíficamente de patitas en el exilio, tuvo varios hijos. 

El primogénito, Alfonso, se casó con una plebeya y tuvo que renunciar al trono. El segundo, Jaime, renunció porque era sordo y, por lo tanto, mudo. 

Así, de chiripa, la sucesión recayó sobre Juan, aunque Franco, por “joder”, nombró sucesor a Juan Carlos, su hijo…

Con todo este “rollaco”, lo que queremos decir es que 
en la definición de nuestro modelo de estado 
y nuestro marco territorial el pueblo no ha pintado prácticamente nada 
ni ha decidido realmente nada importante. 

Por eso, una vez más, nos unimos a toda la gente que desde hace un tiempo viene reclamando un proceso constituyente que sitúe al pueblo español como único protagonista de su destino. 

Mientras no sea así, España seguirá siendo un país de chiripa dinástica y componenda elitista en conflicto permanente consigo mismo.

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