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miércoles, 26 de octubre de 2016

Lo que no se dijo en los reportajes sobre el huracán Matthew, que destruyó Haití

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Lo que no se dijo en los reportajes sobre 


el huracán Matthew, que destruyó Haití


Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 25 de octubre de 2016.
Este artículo compara los efectos del huracán Matthew en Haití y en Cuba, contrastando la enorme cantidad de muertos ocurrida en el primer país con la nula mortalidad en Cuba, señalando que la causa de lo primero fue la pobreza creada por las políticas neoliberales impuestas al país por países de economías avanzadas y organismos internacionales que enfatizan la responsabilidad individual y privada sobre la responsabilidad pública, al revés de lo que ocurrió en Cuba, que mostró un sistema de protección de la población mucho más avanzado que otros países en el Caribe, incluyendo Haití.
Hace unos días la atención mediática se centró en el paso del huracán Matthew por el Caribe, llamando la atención su enorme capacidad destructiva, consecuencia de la intensidad del viento, siendo uno de los más potentes conocidos en aquella parte del mundo. 
Como era predecible, mucho se escribió sobre el porqué de la extraordinaria fuerza del huracán, señalando, con razón, que tal intensidad es un síntoma más del notable cambio climático, cuyas consecuencias pueden ser enormemente dañinas para millones y millones de personas expuestas a este cambio. 
La creciente concienciación sobre estas consecuencias ha creado, lógicamente, un estado de alarma, con un aumento del interés en estudiar y analizar cómo los países pueden acomodarse a las consecuencias de este cambio climático que, a todas luces, parece irreversible. Y lo que pasó con este huracán nos ha dado ya señales de la posible incompatibilidad entre las políticas económicas que se promueven en el mundo en vías de desarrollo y la prevención de daños a las poblaciones frente a tales cambios climáticos.
Hay un consenso generalizado de que el huracán significó un auténtico desastre para Haití, con alrededor de mil muertos y la destrucción de su infraestructura económica y social, que incluye desde elementos tan básicos de mera supervivencia como el agua potable, los alimentos básicos, los techos de las casas y las camas, hasta los propios medios de producción agrícola del país, sustento de su economía. 
Los reportajes de los mayores medios occidentales se centraron, como era lógico y predecible, en el enorme drama inmediato que ocurrió en solo unos días en aquel país. Muchas de las imágenes fueron auténticamente desgarradoras.
Ahora bien, dos hechos llamaron la atención, no tanto por lo que se dijo, sino por lo que no se dijo. Y ello incluye en primer lugar el análisis del porqué tanto daño humano. 
¿Por qué alrededor de mil muertos y muchos más que vendrán debido a las secuelas de lo ocurrido durante el huracán? Se vio el daño, pero no se comentaron las causas de tanto daño, centrándose solo en la tormenta. Pero otros países, como Cuba, también sufrieron la misma tormenta y no murió ni una persona. ¿Por qué?
¿Por qué tanta destrucción y tanta muerte en Haití?
Y la respuesta a esta pregunta es de enorme importancia, pues da en el clavo del porqué tanta destrucción y tanta desgracia en ese país, causas que quedan ocultadas al definirse la “pobreza” como el motivo de dicha destrucción y desgracia. 
Es más que comprensible que bastantes voces en Haití protestaran porque la presentación de lo ocurrido se presentara por parte de los grandes medios televisivos como un “show” teatral, impresionante, dramático, que ponía la piel de gallina al espectador, confirmando con ello que la pobreza masiva puede ser un gran espectáculo televisivo de primera magnitud en los países de capitalismo avanzado. Y lo fue en el caso del impacto del huracán Matthew en Haití.
Pero en esta descripción de lo que pasaba en dicho país no se analizaron las causas de la pobreza. Y ahí está el silencio ensordecedor en medio de tanto ruido. No es suficiente mostrar el dolor y la pobreza. Hay que comprender el porqué del dolor y la pobreza. 
Y créanme que si se quiere, no es nada difícil ver las causas de tanta muerte: la enorme concentración de la riqueza del país en manos de una oligarquía nativa y sus aliados, empresas extranjeras predominantemente de Estados Unidos y de Europa, con un claro intervencionismo externo que no ha dejado que aquel país coja las riendas de su destino y su desarrollo. 
Para cualquier observador objetivo de la realidad económica y social de Haití es obvio que el modelo de desarrollo en dicho país sigue las pautas neoliberales que le han estado imponiendo EEUU y la Unión Europea (UE), así como organismos internacionales como el FMI y el Banco Mundial, que rompen con cualquier cultura de solidaridad, dificultando el sentido de colectividad y la rápida respuesta del Estado y de la sociedad a los huracanes, entre otros fenómenos climáticos predecibles.
Y esta realidad nunca apareció en el “show” mediático de la pobreza. 
La prensa internacional basada en Europa y en Norteamérica es conocida por intentar mostrar compasión por los niños huérfanos de padres que han sucumbido frente a fuerzas económicas y políticas promovidas por los mismos medios. 
De ahí que el gobierno de Haití, mero instrumento de las grandes fortunas nacionales e internacionales, no tuviera ningún plan de respuesta hacia tales huracanes, aunque el país está en una de las zonas más expuestas a estos cambios climáticos de naturaleza aguda, como tormentas y huracanes.
La silenciada y ocultada experiencia cubana
El otro silencio en el “show” teatral sobre el huracán fue el silencio sobre lo ocurrido en Cuba (afectada por el paso del huracán entre los días 4 y 5 de octubre). 
Excepto un artículo en Público, ningún medio en España dijo nada sobre lo ocurrido en aquel país, donde también hubo grandes destrozos, pero ni un muerto. Y no es la primera vez. Se conoce que el sistema de Defensa Civil en aquel país es ejemplar, y, por lo general, hay pocos muertos como consecuencia de tormentas y huracanes. 
Existe una estructura organizada, con una gran participación de la ciudadanía en la organización dirigida por la agencia de Defensa Civil. 
Existen planes detallados de lo que debe hacerse en cada momento de la evolución y llegada de una tormenta o un huracán (Cuba ha sufrido 15 huracanes en lo que va de siglo). Y cada ciudadano tiene asignado un lugar de refugio, sea en la casa de un vecino, sea en una escuela, o en un edificio resistente, donde la persona desplazada de su casa encuentra agua, alimentos y algún tipo de atención médica en caso necesario (solo en la provincia de Guantánamo más de 227.000 personas fueron evacuadas, de las cuales el 80% fueron alojadas en casas de familiares o amigos, y el resto en edificios públicos).
Y la ciudadanía organizada como Defensa Civil tiene derecho a utilizar todos los medios públicos y privados disponibles para la movilidad de la población y de los recursos, medios de transporte que tienen circulación y movilidad prioritaria. 
Nadie puede quedarse en zonas consideradas como peligrosas, priorizando la vida humana sobre cualquier otra consideración. Y ahí la prueba de su éxito reconocido internacionalmente. El contraste con Haití es enorme.
Sé que los Eduardos Inda o los Franciscos Marhuenda de este país, conocidos por su escaso o nulo profesionalismo y meros portavoces de la ultraderecha, interpretarán estas líneas como propaganda política, con insultos y sarcasmos, como ocurrió con el excelente artículo publicado en Público. 
Pero hago el ruego de que el lector no demonice a Cuba pues, independientemente de la valoración que se haga de tal régimen, toda la evidencia muestra que en temas de prevención frente a los agudos cambios climáticos, esta es muy superior a la existente en otros países del Caribe. Y los datos así lo muestran. 
La solidaridad frente al peligro, tanto por parte de la sociedad como por parte del Estado, es mucho más eficiente para prevenir desastres que el individualismo promovido por el neoliberalismo, con un escasísimo desarrollo de la responsabilidad pública. Así de claro.
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