Proteger los intereses económicos de tu país
no es ser aislacionista
Abrirte de patas para que las corporaciones se queden con todas tus infraestructuras y recursos,
no es ser globalista... es ser gilipollas
Abrirte de patas para que las corporaciones se queden con todas tus infraestructuras y recursos,
no es ser globalista... es ser gilipollas
armak de odelot
Vladimir Putin, el ideólogo mundial del nacionalismo aislacionista
- Nov. 13, 2016
- original
Si hay algo que tengan en común populistas como el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, el líder húngaro, Viktor Orban, la prometedora aspirante a la Presidencia francesa, Marine Le Pen, o el ferviente defensor del Brexit, Nigel Farage, es la admiración que todo ellos han manifestado públicamente hacia el presidente ruso, Vladímir Putin. También le aprecia el primer ministro griego, Alexis Tsipras.
El jefe del Kremlin se ha convertido en un ídolo para los rupturistas de toda laya, en un icono de la inflexibilidad ante el orden mundial vigente y sus élites, en una especie de ideólogo del nacionalismo aislacionista y ultraconservador que él mismo aplica y promueve en su país.
Con el objetivo no declarado aunque evidente de desestabilizar a quienes discrepan con él y castigan la economía rusa con sanciones, Putin intenta crear un eje prorruso en el mundo.
Emplea para ello la propaganda a través de sus medios de comunicación de ámbito internacional y financia «think-tanks» y partidos políticos de corte radical, populista, nacionalista e independentista. Sobre todo en Europa.
Emplea para ello la propaganda a través de sus medios de comunicación de ámbito internacional y financia «think-tanks» y partidos políticos de corte radical, populista, nacionalista e independentista. Sobre todo en Europa.
Se sospecha incluso que utiliza hackers para piratear información que después utiliza contra sus antagonistas.
Así sucedió, según el Partido Demócrata, durante la reciente campaña electoral en Estados Unidos en detrimento de Hillary Clinton y en clara ventaja para su adversario republicano.
Así sucedió, según el Partido Demócrata, durante la reciente campaña electoral en Estados Unidos en detrimento de Hillary Clinton y en clara ventaja para su adversario republicano.
Según reconoció esta semana el viceministro de Exteriores ruso, Serguéi Riabkov, «hubo contactos» entre Moscú y el equipo de campaña de Trump en los últimos meses.
El miércoles, cuando se supo que había ganado los comicios, la Duma, la Cámara Baja del Parlamento, estalló en aplausos, el único órgano legislativo del mundo que lo hizo como gesto de felicitación y bienvenida al nuevo presidente de Estados Unidos.
El miércoles, cuando se supo que había ganado los comicios, la Duma, la Cámara Baja del Parlamento, estalló en aplausos, el único órgano legislativo del mundo que lo hizo como gesto de felicitación y bienvenida al nuevo presidente de Estados Unidos.
Y es que, de acuerdo con las palabras pronunciadas el jueves por el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, Putin y Trump «tienen un enfoque muy próximo en política exterior». La OTAN y la Unión Europea, sobre todo los miembros situados más al este, temen que Washington desatienda a partir de ahora su compromiso con la defensa del Viejo Continente y lo deje desprotegido ante una Rusia cada vez más militarista y amenazante.
El presidente ruso sigue abrigando la esperanza de llegar a un acuerdo con Estados Unidos para repartirse el mundo en zonas de influencia porque cree que, si tal pacto hubiera existido, la crisis ucraniana nunca hubiese estallado. Putin considera Ucrania más que un patio trasero, ya que allí surgió la Rus de Kiev, el primer Estado ruso, y recrimina a Estados Unidos y a Europa por habérsela arrebatado.
Rusia, los populistas y los caballos de Troya
Su lógica es la misma que empleó Stalin cuando propició la firma con la Alemania nazi, en agosto de 1939, del acuerdo Mólotov-Ribbentrop, convenio que permitió a la URSS anexionarse Estonia, Letonia, Lituania y Besarabia además de ocupar militarmente el este de Polonia.
Mientras tanto, Rusia utiliza a los populistas de todo el planeta como caballos de Troya, como arietes contra las actuales élites dirigentes.
Ha intentado influir en las elecciones en Montenegro y ahora lo está haciendo en Moldavia y Bulgaria, en donde la probabilidad de éxito es muy alta.
Los dos países celebran la segunda vuelta de sus presidenciales y los favoritos según los sondeos son los prorrusos: Rumen Radev en Bulgaria e Ígor Dodon en Moldavia, ambos se definen como socialistas.
Hasta la canciller, Angela Merkel, teme que Putin se inmiscuya en las legislativas alemanas del año que viene. «Sabemos que tenemos que enfrentarnos a informaciones falsas procedentes de Rusia y a ataques a través de la red», declaró Merkel el martes en Berlín y añadió que todo ello «podría tener peso durante la campaña electoral».
Igual que la Unión Soviética capitaneó o inspiró durante la «guerra fría» los movimientos de izquierda contra el capitalismo en el mundo, la Rusia de Putin pretende ahora aglutinar a los descontentos con el actual orden mundial para articular una internacional rupturista.
abc.es
15 de noviembre de 2016
Ahora que Trump ganó en EEUU recordamos este gran artículo: El renacer del nacionalismo económico #L6eleccionesUSA
El renacer del nacionalismo económico
“El fascismo italiano proclamó que el “sagrado egoísmo” nacional es el único factor creativo. (…) Hace sólo veinte años los manuales escolares enseñaban que el factor más poderoso para la producción de riqueza y cultura es la división mundial del trabajo, que tiene sus raíces en las condiciones naturales e históricas de desarrollo de la humanidad. Ahora resulta que el intercambio mundial es la fuente de todas las desgracias y todos los peligros. ¡Volvamos a casa! ¡De vuelta al hogar nacional!”
León Trotsky, 1933
“La globalización (…) elimina la clase media y nuestros empleos (…) Nuestro país estará mejor cuando empecemos a fabricar nuestros propios productos nuevamente, volviendo a atraer a nuestras costas nuestras otrora grandes capacidades manufactureras”.
Donald Trump, 2016
Los años se suceden y la burguesía muestra su impotencia para remontar la recesión más profunda de los últimos 70 años.
El panorama es incluso más sombrío que en la primera fase de la crisis. Todas las medidas destinadas a reactivar la economía no solo se han mostrado impotentes para rescatar a Europa del estancamiento y garantizar un crecimiento sólido en EEUU, tampoco han evitado que la sobreproducción se extendiera por todo el mundo.
El FMI lo reconocía hace unos días al señalar que “las políticas a la hora de resolver los arraigados problemas que sufren las mayores economías mundiales ha metido al mundo en el peor bache de bajo crecimiento de las últimas tres décadas y la situación podría ir a peor.”
No faltan motivos de preocupación.
El capitalismo chino, que en la primera fase de la Gran Recesión se convirtió en una esperanza, muestra hoy sus debilidades. Su desarrollo de los últimos años ha estado basado en una vertiginosa política de endeudamiento que ha provocado una formidable burbuja difícil de controlar: su deuda pública se acerca al 300% de su PIB.
Por si esto fuera poco, sectores decisivos de su industria siguen asfixiados por la sobrecapacidad en un mundo que no puede asimilar ya sus mercancías como antes.
Respecto al resto de las naciones emergentes, la situación es aún peor. La economía más importante de América Latina, Brasil, se enfrenta a su peor crisis de los últimos 25 años, con una caída del PIB superior al 5%. En Europa, los obstáculos que se interponían en el camino hacia la recuperación se han recrudecido tras el Brexit.
Y si miramos hacia el norte en busca de buenas noticias, no las encontraremos. The Wall Street Journal informaba este verano que las mayores compañías de EEUU registraron cuatro trimestres consecutivos de reducción en sus ganancias debido a sus ventas raquíticas.
Es más, el capitalismo estadounidense acusa duramente el ajuste en la industria de los combustibles fósiles, que comprende a los grandes monopolios estadounidenses: Exxon, Shell, BP y Chevron acumulan una deuda combinada de 184.000 millones de dólares.
Y qué decir del sector financiero, cuyo rescate ha provocado tanto sufrimiento a millones de familias trabajadoras.
Lo cierto es que esta bomba de relojería no ha sido desactivada. Desde comienzos de 2016 los 20 mayores bancos han perdido una cuarta parte de su valor de mercado combinado, aproximadamente 465.000 millones de dólares. En lo que se refiere a la actividad bursátil, desde que en verano de 2015 se desplomaran las bolsas chinas, la pérdida de su capitalización supera los 18 billones de dólares.
Declive del comercio mundial
A pesar de los nueve años transcurridos desde el estallido del sector inmobiliario en EEUU, del hundimiento de Lehman Brothers, y de todas las empresas y empleos destruidos, los capitalistas siguen desconfiando de la inversión en el tejido productivo. Son conscientes de que en 2008 el pinchazo de la burbuja financiera anunciaba una prolongada crisis de sobreproducción que acarrearía a su vez una fuerte contracción del comercio mundial.
El desarrollo del mercado mundial —inducido por la nueva división del trabajo internacional tras el colapso del estalinismo y la apertura de nuevos mercados y ramas de la producción— jugó un gran papel, entre otros factores, para que el capitalismo europeo y estadounidense, junto con China, registraran dos décadas de crecimiento salpicado de breves recesiones (desde 1987 hasta 2007 aproximadamente).
La incorporación de Rusia, los países del este de Europa, y fundamentalmente China al comercio mundial, inició una espiral ascendente en la que las viejas potencias capitalistas encontraron una jugosa fuente de inversiones productivas.
La internacionalización del comercio y del proceso productivo adquirió un nuevo impulso.
La participación media de las exportaciones e importaciones de mercancías y servicios comerciales en el PIB mundial pasó del 20% en 1995 al 30% en 2014, y, en ese mismo periodo, las exportaciones mundiales de mercancías se multiplicaron por cuatro .
Las cadenas de producción internacionales se intensificaron y desarrollaron al máximo. La fabricación del modelo 787 Dreamliner de Boing ilustra muy bien esta realidad.
El fuselaje central se fabricaba en Italia, los asientos en Gran Bretaña, los neumáticos en Japón, el tren de aterrizaje en Francia y las puertas de carga en Suecia. Para la empresa automovilística Volkswagen, resultaba rentable producir los motores en Alemania, el cableado en Túnez y los filtros en Sudáfrica. Hungría y Polonia, tras su entrada en la UE, se insertaron en este gran puzle de relaciones económicas especializándose en manufacturas químicas, transporte y equipos electrónicos.
Toda esta interdependencia y conexión de las diferentes economías nacionales entre sí se tradujo, una vez estalló la crisis de sobreproducción, en un contagio masivo.
“Otra característica importante de la contracción del comercio en 2008-2009 fue su alcance verdaderamente mundial y el elevado grado de sincronización entre los distintos países. (…)
En enero de 2009, el 73% de los países había registrado un fuerte retroceso de las exportaciones y otro 16% también había experimentado una caída de las exportaciones pero a un ritmo más moderado… la transmisión entre países fue excepcionalmente rápida.”
La política es economía concentrada: el auge del nacionalismo político y económico
El comercio mundial se contrajo brutal y rápidamente, el mercado se redujo y la lucha entre las potencias por el control del mismo se recrudeció.
A diferencia de los periodos de expansión económica, en los que la expectativa de abundantes beneficios puede facilitar una cierta coexistencia no exenta de tensiones entre las diferentes burguesías nacionales, el estallido de la recesión provocó una escalada de los conflictos diplomáticos, económicos y militares. Al calor del declive del intercambio en el mercado mundial, el chovinismo nacional empezó a germinar.
Los problemas del norte de Europa comenzaron a presentarse por muchos como una responsabilidad de los países mediterráneos, la decadencia de la industria nacional como consecuencia de la competencia desleal de otros países, los inmigrantes como la causa de la falta de empleo, los refugiados como una amenaza a nuestra forma de vida, y la construcción de grandes muros en nuestras fronteras como una necesidad vital…
Los hechos que señalan una vuelta al nacionalismo económico y político —el síntoma inequívoco de la decadencia senil del capitalismo— se multiplican por todo el mundo. EEUU denuncia como un ataque contra sus intereses nacionales la reclamación de la UE a Apple del pago de 13.000 millones de dólares en impuestos atrasados.
A su vez, EEUU y Europa se alían para denunciar que China usa sus finanzas públicas para subvencionar empresas deficitarias con el objetivo de inundar el mercado con productos por debajo de su coste de producción. Respecto a esta cuestión, el cinismo de Obama y Merkel es evidente.
El gobierno estadounidense no tuvo ningún reparo en ‘ayudar’ con dinero público a sus automotrices cuando fueron golpeadas por la crisis, por no hablar de las subvenciones a la producción agrícola.
Una de las últimas novedades en este terreno se produjo el pasado abril, cuando la UE anunció la compra de deuda privada de empresas, es decir, que multinacionales europeas conseguirán dinero a bajo interés con cargo al BCE. Aunque un denso oscurantismo envuelve toda esta operación, ya se conocen a algunas de las afortunadas: Telefónica, Siemens, Renault, Assicurazioni Generali…
Esta vuelta al proteccionismo y el nacionalismo económico, que hunde sus raíces en la profundidad de la crisis, impulsa la misma tendencia en el plano político. Un fenómeno que se extiende por todo el mundo.
Donald Trump, el candidato republicano a la presidencia de los EEUU, promete subir los aranceles a los productos chinos y mexicanos para devolver su viejo esplendor a la industria estadounidense. Marine Le Pen, llama al pueblo francés a apoyar una política de ‘patriotismo económico y proteccionismo inteligente’. El UKIP británico, se presenta como “el más nacional de todos los partidos”.
Todas estas organizaciones, y otras semejantes, ya sea Alternativa por Alemania, Amanecer Dorado en Grecia, el noruego Partido del Progreso, el Movimiento por una Hungría Mejor o los Auténticos Finlandeses, comparten además un discurso rabiosamente racista que, lejos de ser combatido, es consentido e incluso alentado por los partidos de la derecha tradicional y, también, como demuestra la trayectoria de Hollande, por amplios sectores de la socialdemocracia.
No debemos extrañarnos, la burguesía necesita que el eje del debate político se desplace a la defensa de la patria, que el conflicto social se vea distorsionado y desviado del terreno de la lucha entre explotados y explotadores para situarse en el enfrentamiento entre nacionales y extranjeros.
Los viejos demonios vuelven a resurgir
A pesar de su inmenso poder, los capitalistas siguen teniendo enormes dificultades para que la mayoría de la clase obrera beba el veneno del chovinismo.
Cuando millones de jóvenes y de trabajadores, a través de su acción, aúpan a la escena política a nuevos partidos y dirigentes como Syriza en Grecia, Podemos en el Estado español, Bernie Sanders en EEUU o Jeremy Corbyn en Gran Bretaña, no hay duda de que la gangrena del racismo, la xenofobia y el nacionalismo reaccionario no son la alternativa para las grandes masas de explotados.
Dicho esto, sería estúpido menospreciar los avances electorales de la extrema derecha e ignorar la amenaza que se cierne sobre el movimiento obrero. Pero, ¿Cómo combatir estas tendencias reaccionarias que surgen precisamente de la descomposición del capitalismo?
Entre sectores reformistas de las nuevas formaciones emergentes de la izquierda, se vuelve a recurrir al viejo discurso socialdemócrata de que la mejor forma de cerrar el paso a la reacción es confiar en el buen funcionamiento de la democracia y las instituciones parlamentarias.
Pero es precisamente la impotencia de la “democracia” capitalista por resolver el problema de la crisis, esa misma “democracia” que ampara los rescates a los grandes bancos y legisla los recortes y la austeridad contra la población, que permite el desempleo crónico y la extensión de la desigualdad, la que crea las condiciones objetivas para una vuelta al nacionalismo y a los discursos reaccionarios —y fascistas— característicos de los años treinta del siglo XX.
Esa “democracia” es la que legisla para que en Europa se trate a cientos de miles de refugiados inocentes —víctimas de las guerras y atrocidades de las que son responsables las potencias occidentales— exactamente igual que hacían los nazis, y sus gobiernos aliados, contra millones de judíos en Europa.
La burguesía no desprecia ningún medio para garantizar sus objetivos. Utiliza a discreción a los gobiernos conservadores y socialdemócratas para imponer sus políticas, recorta los derechos democráticos, endurece la represión y, mostrando el callejón en que se encuentran, recurren al espantajo demagógico del nacionalismo por que no vislumbran una salida a la crisis que no pase por aplastar a sus competidores en el mercado mundial.
Son tan conscientes de la gravedad de la situación que la directora gerente del FMI, Christine Lagarde, señaló: “El péndulo político amenaza con oscilar hasta situarse en contra de la apertura económica y si no se aplican medidas de política contundentes, el mundo podría sufrir un decepcionante crecimiento durante un largo periodo”.
El futuro es del socialismo
Los viejos demonios, que parecían conjurados, vuelven a resurgir con fuerza.
A principios de los años 30 del siglo pasado, León Trotsky explicaba las tendencias dominantes en un contexto histórico que muestra toda una serie de similitudes con el actual: “Se pone cabeza abajo la tarea progresiva de cómo adaptar las relaciones económicas y sociales a la nueva tecnología, y se plantea cómo restringir y coartar las fuerzas productivas para hacerlas encajar en los viejos límites nacionales y en las caducas relaciones sociales.”
El desarrollo del mercado mundial, la división mundial del trabajo, la internacionalización del proceso productivo, en definitiva, la socialización de la producción a escala planetaria es un proceso extraordinariamente progresista.
Ha desarrollado la industria, ha elevado la productividad del trabajo, ha generado avances tecnológicos maravillosos.
En 1848 Marx y Engels explicaban en el Manifiesto Comunista como lo nuevo se desarrolla dentro de lo viejo, como la burguesía fue engendrada en la vieja sociedad feudal y mediante una revolución victoriosa en naciones como Gran Bretaña y Francia, lograron acabar con las restricciones impuestas por un régimen político caducado. Sólo así las fuerzas productivas avanzaron como nunca lo habían hecho antes en la historia.
La misma coyuntura se levanta ahora ante la humanidad.
La solución no es dar marcha atrás el reloj de la historia, volver al proteccionismo, a la lucha entre los diferentes Estados nacionales capitalistas, cerrar más fábricas y despedir a más trabajadores.
Para acabar con la miseria, con las guerras, con el sufrimiento de un número cada vez mayor de seres humanos, es preciso liberar a las fuerzas productivas de la camisa de fuerza que impide que sigan avanzando: la propiedad privada de los medios de producción y las fronteras nacionales.
La actual crisis de sobreproducción prueba que una nueva sociedad se está gestando en el seno de la vieja. Las condiciones objetivas para levantar una economía mundial planificada, basada en la participación democrática y consciente de la población en la toma de decisiones, están dadas.
El socialismo lejos de aparecer como una utopía es la única solución, la garantía de que un mundo que es capaz de generar tanta riqueza lo pueda emplear para el bienestar de la humanidad.
Para lograrlo, la gran tarea sigue siendo la misma: construir la organización capaz de llevar el programa de la transformación socialista hasta el final.

Bulgaria y Moldavia deciden en las urnas volver a mirar a Moscú
Bulgaria y Moldavia asestaron este fin de semana un duro revés a la Unión Europea (UE) y su expansión hacia el Este, y recordaron que la esfera de influencia de Rusia sobre los antiguos estados soviéticos no ha desaparecido.
En Bulgaria, uno de los últimos países en entrar a la UE, la aplastante victoria presidencial el domingo del independiente prorruso, Rumen Radev, no sólo cambió el color político del Estado, sino que abrió una crisis política tras la renuncia del bloque del gobierno conservador, la primera consecuencia de la derrota de la candidata oficialista.
Al mismo tiempo, en la vecina Moldavia -un país que alberga un enclave prorruso no reconocido, Transnistria, y que por ello se acercó en los últimos años a la UE- la mayoría de la sociedad eligió como mandatario a otro dirigente cercano a Rusia, Igor Dodon.
En ambas campañas, el volver a acercarse a Rusia fue una de las promesas centrales de los ahora presidentes electos.
Bulgaria
Bulgaria es el país más pobre de la UE, con un salario mínimo de 180 euros y un sueldo medio de 380. Allí Radev, un antiguo comandante de la Fuerza Aérea sin experiencia política, se impuso de manera aplastante con casi el 60% de los votos.
El resultado no sólo fue un cimbronazo interno. Radev se convertirá en el primer mandatario abiertamente cercano a Moscú dentro de la UE.
Mientras seguramente en Bruselas intentarán determinar cómo los afectará este giro y cómo deben reaccionar, dentro de Bulgaria el abanico de incertidumbre que desataron las elecciones en la arena legislativa sumió al país en una crisis institucional sin precedentes desde la caída del comunismo en 1989.
El primer ministro, el conservador Boiko Borisov, presentó la renuncia en bloque del gobierno -tal como había prometido si perdía su candidata Tzetzka Tsacheva, actual presidenta del Parlamento- y, a través de un comunicado, informó a los diputados que el Ejecutivo continuará en funciones hasta la formación de un nuevo gobierno.
En otros países europeos el cambio de gobierno no supondría una crisis en sí mismo, pero la Constitución búlgara, establece que el presidente saliente, Rosen Plevneliev, no puede disolver el Parlamento en los tres últimos meses de su mandato ni convocar elecciones anticipadas.
La toma de posesión de Radev como nuevo presidente está prevista recién para el 22 de enero de 2017.
Plevneliev deberá ahora encargar la formación de un nuevo gobierno al mayor partido del parlamento, el GERB de Borisov, pero el primer ministro ya avisó que rechazará el encargo y lo mismo ha adelantado el Partido Socialista Búlgaro, la segunda fuerza política del país.
Medios locales pronosticaban este lunes que el presidente saliente intentará pedirle a otro partido del Parlamento que forme gobierno, pero si eso también fracasa, deberá designar a un gobierno técnico para que organice elecciones anticipadas.
Si esto sucede, por primera vez en los últimos 27 años, el país con la renta más baja de la UE tendrá un gobierno interino que estará controlado por un Parlamento muy fragmentado, con ocho partidos y sin mayoría absoluta.
A este clima de incertidumbre política interna, son pocos los que en Sofía pueden pronosticar hasta qué punto llevará el presidente electo su simpatía con Moscú.
Durante su campaña, Radev -un hombre de 53 años que estudió en Estados Unidos, pero más cercano a los postulados de Moscú que a los de Washington- se enfocó en la economía y las relaciones con Rusia.
Pidió que las potencias occidentales que suspendan las sanciones impuestas a Moscú por la anexión de Crimea y la intervención en el este de Ucrania, pero en ningún momento puso en duda la membresía en la UE y en la OTAN.
“¿Por qué la eurofilia debería implicar necesariamente rusofobia? Hasta hace poco, piloteaba un caza soviético. Soy egresado de una academia (militar) estadounidense. Pero soy un general búlgaro y mi causa es Bulgaria”, coqueteó Radev en sus intentos por equilibrar sus compromisos hacia la UE y la OTAN con su buena relación con Moscú.
Un discurso similar se escuchó en los últimos meses por parte del nuevo presidente electo en Moldavia, un pequeño país entre Rumania y Ucrania, que tiene más de cuatro millones de habitantes y un nuevo presidente prorruso.
Moldavia
El domingo, el líder del Partido de los Socialistas, Igor Dodon, se impuso en el balotaje con un 52,18% de los votos frente a la europeísta de centroderecha Maia Sandu, quien obtuvo el 47,1% en las primeras elecciones presidenciales directas en Moldavia.
“Yo mejoraré drásticamente las relaciones entre Moldavia y Rusia. Esta relación es muy importante para los moldavos”, dijo este ex comunista de 41 años partidario de revisar el Acuerdo de Asociación -una suerte de Tratado de Libre Comercio- firmado en 2014 entre Moldavia y la UE, y una de las grandes reivindicaciones políticas del actual gobierno proeuropeo del primer ministro, Pavel Philip.
“Creemos que este acuerdo de asociación no logró mejorar la calidad de vida en Moldavia, abogamos abiertamente por la cooperación estratégica con Rusia”, argumentó durante la campaña.
Entre otras cosas, el presidente electo propone un “programa de salvación” que tiene como prioridad crear 150.000 nuevos puestos de trabajo para reducir el éxodo laboral y atraer a los moldavos que emigraron a países como España, Italia o Portugal.
También quiere que los productos moldavos regresen a su mercado tradicional: la Unión Económica Eurasiática encabezada por Rusia, y al resto del espacio postsoviético.
A diferencia de lo que puede suceder en Bulgaria, en Moldavia la victoria de Dodon no supondrá cambios inmediatos en el rumbo nacional ya que, según la Constitución de ese país, el Poder Ejecutivo reside en el gobierno, que es nombrado por el Parlamento, y las funciones del presidente son principalmente protocolares y ceremoniales.
Pero con su figura en ascenso, la llegada a la Presidencia de Dodon deja a su partido en inmejorables condiciones para que dentro de dos años intenten ganar el control del Parlamento y, por tanto, del gobierno.
Aún es muy pronto para hablar de una tendencia en Europa oriental o siquiera prever los cambios que estas victorias presidenciales podrían significar. Sin embargo, en Rusia ya festejan.
“Las elecciones en Bulgaria y Moldavia demuestran el fracaso de las campañas antirrusas en los medios (…) y que los votantes tienen su propia visión de Europa unida, en la que Rusia no es considerada como un enemigo, sino un socio”, aseguró el jefe del Comité Internacional del Senado ruso, Konstantin Kosachov, en una entrevista con la agencia de noticias rusa Sputnik.
Telam



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