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miércoles, 30 de noviembre de 2016

La “Cosa Nostra”habla español

La “Cosa Nostra”habla español


Por Lucas León Simón*
He tenido un sueño. No sé si una pesadilla. Este país –o famigglia – se despertaba en su rosada mansión y comprobaba la existencia de una cabeza ensangrentada de caballo entre las sábanas de su actualidad.
“Don” Vito había vuelto a ser Presidente de Gobierno. Los “capos” de la teórica oposición se habían abstenido en su nombramiento, haciéndolo posible, tras mandar a “hacerle compañía a los peces” al que había dicho “no, es no”. 
Una consegliere del Sur, aleccionada por un rollizo Don Ciccio, de piel pulida en el Caribe mientras fumaba puros importados del despacho de Fidel, le hizo el trabajo sucio y mandó a un Luca Brassi, asturiano, a presidir un fantasma llamado “gestora”.
El país circulaba entre “negocios” de caporegimes”. 
Las “eléctricas” campaban por sus respetos, cortaban la luz a ancianas que morían incendiadas por sus velas, mientras la energía subía un 60 por ciento en cinco años. 
Las “cuatro familias de banqueros” se repartían el pastel. 
El capo-ministro de Hacienda hacía amnistías fiscales para blanquear los capitales evadidos, la “trattativa” del Gobierno del “Godfather”” con el “Forza los nuestros” de Panamá o Suiza.
Un día, la “Mamma” de aquesta “famigglia” apareció muerta en su hotel. Se había tomado un whisky y una tortilla antes de irse a la cama.  Una “Omertá” consensuada antes de tener que comparecer ante el “Gran Tribunal”.
Doña “Cospedala Finiquito” llevaba a su ministerio a “tiburones” de la “Cosa Nostra” y el imperio se consolidaba con el respaldo de los “Big Brothers” del barrio europeo. 
Un “pezzonovante”, caído en desgracia por un quítame allá 42 millones en Suiza, señalaba a un “consegliere” o señorito del Sur, como pactante de un acuerdo “entre caballeros”.
Todo el país apestaba a Chicago. Sicarios de gran y medio pelo llenaban los ministerios y consejerías. 
Todos los estamentos estaban apestados de mafiosos que cobraban comisiones, subvenciones y donaciones. 
Acribillaban desde el estribo de su “PPartido” en marcha a pensionistas, jóvenes en paro y mujeres sin contrato. 
Tenían el sombrero Borsalino puesto, los ojos abiertos a lo que pudiera caer.
Sobre el pueblo, ignominiado, bajo las balas de la Ley Seca de los Derechos Laborales, se extendían los cementerios.
Todavía no he despertado del sueño. Creo que no se puede despertar.

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