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sábado, 11 de febrero de 2017

Vistalegre de 2017 - Unidos, por supuesto. Pero ¿en torno a qué?

Unidos, por supuesto. Pero ¿en torno a qué?

Si en el Vistalegre de 2014 el grito de guerra fue el ya icónico ‘sí se puede’, en este Vistalegre de 2017 lo que se ha oído sin cesar es un ‘unidad, unidad’ fácil de contextualizar pero difícil de objetivar. 

¿Unidad para qué y con quién?

La verdad es que nunca me han gustado demasiado las consignas y los eslóganes, por muy emocionantes que resulten en una manifestación cuando las corean miles de gargantas, y por mucho que contribuyan a crear complicidades e identidad ideológica, porque también simplifican en exceso y pueden llegar a confundir. 

Pero si poco me gustan en general, las que no soporto son las que no tienen sentido

Y que me disculpen, pero ese ‘unidad, unidad’ de hoy, no podía tenerlo así en abstracto.

Parece que alguien no ha caído en la cuenta de lo que es un partido o movimiento político en mayúsculas, porque de haberlo hecho a nadie se le ocurriría pedir unidad entre propuestas y proponentes incompatibles dentro de una misma formación, 

y ya se empezaría a dejar de utilizar un concepto bastante incoherente en política como sin duda lo es el de la ‘transversalidad’, si como transversalidad entendemos ese espacio común de totum revolutum en el que caben casi todas las personas y sus ideas.


La política no es un espacio neutro ni un ‘todo vale’, ni los que estamos politizados hemos llegado a adquirir nuestras convicciones por ciencia infusa, sino por una mezcla de carácter y estudio. 

Por tanto es inconcebible la unidad subjetiva, y mucho más el pedir a alguien con principios que asuma la defensa de aquellas ideas que no comparte, y es absurdo fundar un partido para llenarlo después de ideas, como sería absurdo empezar una casa por el tejado. 

Son las ideas las que conducen a fundar una herramienta con la que convocar a esa sociedad que pueda compartirlas, y no al revés.

Se habla, sin duda por culpa de esta particularidad (hablando de culpas y particularidades con todo el recochineo posible), de las infinitas luchas intestinas en la izquierda y de la casi épica unidad de la derecha. 


Pero es que en la derecha la única ideología es el máximo beneficio particular, y si hay mucho para repartir y muchos a los que engañar, y pocos para repartirse el fruto de la estafa, las disputas suelen terminar pronto.

Esa es la diferencia: la más que evidente diferencia. Y no vamos a inventar el mundo a estas alturas. No se puede gustar a todos. Y no es bueno siquiera intentarlo porque acabas no gustando a nadie. 

Pero sí se puede gustar a los suficientes, sin convertirlo en el principal objetivo, si se sabe explicar un modelo y unas propuestas de mínimos: 

claras, sólidas, lo suficientemente audaces como para ilusionar, y pensadas para beneficiar a una mayoría que no acaba de salir de la guardería y es poco dada a partidismos acríticos, pero que sí se ha visto afectada por las prácticas de este sistema corrupto. Esa misma mayoría, la mitad del electorado, a la que ya apuntan las últimas encuestas como abstención desencantada.

Porque a la transversalidad política le ocurre como a los unicornios, que no pasa de mito. Y ni falta que hace que deje de serlo. La democracia es la elección entre diferentes opciones, en muchos casos antagonistas, contrarias. 

Y lo que hay que exigir es más democracia y más herramientas para hacerla efectiva en el Estado en todo momento, y para poder proponer directamente y elegir entre ideas concretas y no sobre los paquetes de propuestas que nos ofertan los unos y los otros cada equis años. Pero nunca exigir que los partidos se conviertan en crisoles vacíos de principios en los que fabricar aleaciones imposibles.

Así que sí, unidad sí, pero en torno a un programa consistente, e incluso a las personas que lo representan, pero no intentando forzar la fusión de un batiburrillo de ideas inconexas e incompatibles, ni la de sus ideólogos. Cada zapatero a sus zapatos. 

Porque no fue la transversalidad propositiva la que hizo funcionar al 15M, sino las ideas y denuncias concretas de un grupo muy reducido de personas las que atrajeron a mucha gente capaz de hacerlas suyas. 

Aunque sí fue la que acabó con él en un tiempo récord. 

No es la transversalidad ideológica la que hace funcionar a los partidos del régimen que para nuestra desgracia nos gobiernan, ni la que ha llevado a la presidencia de los EE.UU. a Donald Trump. 

Y en esto sí estoy plenamente de acuerdo con Pablo Iglesias: 
transversalidad no es parecerse a toda esta gente, sino, por ejemplo, a la PAH. 

Esa misma plataforma tan ‘políticamente incorrecta’ y tan radical, y tan poco ideológicamente transversal, pero tan llena de dignidad.

Unidad sí, pero con las personas compatibles con ella, 
y siempre con las ideas claras. 
No a cualquier precio y sin sentido.



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