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miércoles, 18 de mayo de 2016

¡Qué vienen los ROJOS! El único programa de PP, PSOE y Cs y su Caverna Mediática

¡Qué vienen los rojos! 

El único programa de PP, PSOE y Cs

Los rivales de Pablo Iglesias y Alberto Garzón recurren al discurso del miedo para frenar el impulso de la coalición forjada por Podemos e IU.


 /  • 09:46

Ya lo saben. La coalición electoral que han forjado, IU y Podemos, se va a llamar Unidos Podemos. De modo que, al final, no era tan difícil como algunos sesudos analistas vaticinaban bautizar la alianza entre las huestes de Pablo Iglesias y Alberto Garzón, destinada, sobre todo, a luchar contra la pérfida Ley D’Hont, el blindaje con el que se dotó el antiguo bipartidismo reinante desde la transición de 1978, para asegurarse la alternancia en el poder y que tanto el PP como el PSOE, en sus respectivas etapas de Gobierno, se han encargado de mantener a lo largo de los años, como su bien más preciado y su auténtico seguro contra cualquier riesgo.

Porque al final sólo estamos hablando de eso, en realidad. Y los militante y simpatizantes de IU lo saben mejor que nadie. Esas palmaditas en la espalda que siempre han recibido, provenían de ahí. De su capacidad de ejercer de tontos útiles, de captar un millón y pico de votos en todo el Estado, a veces algunos más y otras algunos menos, y tener luego serios problemas siempre para conseguir un grupo parlamentario propio.




En el juego corto de los restos, donde los escaños se deciden por un mínimo puñado de votos y en recuentos apretados, los ‘comunistas’ han prestado siempre unos servicios impagables a sus rivales socialdemócratas y conservadores, porque sus papeletas no sumaban nunca lo suficiente para que les permitieran obtener los parlamentarios en litigio y sí servían, sin embargo, para asegurar, como decía ABBA, que el ganador se lo llevara todo.

En los dos últimos procesos electorales celebrados hasta ahora de ámbito más o menos estatal, las consecuencias para IU de esa injusticia legal y los beneficios obtenidos por sus adversarios han quedado patentes de modo casi dramático. 

Basta con tomar como ejemplo lo sucedido en las pasadas elecciones autonómicas y municipales que tuvieron lugar en la Comunidad de Madrid y Madrid capital, dos circunscripciones de gran importancia siempre para la coalición de izquierdas.

Pues bien, ya saben. IU no obtuvo ni parlamentarios ni concejales y, sin embargo, impidió que Ahora Madrid, coalición en la que se integraron algunos críticos salidos de sus propias filas, consiguiera una victoria holgada y facilitó a Cristina Cifuentes retener para el PP la presidencia de la autonomía.

Así que, desde un punto de vista práctico, que quizá no sea el único admisible a la hora de analizar esta cuestión, la decisión adoptada por Alberto Garzón a la hora de buscar esa alianza con Podemos que ha sacudido el panorama preelectoral es la correcta. 
Por muchas tensiones que provoque en determinadas provincias por aquello de que en la elaboración de las listas siempre hay ganadores y perdedores y que, quien más quien menos, aspira a un puesto de salida y en ninguna organización política regional, sea del color ideológico que sea, han sido, ni serán, nunca bien recibidos los paracaidistas y los ‘cuneros’ impuestos por la dirección.


Y claro. El pacto también resulta conveniente para Podemos porque frenas las fugas de votos que proliferaban por su izquierda y revitaliza la imagen, algo dañada por el fragor de la batalla, de un Pablo Iglesias que ya no es ese jovencito tan simpático de la coleta que dice verdades como puños. Pero, a mi entender, hay que ser muy cínico para criticar que los partidos, viejos nuevos o de edad indefinida, tomen decisiones motivadas únicamente por sus intereses electorales, sobre todo si uno se dedica también a la actividad política. Más que nada por aquello de que “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”.

De modo que estos ‘chicos malos’ han decidido buscar una fórmula que les permita inyectar un poco de ilusión en su electorado potencial, y convertirse en una máquina competitiva con aspiraciones de rebañar muchos escaños en las peleas en el barro de los restos. 
Pero ¡Qué desfachatez! ¡Cómo se les ocurre tal cosa!... ¿No pretenderán ganar las elecciones y formar gobierno? ¿Dónde se ha visto eso? 
Y esas airadas reacciones ante el pacto IU-Podemos, que han surgido desde los campamentos rivales antes incluso de que Unidos Podemos fuera una realidad tangible, demuestran, tal y como yo lo veo, que los responsables de estas fuerzas políticas han tomado una decisión correcta.

Se comprende también, por mucho que no sea fácil admitirlo, que el PP recurra rápidamente al discurso del miedo, el frentismo y el tradicional tablero de juego político de las ‘dos Españas’ para intentar parar el golpe y hasta sacar partido de la situación si es posible.

Es verdad que, sobre todo a los populares, les conviene ‘mojar el césped’ y entrar en una campaña polarizada al máximo, donde el peligro comunista y la necesidad de sumar fuerzas para evitar la entronización de un ‘hijo politico’ de Hugo Chávez mueva el voto útil que necesitan para recuperar todos los sufragios que han perdido por culpa de la corrupción. 
Porque sí amigos míos. 
Aunque parezca mentira hay muchos votantes de derechas que son conservadores y apoyan la ideología económica neoliberal, pero están tan hartos de subvencionar chupópteros como los demás.

Pero esa cantinela no le va a ser tan rentable como parece a Ciudadanos, un partido que, como explica algún ‘videoblogero’ de análisis atinado, sólo puede crecer mientras el PP le permita hacerlo. Es decir que no tiene más hueco que jugárselo todo a la carta de la regeneración política y que tiene muy poco que ganar con esas diatribas ‘antifrente’ popular a las que su líder Albert Rivera se ha sumado con entusiasmo desde el minuto uno.

Tal vez sea, como algún observador malicioso ha apuntado ya por ahí, porque a lo mejor Rivera sabe que su futuro y el de su partido no están destinados a coincidir. 
Lo mismo el político catalán puede terminar convertido en ese líder joven y limpio que necesita la derecha española. 
Al fin y al cabo, como se vio cuando José María Aznar emergió desde las ruinas de aquella vieja Alianza Popular, las siglas pueden cambiarse si resulta conveniente.

Pero, lo que más sorprende, es la actitud del PSOE y el entusiasmo con que casi todos sus líderes, sus terminales mediáticos y sus ‘opinadores’ afines se han sumado a esta ola ‘anticomunista’ que nos invade. 
¿De verdad creen sus lucidas cabezas pensantes qué pueden repetir ahora el éxito que tuvo Felipe González cuando se enfrentó a Julio Anguita con la cantinela de la pinza?

La verdad es que lo dudamos seriamente. 
Por mucho que la tropa este encantada con la repetición de la jugada y se agarre al clavo ardiendo de este ‘argumentario’ rancio para sobrevivir, es obvio que tipos de inteligencia tan acreditada como ese mismo expresidente del Gobierno y alguno más, saben perfectamente que el contexto actual no se parece en nada al anterior.

Lo que tienen enfrente ahora es una oferta electoral que puede, perfectamente, superarles en número de votos y hasta en escaños. Esto es un trasatlántico y nada que ver con aquel barquito que conducía el político cordobés y que aspiraba, en el mejor de los casos que nunca llegó, a obtener una treintena de parlamentarios.

Entonces, ¿Por qué lo hacen? No es fácil saberlo, pero hay quien dice que hay un sector del partido al que no le importa demasiado, de momento, que el PSOE deje de ser una opción nacional para convertirse en algo así como una formación nacionalista andaluza con unas cuantas sucursales en el resto del estado. 
Serían aquellos que aún están comprometido por culpa de la amenaza que suponer el famoso ‘caso de los Eres’ y que sólo aspiran a mantener a Ferraz bajo control. 
Son ellos quienes han diseñado una estrategia imposible que obliga a Pedro Sánchez a correr hacia un abismo cierto, sumándose a las estrategias de la derecha.

Y cuando el madrileño se hunda buscarán a otro testaferro (o ‘testaferra’) para que ocupe la secretaria general. Todo antes que permitir un liderazgo fuerte que renueve de verdad el partido y elabore un programa de izquierdas con verdaderas posibilidades de ganar. 
Menos mal que,como siempre,
 estas ideas son simples elucubraciones de mentes calenturientas.
Cuentos que cuentan viejos ‘anguitistas’ desesperados que nunca han sabido de que va esto y lo único que hacen es mentir para desacreditar a sus viejos enemigos ‘felipistas’…
¿Verdad?

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Algunos somos comunistas ( y a mucha honra)


por Alberto GARZÓN
El comunismo se ha puesto de moda. 
No del modo que predijeron Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, pero sí de alguna forma tal que ha provocado que las tertulias políticas, en los grandes medios de comunicación o fuera de ellos, vuelvan a debatir sobre esta tradición política. 
Es más, tres partidos políticos -PP, Ciudadanos y PSOE- agitan ahora la bandera del anticomunismo con objeto de atacar las posiciones políticas de la alianza entre Podemos, IU y las confluencias. Suena a burda y recurrente maniobra para usar el miedo como arma electoral, pero esta vuelta a las viejas consignas reaccionarias no deja de ser sintomática.
Hace unos años la filósofa Jodi Dean escribió que el resurgir del peligro comunista se estaba produciendo porque los mercados habían fracasado. Me parece algo cierto. 
El anticomunismo emerge como una suerte de defensa ante los propios fracasos, los del sistema de mercado y el capitalismo. 
De hecho, no deja de sorprender que tras décadas de neoliberalismo y tras la más grave crisis económica desde la Gran Depresión, se vuelva a agitar el fantasma del anticomunismo. 
Al fin y al cabo, el desempleo, los desahucios y el miedo a pasar hambre se han multiplicado como resultado natural del capitalismo y de sus crisis. 
Tantos años asustando 
con que los comunistas nos quitarían las viviendas 
y al final hemos comprobado 
que han sido los bancos privados, 
protegidos y representados por trajeados hombres de negro,
los que nos han robado 
la vivienda, el trabajo y el futuro de nuestras familias.
El geógrafo David Harvey ha insistido a menudo en que el interés por el marxismo y la economía política retrocedió durante los años sesenta y setenta porque las preocupaciones de la sociedad, y especialmente de la izquierda, se habían trasladado hacia las cuestiones culturales. 

Había un creciente interés sobre las temáticas vinculadas a la alienación y sobre las causas posibles de que la clase obrera no quisiera hacer la revolución socialista, dejándose de lado el análisis económico. 
Es más, la mayoría de los marxistas occidentales eran filósofos y muy pocos atendían la cuestión económica, como puso de relieve el clásico estudio de Perry Anderson sobre el marxismo occidental. 
En aquel contexto socio-histórico típico del fordismo y del consumo de masas una obra como El Capital, que describe fríamente al capitalismo en sus fundamentos más elementales, parecía alejada de los problemas políticos de la época. 
Pero eso, insiste el propio Harvey, ha cambiado en las últimas décadas. Y está en lo cierto. 
Hoy una obra como El Capital 
explica con sorprendente precisión 
por qué y cómo nos bajan los salarios, nos despiden, 
nos recortan la sanidad y la educación 
o nos obstaculizan la organización en sindicatos. 
Hoy el capitalismo está mucho más desnudo, y es fácil ver cómo la razón económica del capital inunda nuestras vidas y nos obliga a emigrar, a pelear por migajas o a aceptar salarios de subsistencia como si fueran privilegios. 
Hoy el marxismo tiene, de hecho, más actualidad que hace cuarenta años.
Es natural, aceptado lo anterior, que también estemos ante un resurgir del comunismo como planteaba Dean, aunque no tiene por qué expresarse con los mismos ropajes o las mismas herramientas conceptuales de siempre. 
En realidad el marxismo siempre ha sido así, abierto y diverso. 
De hecho, sólo el catecismo ortodoxo que emanaba de los manuales de la URSS pudo congelar, así fuera parcialmente, un instrumento tan vivo como el marxismo. 
Lo fosilizó, y a un coste enorme. 
Pero nadie podrá negar que el propio Lenin fue un heterodoxo, hasta tal punto que Gramsci tuvo a bien definir la revolución de 1917 como una revolución contra El Capital
Algo similar pasó en toda América Latina con los movimientos revolucionarios, destacadamente el cubano. 
La propia Rosa Luxemburgo fue, de hecho, una teórica especialmente fecunda y crítica con la racionalización que la dirigencia soviética hacía de los acontecimientos históricos. 
Pero no sólo es respecto al análisis que el marxismo es abierto y versátil, sino también respecto a la práctica política y la estrategia discursiva. 
Sólo hay que recordar que la consigna socialmente aglutinadora de la revolución soviética fue paz, pan y tierra y no ningún símbolo fetichizado que limitara su capacidad a la mera autocomplacencia de los revolucionarios portaestandartes. 
En la ascendencia republicana pasó lo mismo con Robespierre y su tan famosa expresión sobre el derecho a la existencia, que resumía así sin quebraderos de cabeza el eje central de los Derechos Humanos.
En este sentido, Harvey es de los que se han sumado históricamente a conectar los ideales del Manifiesto Comunista con los expresados en la Declaración de los Derechos Humanos
Esta es una vía que permite reconectar al socialismo con la tradición republicana y que, al mismo tiempo, permite volver a situar el foco político en los problemas de la gente y no en debates litúrgicos y ceremoniales propios de las religiones.
Hablar de Derechos Humanos y vincularlos al marxismo no es casual
Por dos motivos. 
En primer lugar, porque el socialismo fue la única tradición política que mantuvo viva la llama de los Derechos Humanos desde 1794 hasta 1948, y gracias a la cual se conquistaron los derechos políticos y sociales que caracterizan a nuestras sociedades democráticas modernas. 
En segundo lugar, porque la agresión del capitalismo es tan brutal y salvaje que, bajo las actuales condiciones históricas, defender los derechos humanos es impugnar el sistema capitalista mismo.

Sobre esto insistimos mucho durante las movilizaciones del 15-M al subrayar 
que no somos antisistema, el sistema es antinosotros
No es cierto que durante aquellos días de 2011 el miedo hubiera cambiado de bando, al menos no tanto como coreábamos. Pero lo que sí cambió de bando fue el sentido común. 
En mitad de la agresión neoliberal defender una vivienda, cuya conquista como derecho se sobreentendía como parte del sentido común, se convertía ahora en un acto revolucionario –y, por cierto, ilegal. 

Esto también es fácil verlo hoy cuando comprobamos que la propia Constitución de 1978 y sus garantías sociales se convierten en papel mojado ante una supuesta realidad inmodificable, a saber, la supraestructura europea y el propio sistema capitalista.
Dice el catedrático de Literatura Juan Carlos Rodríguez que «lo que debería resultar más sorprendente es sin embargo lo que menos sorprende». 
Se refiere al hecho de que deberíamos asombrarnos ante un sistema que es capaz de dejar sin trabajo a más de un millón y medio de hogares y sin vivienda a centenares de miles de familias, por citar dos ejemplos. 
Sin embargo, hemos naturalizado esos dramas estructurales. 
Decimos la vida es así y seguimos a otras cosas. 
Pero no es la vida, sino esta vida
Concretamente esta vida bajo el capitalismo. 
Bajo un sistema regido por un principio básico de maximización de ganancias y que mercantiliza todo a su paso, desde los objetos hasta los seres vivos y los recursos naturales. 
Un sistema, llamado capitalismo, que nos esclaviza a un nuevo Dios llamado mercado que opera con caprichosos y cambiantes deseos de rentabilidad.
De ahí que el marxismo aspire a desnudar esa supuesta
normalidad, y a mostrarla tan despiadada como es. 
Desmitificar las estrategias discursivas dominantes es, de hecho, parte de la acción política. 
¿Acaso es verdad 
que somos todas las personas iguales en nuestra condición 
de ciudadanos como nos insisten unos y otras cada día? 

Cuando paseamos por el centro comercial, sugería Jean Baudrillard, se produce una suerte de equiparación en la que todos nos pensamos iguales. Ricos y pobres quedamos aparentemente indiferenciados en nuestra nueva condición de ciudadanos consumidores. 
Nada más lejos de la realidad, de esa realidad que palpamos en nuestras calles. 
Porque es ahí donde averiguamos que no sólo hay ricos y pobres sino también trabajadores y rentistas, y que por mucho que la estructura social de nuestras sociedades modernas se haya complejizado no dejamos de dividirnos en función de una distinta dependencia de nuestras propias capacidades y cuerpos. 

En efecto, algunos necesitan ofrecerse en el mercado mundial para ganarse el pan, y otros viven del trabajo ajeno. Eso, en esencia, no ha cambiado.
Este es el asunto más incontestable acerca de la actualidad del comunismo. 
Allá donde haya explotación, habrá lucha, 
y donde haya opresión, habrá resistencia. 
No importarán las etiquetas, 
ni tampoco la diversidad de los sujetos. 
Allá donde la explotación derive 
en miseria, desigualdad, desahucios, carencias básicas 
y otros obstáculos para el desarrollo de una vida en libertad,
habrá contestación. 
En breve, 
siempre que exista el capitalismo como sistema 
existirá el comunismo como idea, movimiento y alternativa.
PS: 
El título del presente artículo es, queriendo, idéntico al que utilizó Carlos Fernández Liria a los pocos días del 15-M para decir, aproximadamente, lo mismo que yo ahora.


Iglesias y Garzón tras firmar el pacto. | Flickr/Podemos/Dani Gago

Alarma ante las encuestas: 

España, a las puertas del comunismo revolucionario

Las encuestas preocupan y mucho y parece que sólo Rajoy vive tranquilo y satisfecho. A ver lo que le dura.

El Mundo presenta en su foto de portada la "nueva Cuba", que es la que representa el Che Guevara, nuevo donde lo haya. 
Dice el titular que "Rajoy diseña una campaña 'sin piedad' contra Rivera" y en el editorial le cae una bronca de campeonato. "Sería de desear que Rajoy no cometiera el error de cebarse con Ciudadanos por la sencilla razón de que va a necesitar sus escaños si pretende gobernar. 
Lo que el dirigente del PP no puede pretender es presentar como un enemigo a Rivera y luego pedirle que pacte para obtener mayoría parlamentaria". 
Pero Rajoy está rabioso con Rivera y se le ha ido tanto la olla que pretende "plantear una campaña contra 'las izquierdas' en las que incluye a Podemos, IU, PSOE y Ciudadanos".
 ¿Y por qué no Vox, ya puestos? Como una cabra loca. Hasta Victoria Prego, nada sospechosa de tenerle tirria al líder del PP, intenta hacerle entrar en razón. 
"El PP tiene que sacar de su casa a los abstencionistas y no lo conseguirá si no agita el fantasma, bastante corpóreo por otra parte, del peligro de un Gobierno de izquierda radical, que sería el formado por el PSOE y la coalición de IU y Podemos". 
Pero con Ciudadanos "va a ser su único socio posible. 
Y aunque muchas de las papeletas que fueron a parar al cesto de Ciudadanos venían de las filas populares, atacar a este partido fieramente puede no darle al PP los resultados que busca, sino todo lo contrario", cuidadito con los rencores personales. 
"Acogotar al votante de esta nueva formación puede tener el efecto de hacerle huir de las proximidades del PP por mucho tiempo. Deberían los populares templar ese brazo de la campaña no vaya a ser que se les rompa". 
Que luego no se quejen de que nadie les quiere, cordón sanitario, bua, bua.
El País dice que el PSOE ya enseña la patita de lo que hará tras las elecciones. 
"El PSOE acepta pactos locales con Podemos pese a su plan electoral". 
Viendo la que se avecina, le hace la pelota a Colau y le dedica la foto de portada. "Alcaldesa en Nueva York". Mejor ir acercándose a los nuevos amos. 
Anabel Díez cuenta la increíble estrategia de Sánchez. 
"Ni una palabra; ni un gesto que pueda indicar el menor acercamiento a Podemos. Tal es la decisión firme que el PSOE mantendrá en campaña". 
Pero "esta línea estratégica inamovible convivirá con los acuerdos locales y autonómicos que ambas formaciones mantienen hace un año. Y no sólo; también lo hará con el que ha cerrado el PSC para cogobernar en Barcelona con Ada Colau y con el debate que abrirá el PSM en Madrid para resolver si entra en el gobierno de Manuela Carmena". 
O sea, no voy a pactar con Podemos pero voy a pactar con Podemos pero prohíbo a Puig pactar con Podemos. Pablo estará frotándose las manos. Le queda un bocado del PSOE.
ABC dice que "Podemos necesita 14.000 votos menos para logar un escaño tras pactar con IU". 
Tras comerse a IU, querrá decir. "Ciudadanos, el que más pierde, precisará 9.000 papeletas más por diputado", señala haciéndole la campaña al PP. 
Hermann Tertsch dice alarmado que "las encuestas ya son unánimes en ello y la tendencia es manifiesta. La alianza neocomunista de Unidos Podemos supera ya hoy al PSOE en intención de voto y, salvo un cambio de tendencia absolutamente improbable, confirmará la hegemonía totalitaria en la izquierda española"
Sánchez es un "muerto político" y la culpa es de Rajoy. 
"Quería una izquierda fraccionada con una fuerza muy salvaje que asustara al votante de derechas". 
Pues que se vaya preparando, porque "en el mejor de los casos -que el PP pudiera formar gobierno con Ciudadanos y restos del PSOE-, en cuanto tomara la primera medida necesaria, tendría España ardiendo por los cuatro costados"
David Gistau no da crédito. "Una porción enorme de la clase media española está dispuesta a liquidar la socialdemocracia para entregarse a un proyecto comunista revolucionario que ya ni finge no serlo y cuya genealogía histórica está llena de violencia. En 2016, en una democracia europea". ¿Nos hemos vuelto locos o qué?
La Razón abre con que "Podemos y Colau arropan a Otegi en su 'gira de paz' por Barcelona", vamos, nada que no hayan hecho antes. 
El resto es como un panfleto de campaña del PP. 
"La alternativa real a un gobierno del PP no es otro de socialistas y Ciudadanos. Es la peligrosa alianza del PSOE con los comunistas de IU y los populistas de Podemos", dice un editorial. 
"Muchos de los que han visto las orejas al lobo podemita volverán al PP", dice Ely del Valle.
"O Rajoy o la extrema izquierda", reza otro de los titulares del periódico socio de La Sexta
Así le pasa a Ussía, que tiene una depresión de caballo. "Yo no escribo en mi periódico con la libertad de años atrás, porque no deseo disgustar a quienes se han portado muy bien conmigo". 
Porque su periódico, La Razón"está emparentado con una empresa sin alma. Y el gran empresario, lógicamente, no admite de buena gana la crítica a su gran negocio. El negocio capitalista que genera en la actualidad el populismo", dice. 
Vamos, que le ha caído una buena bronca por aquel artículo crítico con Atresmedia por silenciar la entrevista de Évole a Otegi. Ussía, te veo en las tertulias de Federico.

La Vanguardia dice que en Cataluña las cosas no van mucho mejor.
 "CDC augura elecciones si no hay presupuestos". 
Pues sí que les ha durado poco el acuerdo con ERC y las CUP. 
Otros que van a desaparecer del mapa.

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