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sábado, 17 de octubre de 2015

Sobre la extraña Caída de los Visigodos


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Sobre la extraña caída de los visigodos


Sin duda uno de los episodios nucleares de la Historia de España es la invasión musulmana del siglo VIII. 

Me llama la atención que con la relevancia que tiene porque gente en el pasado ha dicho que este episodio fue importante y porque efectivamente parece que tuvo ciertas consecuencias a largo plazo (al menos para esa minoría de la población de la que nos habla la historia), no se acentúe la carga de fantasía que tiene el episodio.

Sí, ya sé que la historia es un puñado de mentiras en las que nos ponemos de acuerdo y sí, no ignoro que el episodio de la invasión cuenta con imaginativos historiadores que como notas sueltas nos ofrecen interpretaciones heterodoxas (hola Olagüe). 

De esto ya hablé en cierta ocasión, hoy lo vuelvo a hacer.

Paso por alto los episodios fantásticos de las batallas de Guadalete y Covadonga y me permito abrir un poco el campo de visión: ¿en menos de diez años conquistar seiscientos mil kilómetros cuadrados (el reino visigodo llegaba a la Septimania) habitados dispersamente por —probablemente— algo más de un millón de personas y todo ello utilizando a un par de miles de soldados (en la estimación que hace Roger Collins)? 


¿Una conversión rápida de ese millón de personas a una nueva lengua, idioma y religión? 

Las preguntas ya apuntan al requisito de un esforzado ejercicio de imaginación por parte de la audiencia.

Creo que la clave de la invasión de los moros está en sus victorias militares concretas. Igual que creo que la extraña caída del Imperio Romano de Occidente tiene mucho que ver con derrotas militares muy concretas, la extraña caída de los visigodos también la podemos relacionar con hechos de armas.


La Batalla de las Navas de Tolosa fue mucho después, pero me gustan las banderas.
A la muerte de Witiza el reino estaba hecho unos zorros (hay crónicas medievales que dicen que no, que todo estaba bien; recordemos que toda afirmación sobre los sucesos de esta época cuenta con su particular desmentido, lo que hace que casi cualquier historia nos valga). 

Existe un misterioso Concilio XVIII de Toledo que tuvo lugar durante su reinado que puede que aprobara una efectiva separación de la Iglesia de España de la Iglesia de Roma. 

Sabemos que a los últimos reyes visigodos tradicionalmente nuestra historiografía los puso a caer de un guindo porque se les responsabiliza de perder contra los moros. 

Sabemos también que nuestros cronistas solían atribuir a la sociedad del atardecer visigodo toda clase de comportamientos poco cristianos (cosa que tiene sentido si pensamos como un cronista altomedieval: la invasión es un castigo por nuestros pecados). 

Hay quien dice que en las actas de ese misteriosísimo concilio —del que nadie jamás escribirá una bonita novela con batallas, amor cortés y temor de Dios— se dejaría a los sacerdotes el emparejarse (en la cristiandad del siglo VIII no era un disparate) y lo que más me llama la atención: se aprobaría la poligamia. Ahí es nada (por cierto, lo de la poligamia nos suena a cierta otra religión ¿verdad?).

Tenemos noticia de que a Witiza le sucede Don Rodrigo. Apúntese que la monarquía visigoda no era hereditaria sino electiva. 


De hecho, lo normal en los reinos fundados por germanos y godos era la elección del rey entre los prebostes del reino (curiosamente también era la forma de elegir gobernante entre los mongoles. 

En términos reales había un puñado de familias nobles que se alternaban, no siempre pacíficamente, en el poder). Sé que estamos muy acostumbrados a hablar de monarquías hereditarias, pero esta es una de esas cosas que son más propias de la Edad Moderna que de la Edad Media. No me meto ahora en este tema pero aprovecho para cagarme en la destrucción que hizo Walt Disney de nuestra historia. Sigo.

La palabra «restauración» me parece que describe mejor que «reconquista» lo que sucedió.
Don Rodrigo sucede a Witiza pero la arqueología (¡monedas!) nos dice que contemporáneo a Don Rodrigo había un tal rey Argila al menos en la Tarraconense y en la Septimania. 

Cuando los moros toman toda la península, el sucesor de Argila en la Septimania, Ardón, es el último rey visigodo del que tenemos noticia que sigue pelando contra los moros (y probablemente muere en batalla contra ellos, apenas unos meses antes de la famosa batalla de Covadonga).

Lo más importante para los invasores era el hecho de que los visigodos estaban viviendo cierta guerra civil. Esa guerra civil pudo haber sido un poco más seria que las habituales guerras civiles entre los nobles visigodos de años atrás: no sólo estaba el conflicto sucesorio, sino también el apuntado problema religioso del que no tenemos mucha noticia. 


A esto hay que sumar dos problemas militares frecuentes para los visigodos: la expansiva amenaza bizantina, los levantiscos montañeses y los francos que no se podían estar quietos. 

Curiosamente los musulmanes les resolvieron uno de sus problemas de política exterior a los visigodos con la toma de Cartago en 698. 

La conquista musulmana de su provincia de África —que pasaron a llamar Ifriqiya— llevó al Imperio Bizantino a unos años de inestabilidad política —muchos emperadores arrastrados por el Hipódromo, mutilaciones y cabezas en picas— y los hizo retroceder al Mediterráneo oriental. 

Recordemos que bizantinos y visigodos se enfrentaron en batalla varias veces y el sureste de España con las Islas Baleares llegó a ser parte del Imperio de los griegos romanos.


Interior de la iglesia de San Juan en Santianes de Pravia (s. VIII).
Apúntese que en las crónicas nos dicen que a la hora de la invasión el rey Rodrigo estaba peleando contra los "pamploneses". 

La región de los montañeses, de frecuente conflicto, es una región fronteriza con el hostíl reino de los francos. Si los visigodos tenían algo parecido a un ejército, lo suyo es que estuviera ubicado en esa zona, lo que dejaba campo libre para el indefenso sur.

Nótese también qué tipo de ejército tenían los visigodos: un ejército compuesto por miembros de las familias nobles que apoyaron la elección del rey. 


La monarquía visigoda era un poder básicamente judicial y militar. 

Ciudades y villas contribuían al sostenimiento del rey por medio de tributos, pero su aportación terminaba ahí. 

El propio rey era un líder militar en batalla. Y esto hace que cobre sentido mi hipótesis de que la invasión puede darse gracias a una singular victoria de los moros contra los godos.

Musa y Tariq, conquistadores de la península, acabaron fatal: uno asesinado y otro en la miseria.
Por una parte tenemos a un grupo de bereberes que unen sus fuerzas con godos que no quieren a Rodrigo de rey. Al otro lado tenemos el ejército del rey encabezado por el propio rey al que siguen las familias nobles que le son leales. 

La derrota visigoda no sólo supone la desaparición de la cabeza del reino, sino la desaparición de una importante parte de su nobleza así como el cuantioso rescate de algunos de los herederos más ricos del reino. 

El singular combate que tienen visigodos y moros es un golpe de gracia, una victoria decisiva. Después de ésta, allá corrió la morisma hacia Toledo, sede real, que capituló y cuyos tesoros fueron arrebatados para pagar a las tropas. 

La entrada de los moros en Toledo es una de esas escenas de la historia que bien se merece una bonita película con sacerdotes escondiendo el tesoro real, traiciones viles, concejales corruptos y joyas procedentes de la India.
Pero incluso así no se explica la fulgurante conquista de Hispania. ¿Por qué?

Como se ha dicho, existía otro rey visigodo en el norte (Argila y luego Ardón). Pasan casi diez años hasta que los invasores derrotan a su ejército. 


En esa loca segunda década del siglo VIII, las fuerzas invasoras encabezadas por Muza y su segundo, Tarik —Tareco, probablemente godo y cristiano, ya que era un liberto y su nombre es godo— ciertamente van domeñando plazas. 

Unas veces conquistan a sangre y fuego (la violación en masa y el botín de guerra suelen subir la moral de tus tropas) y las más de las veces las plazas capitulan (según la ley musulmana, la plaza que se rinde pasa a rendir vasallaje y no es importunada).


Recordemos que muchas ciudades y villas tenían una lejana relación con el rey visigodo. 


A sus gobernantes tanto les da pagar tributo a un fulano que a otro. En esta conquista que ya no podemos seguir llamando conquista, hay un caso especial, el de Teodomiro. 

Un puñado de ciudades desde Valencia a Lorca eran propiedad de un tal Teodomiro, importante duque godo que capituló todo el sureste de España cambio de pagar tributo. 

Al capitular, sus habitantes siguieron profesando el cristianismo y continuaron con sus vidas sin mayor problema. No creo exagerado pensar que esta fue la tónica general de la imprecisamente llamada conquista.

El tema de los tributos es importante. 


Hubo nobles godos que para no pagar el molesto impuesto de capitación (los musulmanes ponen un impuesto especial a quienes no son musulmanes), decidieron convertirse al islam. 

En un mundo en el que no existen derechos civiles, si tu señor se convierte a otra religión, tú también te conviertes. 

Esto tampoco sería un gran trauma para mucha gente: no olvidemos el fuerte sustrato arriano que probablemente existía en parte de la nobleza goda. El islam y el arrianismo coinciden en negar la divinidad de Cristo y la gente no sabía leer, así que qué más les daba.



Hay que decir que durante esta campaña de desigual avance por la península, el pequeño ejército bereber-godo tuvo muchas pequeñas derrotas: según avanzaban por la meseta se les revolvían las ciudades andaluzas. 


Algunas, como Sevilla, tuvieron que volverlas a poner bajo asedio. 

La mayor presencia de tropas invasoras en el sur respondió a que era una zona vulnerable para los moros y además una zona desde la que podían recibir refuerzos desde África. 

Igual por eso, en los primeros años de conquista los omeyas decidieron establecer su capital provincial en Sevilla y posteriores reinos andalusíes en Córdoba.


WAT
En este contexto convulso de guerra civil y resistencia ante invasores, un noble partidario del derrotado rey Rodrigo es el que acaudilla a los godos en Asturias (seguramente un lugar de refugio y coordinación de tropas para la contraofensiva) y tiene éxito en rechazar al invasor. Un tipo extraño, Pelayo, por tener un nombre hispanorromano y no godo. 

Su yerno, Alfonso, aprovechará la revuelta de los abásidas contra los omeyas y la guerra de estos contra los carolingios para recuperar para la cristiandad la esquina noroeste de la península. 

Un noroeste que se repoblaría a costa del vaciamiento de la frontera con el moro y que sentaría las bases de nuevos reinos que a partir de entonces llevarían casi siempre la iniciativa militar (sólo alterada por nuevas oleadas invasoras en las fitnas o guerras civiles que tenían los propios moros, que los cristianos aprovechaban y sobre las que nunca nos hemos detenido mucho porque nuestros mitos fundacionales tienen que dejar al enemigo borroso y en la oscuridad, si no dejarían de ser mitos).

CRÓNICAS de un MUNDO FELIZ · by Pablo Otero
Above is the content the blog provided. If incomplete, read the original here.

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