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miércoles, 11 de octubre de 2017

Catalunya: Son los estúpidos que nos enfrentan, estúpido.... esos que prefieren morir matando

Morir matando

Por Ramón Cotarelo
El enfrentamiento se agudiza e intensifica. El PSOE ha sido engullido en la espiral patriótica de la derecha. 


Estos socialistas son muy modernos, están en internet, pero su mentalidad sigue anclada en algún tiempo anterior. Seguramente el del juez que procesó a unos titiriteros.

Se ha formado un gobierno de unión nacional, un tripartito con una “derecha” jingoista en C’s, una “izquierda” chauvinista en el PSOE y un PP oligárquico de ordeno y mando que aprovecha para presentarse como “centrista”. 

Los tres blanden el 155 como un ultimátum en dos tiempos: el lunes, cuando la Generalitat ha de aclarar si se ha proclamado o no una DI y el jueves siguiente en caso de “sí”, para rectificar, esto es, retirar la DI so pena de aplicación del 155. 

Obsérvese que es un ultimátum sin alternativa porque tanto el “sí” como el “no” tienen el mismo efecto: la derrota. 

La diferencia aparente es que un caso lleva directo al 155 y el otro, no. Pero eso es falso porque el gobierno ya procede con un 155 no declarado: la presencia del contingente armado, su desaforada actuación, los buques atracados en puerto, la intervención de las cuentas de la Generalitat entran perfectamente en el elástico concepto de “medidas necesarias” que prevé dicho artículo. 

Así que la amenaza del ultimátum reside en la legalización de la arbitrariedad gubernativa, porque, obviamente, cada cual interpreta las “medidas necesarias” como le da la gana.

Esa es la respuesta del gobierno y la oposición en el tripartito del “¡a por ellos!” a la DI del Parlament y su periodo de carencia en demanda de diálogo y negociación de igual a igual

A los efectos mediáticos, esto se concreta en la banda de los tres contra el MH. Los aficionados al cine recordarán la escena cumbre de Solo ante el peligro

El resultado solo puede ser uno: responder “sí”. Esto deja tres días para proclamar la DI de modo definitivo, sin plazo de espera ya que la otra parte lo ha rechazado.

Con el ultimátum, el gobiernoposición exige una rendición sin condiciones, algo que el campo independentista no va a aceptar.

El gobierno lo sabe y sigue pues su propósito es el de vencer con escarmiento. 

Para enmascarar o endulzar la amargura que muchos socialistas sentirán respaldando una decisión tan injusta como inútil, hablan de una reforma de la Constitución a la que se ha sumado el PP, como si eso tuviera el más mínimo valor. 

Realmente, para la izquierda española, Cataluña ha sido una apisonadora. ERC ya ha hecho saber que no participará en ninguna reforma un texto al que no otorga otro valor que el de ser un cerrojo para las aspiraciones del pueblo catalán y, en realidad, de todos los pueblos de España, si las tuvieran.

Esta negativa cerrada a todo diálogo tiene un vicio de salida y otro de llegada. El de salida: al bendecir la aplicación del 155, el PSOE está legalizando la dictadura. 

La citada provisión de las “medidas necesarias” obviamente dejan al arbitrio del gobierno cuáles puedan ser. De este gobierno, el de la Ley Mordaza y la de Seguridad Nacional. 

El artículo 155 configura una especie de dictadura constitucional schmittiana. 

El de llegada: aun suponiendo que la gestión del 155 no genere crisis y tumultos de variado orden, el final parece ser la convocatoria de elecciones autonómicas. 

No es de esperar que se preste atención al portavoz Casado y se prohíban los partidos independentistas, aunque, con esta tropa, nunca se sabe. Y, de darse las elecciones y repetir mayoría absoluta independentista en el Parlament, ¿qué proponen los del tripartito patriótico? ¿Repetir este proceso?

¿A qué puede deberse esta obstinación en ir contra una práctica -el referéndum- que tarde o temprano acabará dándose? 

¿Por qué empeñarse tan tozudamente en que los catalanes no decidan por sí mismos? 

Sin duda por adhesión rígida a cuestiones de principios del tipo de “la soberanía no se negocia” dicho por un gobierno que negocia con todo, la salud, la educación, la seguridad, las pensiones, el paro, todo.

Pero, más importante que eso y algo que determinará la evolución de este conflicto entre la salida y la entrada, es el punto de vista, la convicción con que el gobierno y sus aliados abordan la llamada “cuestión catalana”. 

A la idea de que la política del garrote convence a la gente, los más entendidos cuentan con el efecto de la puta i la Ramoneta y dan por cierto que el movimiento independentista remitirá, que habrá una desmovilización general. 

Un momento especialmente crítico se avecina también el lunes, cuando están citados en la Audiencia Nacional el Mayor de los Mossos, Trapero y los líderes de Ómnium Cultural (Cuixart) y de la ANC (Sánchez). 

Habrá que ver si los interesados abordan la situación en términos estrictamente procesales o si le dan un giro político y cuál sea la actitud del juez. 

De la que dependerá también la reacción de la calle, pues la ANC y Ómnium son la columna vertebral social del independentismo catalán. 

Será en esta ocasión o en la siguiente cuando el tripartito vea que está en una vorágine de acción/reacción social muy peligrosa.

La petición de Unidos Podemos de que se renuncie al 155 y el gobierno se vaya si no dialoga es muy sensata pero inviable. 

Los que incendiaron la pradera en 2006 y 2010 vienen hoy a apagar el fuego con gasolina, apaleando físicamente y humillando moralmente.

Catalunya: que decidan los Lannister

Ned Stark es ejecutado en la primera temporada de Juego de tronos. Sin embargo, es precisamente su derrota la razón de su triunfo. 
La historia que arranca con su muerte es la popularización de lo que es justo y el comienzo de una nueva legitimidad.  
Toda la serie tiene sentido porque la crueldad de quienes le ejecutan ensancha el espíritu justo de la política y aumenta la conciencia. 
En 1936 lo dijo Unamuno en la vida real a los amigos del Partido Popular: “venceréis, pero no convenceréis”
Franco se despidió como llegó, fusilando, y los fusilamientos de septiembre de 1975 fueron la prueba más evidente de que más temprano que tarde, el franquismo terminaría en el basurero de la historia.
Ya se sabe que Rajoy llenó Catalunya de independentistas cuando se echó a la calle a recoger cuatro millones de firmas -el diez por ciento de los españoles- contra el Estatut. Luego, un Tribunal Constitucional en donde había colocado a afiliados y afines sustituía al Parlament catalán, al Parlamento español y al referéndum en Catalunya, pateando la Constitución -que no le entrega en ningún lugar a los jueces hacer nuestros estatutos de autonomía-. 
La estrategia judicial del PP viene de lejos. 
No en vano, el 100% de sus tesoreros estás imputados por corrupción. 
Necesitan controlar espacios judiciales para no terminar en la cárcel, y necesitan controlar España para que su condena no se haga efectiva
Por eso, como han hecho siempre, confunden España con sus intereses. Aunque les sobren millones de españoles. 
Lo dijeron Rafael Hernando y Pablo Casado antes de fotografiarse con Vargas Llosa: los españoles asesinados por Franco no eran verdaderos españoles.
Las cosas que mal empiezan mal acaban. Suárez trajo a Tarradellas para decir Ja sóc aquí y para frenar la victoria de la izquierda. Con esa legitimidad se inventaron el pujolismo. 
Cuando Artur Más, Junqueras y Puigdemont decidieron jugar la baza independentista no pactada con el único fin de los Convergentes de evitar que ganase la izquierda en Catalunya y olvidar su pasado pujolista, entró en una pendiente que podía salir por cualquier lado porque era una alianza contra natura. 
Siempre que la izquierda se ha aliado con la derecha ha salido peor que trasquilada. 
Porque la dirección política del Proces, sea del PdeCat o de Esquerra Republicana, siempre tendrán la baza de pactar con la dirección política del Estado (de hecho, siempre han pactado, sea con el PP o con el PSOE, con la anuencia de la Casa Real que ha vuelto a demostrar que no sabe entender otros tiempos que no sean los de su borbonear), pero la movilización popular que quiere votar está siendo engañada día a día
Si no le piden cuentas a los que les mintieron prometiéndoles que la independencia caería del cielo es porque a Rajoy le vino bien apalear a los catalanes el 1-O para contentar a las fieras que ahora se están despertando. En el referéndum del Estatut en 2006 no votaron más de la mitad de los catalanes. 
La humillación es una gran movilizadora y el pueblo catalán parece haber olvidado quiénes son los responsables del vaciamiento democrático en Catalunya durante la crisis.
Es de agradecer que el Gobierno catalán no haya declarado la independencia, aunque la forma en la que lo ha hecho tiene maneras de sainete. Pero da igual: iban a declarar la independencia y no lo han hecho. 
Puigdemont, como los niños que amagan el castigo, pide ahora diálogo entre murmullos, con el comprensible enfado inocente de las CUP. Tensar no ha sido inútil. Es una mano brindada para quien quiera verlo. Pero hay demasiadas anteojeras.
El PP, arengado por locos que viven la política como una suerte de venganza -y no se engañen: ahí está Albert Rivera de Ciudadanos-, y arropado por un PSOE que se está mereciendo seguir la senda de los socialistas franceses, italianos, alemanes o griegos, decide pasar el rodillo del estado para colgar en una pica delante de la sede de de Génova la cabeza de los independentistas. Es decir, dándole al independentismo la legitimidad que aún no tiene. 
O como me dice un amigo, haciendo verdad la afirmación de que Catalunya no tiene encaje en el marco de España. 
Profecías autocumplidas por culpa de los mediocres que gobiernan España. Con apenas el 30% de los votos.
Bajará el polvo y entonces veremos todos con claridad los que tienen las ropas manchadas de odio y los que están pidiendo “diálogo, diálogo, diálogo”. 
Los independentistas han logrado, como viene ocurriendo en España desde siempre, que los conflictos políticos y territoriales se conviertan en conflictos europeos (ahí está la guerra de sucesión, la guerra de la independencia, los cien mil hijos de San Luis o la guerra española, mal llamada civil, que existió solo porque Hitler y Mussolini ayudaron a Franco)
Europa nunca nos ha querido ayudar sino articular nuestra suerte en virtud de sus intereses. Nadie imagina que un conflicto en Francia o en Alemania lo vaya a solventar Europa. Somos un reino bananero.
Es terrible que el PP, Ciudadanos, Vox y el PSOE entiendan Catalunya no como un reto democrático sino como una manera de ganar votos -o no perderlos- en el resto del Estado. Son esas alianzas de reyezuelos enJuego de tronos que todo lo empeoran. 
Los independentistas, en una mirada simplista, creen que basta querer romper un Estado para que pase. Ese error de diagnóstico que tanto desesperaba a Marx. 
Los partidos tradicionalistas (también está aquí Ciudadanos, que quiere sustituir al PP) tienen una idea de España que sigue siendo la de Cánovas del Castillo -España imperial, católica, centralista, monárquica, bipartidista, clientelar y represora-. 
Podemos está en su soledad diciendo que las declaraciones unilaterales de independencia son demenciales, que el PP está intentado tapar la corrupción, que Ciudadanos está gritando más alto que el PP para que se le oiga (como hizo el PSOE respecto del PCE en la transición), y que el PSOE está asustado porque Sánchez no controla a sus diputados y Susana Díaz habla directamente con Rajoy de española de ayer a español de antesdeayer.
Los catalanes van a terminar votando. Lo sabíamos todos y ahora también lo sabe Europa. Cuanto más tarden en hacerlo, más desconfianza con España. 
Lo dijo Carles Campuzano, del PdeCat, en el encuentro de Zaragoza: hay otra España con la que pueden hablar. 
La que quiere dialogar, la que dice que aplicar el 155 es vencer pero no convencer, la que quiere que Catalunya se quede en España pero no de rodillas. 
Si renunciamos a la política, al final, lo que pase en Catalunya lo va a decidir la economía. La suerte del Proces será lo que hagan las grandes empresas. Y éstas harán lo que les diga Europa. 
Y como siempre, habremos demostrado nuestra minoría de edad democrática y tendrán que venir de fuera a solventar los problemas que no somos capaces de enfrentar de la manera que siempre, a toro pasado, lamentamos: ¿es que a nadie se le ocurrió empezar a dialogar?

Son los estúpidos, estúpido


Máximo Pradera
Contra todo pronóstico, Bill Clinton le ganó las elecciones en 1992 a George Bush con un eslogan que hoy se ha hecho mundialmente famoso: Es la economía, estúpido
Sin negar el peso que la crisis económica y los recortes de la derecha catalana están teniendo en la crisis independentista, el hecho de que las decisiones políticas estén en manos de cabezas que embisten en vez de pensar (Antonio Machado dixit), me lleva a proponer a los lectores de blico esta paráfrasis del expresidente americano: Son los estúpidos, estúpido. 
Es decir, son los pseudointelectuales e intoxicadores políticos y mediáticos, que enturbian y manipulan el debate, la información y el lenguaje y emponzoñan nuestra convivencia a diario, el problema más serio que tenemos que afrontar los españoles, tanto dentro como fuera de Cataluña. 
No es posible salir del bucle del Proceso si no hacemos un esfuerzo deliberado por impedir que nos embistan para exigir que nos inviten a pensar.
Como mi abuelo materno fue cofundador de Falange (Rafael Sánchez Mazas tenía el carnet nº 4 del Partido) y mi tío Juan José Pradera fue Delegado Nacional de Prensa y Propaganda del Movimiento, me voy a permitir un pequeño homenaje familiar: una cita de una conferencia de José Antonio Primo de Rivera, pronunciada en Madrid en 1935: 
Para adueñarse de la voluntad de las masas hay que poner en circulación ideas muy toscas y asequibles; porque las ideas difíciles no llegan a la muchedumbre; y como entonces va a ocurrir que los hombres mejor dotados no van a tener ganas de irse por las calles estrechando la mano del honrado elector y diciéndole majaderías, acabarán por triunfar aquellos a quienes las majaderías les salen como cosa natural y peculiar. 
Todos teníamos la ligera sospecha de que las soflamas que llevamos soportando por parte de los dos bandos desde hace años eran un cúmulo, repetitivo y cansino, de majaderías y necedades, pero el domingo al escuchar la arenga de Josep Borrell en Barcelona, llena de argumentos que apelaban a la parte más lógica y analítica de nuestro cerebro, esa sospecha se convirtió en certeza.
Cuando la revista Claves de Razón Práctica llegó al número 100, sus directores, Javier Pradera y Fernando Savater, vinieron a ser entrevistados en Lo + Plus (corría el año 2000), el programa que yo presentaba junto a Fernando Schwartz. 
Cuando les pregunté qué era para ellos un intelectual, la respuesta de Savater fue, como suele ser habitual en él, deslumbrante: 
Un intelectual  es aquel que trata a los demás como si fueran intelectuales. Es decir, aquel que en vez de tratar de hipnotizar a los demás, de seducirles o intimidarles, trata de despertar en ellos su faceta intelectual. Y se puede ser intelectual aunque tu profesión sea la de bombero o payaso de circo.
Es lo que hizo Borrell el pasado domingo: tratarnos como a intelectuales. 
Desmontó el mantra principal del independentismo, el cacareado derecho a decidir, no haciendo ondear la bandera española ni asustándonos con el corralito catalán, sino formulándose preguntas en voz alta, como si fuera Aristóteles haciendo entrar en razón a Alejandro Magno: 
¿Creéis que Cataluña es como Lituania, como Kosovo, como Argelia? No. 
Cataluña no es una colonia, ni un estado ocupado militarmente. 
Y por eso Cataluña debe trabajar desde el respeto a la ley y no puede creer a los que le dicen que el derecho internacional está de su lado, porque no es verdad, no está de su lado. Ha venido el secretario general de la ONU a decirlo. 
Borrell mencionó además, en su alegato, la otra cualidad que debe poseer un intelectual de talla, que es el coraje para decir las cosas en el momentooportuno
No en el momento oportunista, como hacen la mayoría de los políticos profesionales, desde Alfredo Pérez Rubalcaba a Artur Mas, desde Albert Rivera a Xavier García–Albiol, sino en el tiempo en que es arriesgado decirlas, porque nadie sabe cómo reaccionará el electorado.
Mi padre poseía esa cualidad, como la tuvieron también en su día Eugenio Trías o Albert Camus o la tienen ahora Almudena Grandes o Irene Lozano. 
Lo otro, lo de regalar el oído de la muchedumbre, de laturba del circo romano, como la llamó Borrell, es la actitud del cobarde y del manipulador. 
Que al final es el estúpido, porque más temprano que tarde, las falacias que esparce por el éter se vuelven en su contra y acaba destruido por su propia miseria moral.
No puedes llamar referéndum a una pantomima electoral ni decir que los catalanes son un pueblo oprimido. Y mucho menos, repetirlo una y otra vez, durante años.
O para decirlo con las palabras de Abraham Lincoln: 
Se puede engañar a todo el mundo algún tiempo; se puede engañar a algunos todo el tiempo; pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo.

La puntita nada más

¡Ah Bartleby! ¡Ah humanidad! El president de la Generalitat consumó ayer el más grandioso homenaje jamás dispensado a esa figura “pálidamente pulcra, lamentablemente decorosa, incurablemente desamparada” que Melville ofreciera al mundo. 
Llamado a proclamar la república de Catalunya y consagrarse como mártir del independentismo, Puigdemont se transformó en ese escribiente inmortal de lánguida altanería que, interpelado por la historia, sólo acertó a pronunciar en algo más de tres palabras su frase más célebre: preferiría no hacerlo.
Eso fue exactamente lo que hizo Puigdemont ante el desconcierto general, empezando por el de sus socios de la CUP, que una hora antes del pleno del Parlament se encontraron con la tostada, con el Diego en vez del digo, con la puntita nada más en vez de con la consumación plena de la autodeterminación, con la traición y la desvergüenza, en palabras de Arran, su organización juvenil.
Parece claro que el molt honorable no declaró la independencia porque ni el Gobierno consideró que tal proclamación se hubiera efectuado. 
Aunque lo pareciera, tampoco pudo suspenderla ya que, como apuntó el socialista Iceta que últimamente está sembrado, no se puede suspender un acuerdo que no se ha adoptado. 
Es más, ni siquiera en el caso de que Puigdemont hubiese pronunciado las palabras mágicas habrían tenido trascendencia jurídica de acuerdo a la legalidad catalana, ya que la propia ley del referéndum hace residir en el Parlament y no en el president esa declaración formal, previa proclamación de los resultados por parte de una sindicatura electoral que no existía. 
No hubo declaración del Parlament pero también es verdad que, vulnerada la Constitución, el Estatut y el reglamento de la Cámara catalana, no conduce a ninguna parte ponerse tiquismiquis con esas menudencias.
Por higiene mental es conveniente asumir que no se proclamó el Estado catalán. 
Lo contrario nos llevaría a aceptar que Catalunya es desde ayer una república porque el Parlament no pudo avalar que se suspendiera la declaración de independencia. 
Su yo me lo guiso, yo me lo como fue exactamente así: “El Govern y yo mismo proponemos que el Parlament suspenda los efectos de la declaración de independencia para que en las próximas semanas emprendamos un diálogo sin el cual no es posible llegar a una solución acordada”. 
Cómo el Parlament pudo pronunciarse sin votar y suspender aquello por lo que no se le preguntó es otro misterio insondable.
Se decía que remover a Dalí en su tumba y arrancarle una muela para ver si había dejado descendencia sólo conseguiría desparramar el surrealismo. 
Como se vio ayer, más que una advertencia fue una premonición. ¡El procés ha muerto, viva el procés! 
Si surrealista fue una sesión plenaria en la que Puigdemont prefirió no volver a la tribuna por si fallaba con el trabalenguas y en el que se hicieron públicos los estudios de Junqueras sobre el Rh catalán, surrealista fue la posterior firma solemne de un documento por parte de los diputados de Junts pel Sí y de la CUP, con Lluís Llach de notario, en la que declaraban constituida la república que se había preferido no declarar previamente.
La llamada “Declaración de los representantes de Catalunya”, aunque en realidad fuera sólo de algunos, ni se registró en la Cámara ni se votó. Pretendía ser muy simbólica. 
¿Qué valor tiene?, se le preguntó al diputado Quim Arrufat, entretenido en subirse por las paredes y amenazar con que la CUP no volvería a la actividad parlamentaria autonómica y dejaría en minoría Govern. “Escaso”, dijo.
Sin recelar de que la yenka de Puigdemont encierre una auténtica voluntad de diálogo y de aflojar tensiones, no es descabellado pensar que el éxodo de empresas y la escasa receptividad europea a una secesión unilateral han sido determinantes en el cambio de unos planes que, originalmente, contemplaban la proclamación formal de la república por eso del ahora o nunca. 
La marcha atrás y el humano temblor detectado en las piernas del president ha soliviantado a amplios sectores del independentismo. 
Podría ser que el sedicioso se convirtiera al mismo tiempo en un traidor de tomo y lomo. Surrealista a más no poder.
Bien con la declaración que nada declara o con la no declaración que lo dice todo, Catalunya se encamina hacia unas elecciones, ya sea por la disgregación del bloque independentista o por la respuesta del Dalí con barba de la Moncloa que, como se decía de Arafat, jamás desaprovecha la oportunidad de desaprovechar una oportunidad. 
Si no se proclamó la independencia no existirían motivos adicionales para desenterrar el hacha y suspender la autonomía. 
Y si todo formara parte de una hábil campaña de marketing del independentismo para mostrar al mundo lo represor que puede llegar a ser el Estado sería una magnífica ocasión para desactivarla.
Rajoy lleva desde anoche acampado en la encrucijada. 
De un lado está su carácter, muy Bartleby también, reticente a hacer algo, especialmente si supone fastidiarle las siestas; de otro, un entorno que le pide que actúe y hasta que les preste las llaves del tanque para hacer unos trompos por la Diagonal. 
Hoy podría ser un día estupendo para relajar a un país que ha estado al bode del ataque de nervios. 
Verán como viene el Gobierno y la jode.

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