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domingo, 25 de diciembre de 2016

SYKES-PICOT, O EL HUEVO DE LA SERPIENTE

SYKES-PICOT, O EL HUEVO DE LA SERPIENTE

Por Guadi Calvo
Quien quiera comprender las razones de las crónicas crisis esencialmente bélicas y de gobernabilidad que vive Medio Oriente tendrá que remontarse al acuerdo firmado de manera secreta entre los gobiernos de Gran Bretaña y Francia el 16 de mayo de 1916, conocido como el “Acuerdo Sykes-Picot”, aunque su nombre oficial es “Acuerdo de Asia Menor”.
Al británico Mark Sykes, teniente coronel, perteneciente al partido conservador y al abogado y diplomático francés François Georges Picot, les fue encomendado por sus respectivos gobiernos la misión de llegar a un acuerdo, que entraría en vigencia tras la caída del Imperio Otomano, aliado entonces, en el marco de  la Primera Guerra Mundial, a Alemania y al Imperio Austro-Húngaro.
De este pacto había formado parte el Imperio ruso representando por su ministro de exteriores Serguei Sazonov, pero el triunfo de la Revolución Bolchevique no solo hizo que Rusia se abstuviera de las “ventajas” de las negociaciones, sino que también lo denunciara internacionalmente en los diarios Izvestia y Pravda el 23 de noviembre de 1917, para que tres días más tarde el informe replicara en The Manchester Guardian.
Para gran sorpresa entre otros, además de los árabes, del presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, a quien le habían ocultado tanto Londres como Paris, las negociaciones que se venían llevando a cabo y que iban a acabar con seiscientos años de sultanato.
El acuerdo Sykes-Picot dividía el Imperio Otomano, en el que desde 1909 reinaba el sultán Mehmed V, con una línea que unía Acre (Palestina) y Kirkuk (Irak): el norte sería para Francia; el sur, para Reino Unido, creado cinco zonas políticas y económicas de control o influencia de las dos naciones firmantes.
El Reino Unido se adjudicó los territorios que hoy se conocen como Jordania, el sur de Irak con Bagdad y Basora, que incluía una salida al Golfo Pérsico y los puertos palestinos de Haifa y Acre. 
El resto de Palestina se dejó en una zona internacional cuyo control quedaba a las órdenes de la Sociedad de Naciones, antecedente de la actual Organización de Naciones Unidas (ONU), situada en Cisjordania y Palestina, cuyo centro era Jerusalén.
Los franceses obtuvieron el sureste de Turquía, el norte de Irak, y Siria desde Mosul a Damasco, con la inclusión de Beirut en el actual Líbano con salida al Mediterráneo.
El arregló se fraguó sin considerar a su  población ni las cuestiones étnicas o religiosas, lo que todavía se sigue pagando con altísimo costo de vidas humanas.
A Rusia le hubiera correspondido Constantinopla, los estrechos del Bósforo y el de Dardanelos, Armenia y Kurdistán, los que nunca llegó a controlar por el estallido de la revolución en febrero de 1917.
Los británicos fueron quienes más habían bregaron por deponer a los otomanos del control de los últimos bastiones de su gigantesco imperio.
El abril de 1917 se firmó el acuerdo de Saint-Jean-de-Maurienne con Italia, por el  cual el Reino obtenía también algunas pequeñas concesiones territoriales.
Para conseguir la insubordinación de las tribus, los británicos habían establecido una alianza con el jerife de la Meca, Husayn ibn Ali, de la dinastía Hashemita, y con su hijo Faisal, a quién Londres había prometido la creación de un Estado Árabe.
Las acciones contra el sultán Mehmed V, en la modalidad de guerras de guerrillas, las dirigió el mítico coronel Thomas Edward Lawrence (Lawrence de Arabia), agente de los servicios secretos británicos. 
El plan era conseguir el levantamiento de las diferentes tribus árabes que habitaban el territorio para el derrocamiento de Mehmed V y la conformación de un Estado Árabe unificado o una confederación de Estados Árabes, con capital en Damasco.
El testimonio de estas promesas ha quedado en la correspondencia mantenida durante 1915 y 1916 entre Husayn y Sir Henry McMahon, el alto comisionado británico en Egipto.
La salida de Moscú del acuerdo anglo-francés y el triunfo del movimiento nacional turco en 1920 liderado por Mustafa Kemal Atatürk -que convocó una Asamblea Nacional en Ankara que no reconoció el tratado y una posterior guerra civil que terminó con el sultanato y el califato y la creación de una república, que consiguió mantener la península de Anatolia y Estambul- obligó a los aliados a negociar de nuevo en Lausana en 1923.
Como consecuencia de la victoria de Atatürk es que la nación Kurda que negociaba por su parte la recuperación de sus ancestrales territorios ha quedado eternamente postergada.
Los  kurdos habían presentado en la Conferencia de París, de 1919, un mapa del Kurdistán que comprendía las regiones kurdas de Turquía, Irak, Siria y Persia, el actual Irán, pero Turquía impidió la existencia del Kurdistán.
En noviembre de 1917, al acuerdo Sykes-Picot se le incorporó la conocida y controversial “Declaración Balfour”, una carta del entonces Secretario de Relaciones Exteriores británico, Arthur James Balfour, bajó presión del barón Lionel Walter Rothschild, un líder de la comunidad judía británica.
En el escrito de Balfour se dejaba abierta las perspectiva de la fundación de un Estado judío, y acordaba: 
“Su Majestad contempla favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y hará uso de sus mejores esfuerzos para facilitar la realización de este objetivo, quedando bien entendido que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina”. 
Lo que abrió la inmigración judía a los territorios palestinos iniciando un conflicto que hasta hoy no se resuelve y ha dejado un incalculable número de muertos y una serie de guerras que todavía siguen con menor o mayor intensidad siempre activas.
En tanto Faisal, el hijo de Husayn, aprovechó el vacío de poder tras la derrota otomana y declaró el tan anhelado Reino Árabe en 1918, que fue rápidamente abolido por Francia en 1920.
Lo que quedó y lo que vendrá
En Cultura e imperialismo Edward Said dice: 
“Los occidentales pueden haber abandonado físicamente sus colonias en África y en Asia, pero las han conservado no sólo como mercados sino como puntos de un mapa ideológico sobre el que siguen gobernando moral e intelectualmente”. 
La Primavera Árabe puesta en marcha en 2011 es la confirmación de la afirmación del intelectual palestino.
Nadie tiene dudas que tanto Sykes como Picot conocían perfectamente la situación social, política y militar en Medio Oriente, y los acuerdos alcanzados por Lawrence y los aliados árabes, lo que hace todavía más espurio el tratado y deja en claro la intencionalidad imperial tanto de Londres como de Paris.
En el palacio de Versalles, durante la conferencia de San Remo y el tratado de Sèvres (1920), se concretaron los acuerdos secretos que habían alcanzado Sykes y Picot: 
Reino Unido, representado por Lloyd George, añadió Mosul y creó Irak como Estado, al tiempo que Francia, en la figura de Georges Clemenceau, cedía una pequeña porción de su territorio y establecía las actuales fronteras de Siria y Líbano. 
Transjordania (Tierra de más allá del Jordán) finalmente fue separada de Palestina y entregada a Abd Allah ibn Husayn, hijo de Husayn ibn Ali, con lo que se terminaría por conformar Jordania.
El nefasto y muy oscuro trío de Sykes, Picot y Balfour se convertiría en el verdugo de miles de árabes, que hasta hoy siguen siendo ejecutados tan solo por existir.
Países artificialmente creados, sin fundamentos históricos, en tierras y pueblos milenarios como hoy son naciones como Arabia Saudita, Siria, Jordania, Líbano, Turquía, Israel, Irak e Irán, padecerán por décadas las gentilezas de estos “buenos” señores, que han sembrado el huevo de la serpiente de donde emerge un mal tan descomunal como infinito.
*Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook:

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