Páginas

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Artemis señala a los ETFs como el origen de un nuevo 'crash' de la bolsa

Resultado de imagen de Artemis señala a los ETFs como el origen de un nuevo 'crash' de la bolsa

Artemis señala a los ETFs como el origen de un nuevo 'crash' de la bolsa

El mundo de la inversión se está inclinando hacia el lado de los ETFs en los últimos dos años, acumulando cada vez más entradas de capital en detrimento de la gestión activa de fondos. 
2015 fue el primer año en el que entró más dinero en productos pasivos que en fondos de inversión activos, con más de 571.000 millones de dólares a nivel global, frente a los 284.800 millones que recaudaron las gestoras tradicionales.
Pero, según datos de Morningstar Direct, el verdadero cambio se produjo el año pasado cuando directamente las gestoras de fondos perdieron dinero -hasta 92.250 millones de dólares- frente a los flujos netos de 625.000 millones que registraron los ETFs (ver gráfico).
Jacob de Tusch-Lec, gestor del fondo de Global Income de Artemis -firma británica con cerca de 30.000 millones de euros bajo gestión-, tiene claro que el inversor se está yendo hacia los fondos cotizados básicamente porque "su comportamiento y rentabilidad está siendo muy buena en los últimos años", pero esta situación plantea un problema de fondo: el excesivo capital que se concentra en manos de los ETFs y que podría generar un colapso de los mercados financieros si, en un momento dado, éstos se lanzan a vender sus posiciones de manera masiva.
"No estoy de acuerdo con invertir en sectores donde hay mucha concentración porque lo cierto es que no vamos a volver a un escenario de gran liquidez como el que teníamos hace seis o siete años". Y el mejor ejemplo de dicha concentración son los ETFs sobre acciones de baja volatilidad, que han crecido un 150% anualizado desde el año 2009, según cálculos de Artemis.
 Los fondos cotizados han crecido de tal manera que ya controlan un 24% de todo el dinero que se mueve en el S&P 500. Y hay más porque no son los únicos actores.
El 60% de los activos gestionados y hasta el 90% del volumen que mueve el mayor índice estadounidense está gestionado por lo que denominan inversores no humanos, esto es, ETFs, sistemas de trading de alta frecuencia o, sencillamente, algoritmos.
Esto significa, según la teoría que defiende De Tusch-Lec, que en el momento en el que un conjunto de ETFs sectoriales decidieran deshacerse de su posición porque ya no cumpla con el criterio que se le exige -bien sectorial o bien por fundamentales como volatilidad, crecimiento o dividendo-, esta decisión podría generar una oleada de ventas masivas, potenciada, básicamente, por ordenadores. 
En este sentido, Simon Klein, responsable de ventas en Europa de Xtrackers, reconocía hace unos meses que "el mayor riesgo" para el mercado sería precisamente que "el 100 por cien de la gestión fuera pasiva".
Vanguard, la mayor distribuidora de ETFs del mundo tras adelantar a BlackRock en 2016, posee un 6,8% de la capitalización de todo el S&P 500 y cuenta con una participación superior al 5% en un 98,2% de sus compañías.
"Hay que mirar hacia los ETFs cuando haya momentos de estrés en los mercados", afirma el gestor de Artemis, precisamente porque, dada la concentración que tienen sobre muchos sectores -el tecnológico, sobre todo-, pueden mover el mercado. 
"Por eso", reconoce, "nos gustan sectores como las pequeñas y medianas firmas italianas porque no hay ETFs que inviertan sobre ellas", concluye.



El capitalismo como modo de producción histórico es un sistema que va a terminar y su fin no está demasiado lejos, incluso quizás ya estamos viviendo el comienzo de este final anunciado. Su muerte no será un acontecimiento violento precipitado por una revuelta de los explotados sino un proceso prolongado y la causa de defunción, una sobredosis de sí mismo. 

Lo que hay por delante son décadas de decadencia económica, política, social y moral. Palabras más o menos, esta es la principal tesis del sociólogo alemán Wolfgang Streeck sobre la situación actual y su dinámica más probable.

La radicalidad de su análisis y lo sombrío de su pronóstico son una muestra más de la profundidad de la crisis económica, política, social, estatal –orgánica– que ha abierto la Gran Recesión de 2008.

Sobre todo viniendo de un intelectual que antes de formular esta versión sui generis de la teoría del derrumbe capitalista, militaba en las las del mainstream socialdemócrata.

Los ensayos de Streeck, centrados fundamentalmente en la crisis de la Unión Europea y el capitalismo occidental, abrieron un intenso debate y provocaron la repuesta tanto de defensores del neoliberalismo, como Martin Wolf, como también de representantes de la intelectualidad socialdemócrata bien pensante, entre ellos Jünger Habermas, con quien ha sostenido una dura polémica sobre el futuro de la Unión Europea. 

Su lectura adquirió un renovado interés a la luz de los nuevos fenómenos políticos, en particular, con el ascenso de populismos de signos políticos opuestos, y otros eventos relativamente sorpresivos como el Brexit y la presidencia de Trump.

Sin embargo, la agudeza de su análisis contrasta con sus conclusiones políticas. Streeck sostiene una visión fatalista según la cual el capitalismo va camino a implosionar por sus propias contradicciones, lo que abrirá inexorablemente una nueva etapa de barbarie. 

Descartada la perspectiva de la revolución social, la única alternativa supuestamente realista sería “desglobalizar” al capitalismo y restaurar la soberanía del Estado-nación frente a los “mercados”. 

En síntesis se trataría de sustituir el viejo reformismo socialdemócrata (incluyendo sus variantes “neo” como Syriza) con un igualmente ajado soberanismo que aunque se anuncie por izquierda, entraña los peligros del nacionalismo y recrea ilusiones en la colaboración de clases.

El agotamiento de la “gran transformación” neoliberal y la victoria pírrica del capital


A riesgo de simplificar, podría decirse que la premisa fundamental que subyace a las elaboraciones de Streeck1 es que la historia del capitalismo es la de sus crisis y no la de su equilibrio, como sostienen los teóricos funcionalistas y racionalistas. 

La cuestión es por qué y cómo ha sobrevivido hasta ahora y si podrá resurgir de la Gran Recesión de 2008.

Según Streeck la resiliencia del capitalismo, que la ideología predominante confunde con inmortalidad, tiene una explicación política concreta: el salvataje ha venido de las fuerzas antagónicas a la expansión ilimitada de los “mercados”. 

Es decir, el sistema capitalista es frágil e históricamente ha dependido de reparaciones extraeconómicas. 

Se podría decir que hay una “lógica” de la crisis en la que confluyen economía y política, o para usar sus términos, “capitalismo” y “democracia”, que se ha expresado históricamente en el ascenso y caída del llamado “capitalismo democrático” de la segunda posguerra –que Streeck considera como un período excepcional de crecimiento económico de Occidente–. 

Según esta “lógica”, el capitalismo fue rescatado de sus tendencias predatorias por la “democracia”, que funciona en su esquema teórico como un cierto significante de la política estatal en general y del reformismo en particular. 

En los términos del análisis de clase de la sociedad, al que Streeck retorna parcialmente en una suerte de “neomarxismo”, el movimiento obrero había logrado el suficiente volumen de fuerza para imponer un compromiso al capital y lo ejercía a través de instituciones –sindicatos fuertes, socialdemocracia, y variantes del keynesianismo como el New Deal– lo que en última instancia contribuía a mantener cierta “soberanía” del Estado-nación sobre los “mercados”, aunque este siempre cristaliza alguna relación entre “soberanía y dependencia”2. 

En esta definición se transparenta la deuda teórica de Streeck con el “doble movimiento” de Karl Polanyi3 entre la tendencia a la expansión de la economía de mercado más allá de sus dominios y las demandas sociales, y el rol del Estado como árbitro y a la vez corrector.

Streeck critica las teorías de la crisis de la Escuela de Frankfurt, en particular a Habermas y Claus Offe, que creían que el capitalismo siempre iba a funcionar en “modo keynesiano” y por lo tanto habían desplazado las contradicciones de la esfera de la economía (y la lucha de clases) a la de la cultura, afirmando que el capitalismo enfrentaba una crisis de legitimación. 

Para su sorpresa, fueron los capitalistas, y no el movimiento obrero, los que pusieron a este “capitalismo democrático” ante las primeras señales de la crisis a principios de la década de 1970.

Según Streeck, la restauración neoliberal significó una victoria pírrica para el capitalismo, porque en su vorágine terminó devorándose las instituciones que vistas dialécticamente lo habían protegido de sí mismo. 

Barridas las barreras a la lógica del “mercado” –léase sindicatos fuertes, (social)democracia, intervención estatal para la redistribución– el desenfreno capitalista solo pospuso la crisis durante cuatro décadas, literalmente comprando tiempo con dinero mediante la financierización, la globalización y el endeudamiento4. 

La crisis de 2008 es el punto culminante de esta “transformación neoliberal” que según Streeck llevará a su implosión porque se han agotado los mecanismos (y el dinero) para “comprar tiempo”.

Los tres jinetes del apocalipsis son el estancamiento económico, la deuda pública (en particular la conversión del Estado deudor del neoliberalismo al Estado de consolidación de los años de la austeridad) y la desigualdad socio-económica. 

Estas tres crisis –tanto en su dimensión económica como política– se retroalimentan y profundizan las tendencias al colapso que se preanuncia en cinco síntomas mórbidos: estancamiento, redistribución oligárquica, saqueo del dominio público, corrupción y anarquía global producto de la crisis de hegemonía norteamericana, que agrega el dramatismo de la posibilidad de accidentes que escalen con ictos internacionales y emparente la situación con la de 1930, aunque aún no está planteado un enfrentamiento entre grandes potencias.

De esta fenomenología y lógica de la crisis de 2008 (o más precisamente de la disolución postergada del “capitalismo democrático”) surgen dos conclusiones interrelacionadas que alimentan la perspectiva de barbarie que sostiene Streeck.

La primera es que el capitalismo está muriendo a causa de su éxito, por una sobredosis de sí mismo. Y esta es una muerte lenta, por “miles de cortes”, es decir, por una acumulación de contradicciones que están llevando a una decadencia prolongada.

La segunda es que producto de su éxito, el capitalismo habría liquidado a su “sepulturero”: son los capitalistas y no el proletariado los que están cavando su propia fosa.

¿Staatsvolk vs Markvolk?

La transformación “hayekiana” que implicó el neoliberalismo significó según Streeck el n del matrimonio por conveniencia entre “capitalismo” y “democracia”, que solo fue posible en el período excepcional de la segunda posguerra. 

Aunque la ofensiva neoliberal extendió la democracia formal, lo hizo separándola completamente de la economía, en sus palabras, “deseconomizó la democracia” y “desdemocratizó el capitalismo” a través de sustraer sus instituciones de la presión democrático-electoral, lo que tiene su máxima expresión en la independencia de los bancos centrales. Junto con la globalización implicó una doble pérdida de soberanía del Estado-nación, por lo tanto de la “democracia” que solo puede ejercerse en el ámbito nacional.

Según Streeck estas condiciones configuran el modelo de lo que llama el “Estado deudor” (y posteriormente de consolidación o austeridad), cuya principal misión es recortar el gasto público y repagar la deuda a instituciones internacionales. 

Este Estado estaría entre “dos pueblos”: el llamado Staatsvolk, es decir, la ciudadanía del Estado-nación; y el Markvolk, literalmente el “pueblo del mercado” que sería internacional5. 

El resultado de este proceso es la transformación del sistema político en un espectáculo, en una “post democracia”6, no porque haya habido un putsch o golpe; de hecho se siguen realizando elecciones periódicas, pero la soberanía se ha desplazado de instituciones electas (gobiernos y parlamentos) a instituciones no electas trasnacionales. 

Son los “mercados”, no los electores, los que imponen la política a través de mecanismos extrapolíticos y antidemocráticos. 

Una vez más, la muestra acabada de este proceso es la Unión Europea y la troika (remember Grecia), tras el cual asoma el liderazgo hegemónico del imperialismo alemán. 

Pero la formulación del esquema de los “dos pueblos” resulta una simplificación insostenible, y quizás sea el aspecto más débil de la elaboración de Streeck.

Se trata de dos abstracciones: no solo el “mercado” no constituye un “pueblo” siquiera en sentido metafórico, sino que el Staatsvolk neutro que postula Streeck tampoco existe: existen las clases y fracciones de clase. 

Si bien Streeck reconoce que en última instancia el “mercado” también está en el “Estado”, es decir, que la burguesía existe como clase en las fronteras del Estado-nación, en su esquema los antagonismos y la lucha de clases no tienen ninguna centralidad y la contradicción principal es entre el Estado nacional y la globalización. 

De hecho plantea que esta nueva estructuración de la economía y la geopolítica internacional divide a los Estados en acreedores y deudores y los hace homogéneos en su estructura interna, difuminando los intereses antagónicos de explotados y explotadores. 

En última instancia, y ante la crisis de los partidos del “extremo centro”, esta es la sustancia sobre la cual se erigen los neopopulismos de extrema derecha y de izquierda que le han dado una voz de colaboración de clases a los perdedores de la globalización.

Interregnum, socialismo y barbarie



Entre la muerte no definitiva del “capitalismo globalizado” y la ausencia de una alternativa superadora, Streeck ve por delante un prolongado Interregnum plagado de fenómenos aberrantes, usando la célebre afirmación de Antonio Gramsci.

 Sin un proletariado que pueda llevar al socialismo el capitalismo colapsará por el peso de sus propias contradicciones, ni vivo ni muerto. 

En este Interregnum equivalente a la Edad oscura y caracterizado por la entropía social, un puñado de ricos se aislarán (incluso físicamente) de las mayorías empobrecidas, y en el marco de la ingobernabilidad harán su agosto señores de la guerra y dictadores.


Más allá de la “poesía” Streeck no logra demostrar que el proletariado en todo el mundo ha sido barrido y reducido a “polvo social”, sencillamente porque no se corresponde con la realidad. 

Las huelgas con que la clase obrera griega intentó frenar el ajuste de la troika, las luchas y movilizaciones sindicales contra la reforma laboral en Francia, la existencia de sindicatos fuertes en varios países a pesar de la ofensiva neoliberal, desmienten la tesis sociológica y política fundamental de Streeck. Eso no quiere decir que no haya derrotas, pero si las hay es porque hay lucha de clases.

La tendencia al cesarismo y a la dominación más abiertamente despótica del capital no está en discusión. Fue lo que se puso de manifiesto con la crisis y es lo que muestra sin ir más lejos el gobierno de Trump, un bonapartismo débil surgido de la polarización social y las profundas divisiones del aparato estatal.

La utilización de las categorías de Gramsci es oportuna para definir la situación: efectivamente la crisis de 2008 ha abierto elementos de crisis orgánicas en los países centrales, expresados en la crisis de los partidos tradicionales. 

Pero esto no solo ha dado populismos burgueses que buscan capitalizar el descontento con demagogia nacionalista y xenófoba. 

Los nuevos fenómenos políticos como las decenas de miles de jóvenes que se sumaron a la campaña de Jeremy Corbyn en Gran Bretaña o a la campaña de Sanders en Estados Unidos, son muestras de que lo que prima es la polarización social y política. 

Streeck tiene razón cuando plantea su escepticismo no solo con respecto al reformismo socialdemócrata tradicional sino también de sus variantes neoreformistas, como Syriza y, nosotros agregaríamos, de los recambios como los de Corbyn o Sanders. 

Pero frente a estos nuevos gestionadores del capital, apenas propone “desglobalizar” el capitalismo y restaurar la soberanía del Estado-nación, un coqueteo peligroso con el nacionalismo que incluso ya le costó una polémica por sus posiciones cuestionables sobre la crisis de los refugiados en la Unión Europea7.

Por último, Streeck plantea que el n del capitalismo no puede ser “decretado” por algún “comité central leninista” y descarta la perspectiva socialista como una utopía, surgida de un supuesto “prejuicio marxista” (o más en general, moderno) según el cual el capitalismo solo terminará cuando haya listo un modelo superador, repitiendo sin mucha problematización la caricatura determinista del marxismo. 

Supuestamente para escapar de este determinismo, anuncia el n del capitalismo sin asumir la responsabilidad política de qué lo reemplazará. Al nal del día, en el esquema teórico-político de Streeck la barbarie actúa como “idea reguladora” a la manera que lo hacía el “socialismo” para el reformismo socialdemócrata, para sostener la nada novedosa política de la colaboración de clases dentro de las fronteras nacionales.

Los conceptos aquí discutidos se encuentran desarrollados fundamentalmente en: W. Streeck, Comprando tiempo. La crisis pospuesta del capitalismo democrático, Buenos Aires, Katz Editores, 2016; How Will Capitalism End? Essays on a Failing System, Londres, Verso, 2016, y “El retorno de lo reprimido”, New Left Review (en español) N.° 104, mayo-junio de 2017.

Gastón Gutiérrez y Paula Varela, “La democracia y su secreto. Reseña de Naturaleza y forma del Estado capitalista”, IdZ 33.

Wolfgang Streeck, “How will capitalism end?”, New Left Review N.° 87, mayo-junio de 2014.

Streeck sostiene que la Gran Recesión de 2008 es la última etapa de la crisis iniciada en la década de 1970, las tres anteriores son: la inflación de 1970, la deuda estatal de 1980 y la deuda privada de 1990-2000 que derivó en la crisis de las hipotecas subprime. 

Estas crisis fueron acompañadas por sucesivas transformaciones del Estado, que pasó de “Estado fiscal” a “Estado deudor” y finalmente a “Estado de consolidación”. 

Estos movimientos marcan el giro de la “soberanía nacional” hacia la “dependencia de los mercados internacionales”.

El Staatsvolk abarca los siguiente términos: ciudadanos, nacional, derechos civiles, votantes, elecciones, opinión pública, lealtad, servicios de interés general. 

El Markvolk se emparenta con: internacional, inversores, demandas, acreedores, subastas, tasas de interés, “confianza”, servicio de la deuda. Ver: Wolfgang Streeck, “La reforma neoliberal: del Estado fiscal al Estado deudor”, en Comprando tiempo, ob. cit., pág. 85.

La situación “postdemocrática” se corresponde a la famosa frase de Margaret Thatcher de que no hay alternativa al neoliberalismo (TINA, como se conoció por su sigla en inglés). Es similar al concepto de “postpolítica” de Chantal Mouffe, al de “extremo centro” de Tariq Ali y al “partido del cártel” de Peter Mair.

Streeck denuncia correctamente que detrás de la política de Merkel durante la crisis de refugiados de la UE estaba el interés nacional alemán, pero llega a sugerir que sería democrático que los países de la UE discutieran la cuota de inmigrantes que estarían dispuestos a aceptar. 

Ver: Wolfgang Streeck, “Scenario for a Wonderful Tomorrow”, London Review of Books vol. 38, N.° 7, 31 de marzo de 2016.

CLAUDIA CINATTI

Número 40, agosto-septiembre 2017


VER PDF

No hay comentarios:

Publicar un comentario