Ilusiones. Por desgracia, de eso hablamos cuando llamamos a una solución conjunta a la crisis articulada desde la Unión Europea.
Es común a la hora de justificar la posibilidad del cambio recurrir a llamados hacia una "nueva Europa", más social y dinámica a través de un masivo plan de estímulo, un Plan Marshall europeo.
Aunque no sea plato de buen gusto, la posibilidad práctica de este escenario es marginal, por no decir descartable.
De esta constatación nace este artículo que al contrario que la mayoría de lo publicado en los ámbitos de izquierda, aspira a aportar necesarias dosis de realismo, no a reconfortar al que está buscando una solución que permita redistribuir la riqueza manteniendo en lo fundamental el 'statu quo'.
No por provocación gratuita, sino por lo irreal del escenario.
Esto responde, de un modo resumido,
fundamentalmente a cinco factores principales:
1. Una Unión sin democracia, donde votamos a un Parlamento puesto de adorno, y gobierna unConsejo Europeo y su brazo ejecutor, la Comisión; no transformable por los cauces democráticos, básicamente, porque no es una institución democrática.
2. Un cambio improbable en Alemania. Ser realistas conlleva aceptar que un viraje de la Unión debe incluir al timonel, y no parecen muy por la labor.
Sea reelegida Angela Merkel o gobierne el SPD, ambos partidos han dejado bien claro que no conciben cambio alguno de profundidad en la actual dinámica comunitaria: las clases dominantes no parecen tener ningún interés en mostrar solidaridad con el herido Sur de Europa.
Esto sin duda no solo es aplicable al país germano, sino a sus socios tradicionales como Holanda o Finlandia.
3. Una política monetaria encorsetada, condenada a combatir el fantasma de la inflación, y responsable de un euro sobrevaluado que lastra día a día la competitividad de las economías más débiles. E incluso, yendo más allá, no estaría de más preguntarnos:
¿Existe en última instancia una política monetaria común que beneficie en su conjunto a Grecia, Portugal o Alemania?
4. A los pies de la Unión sin margen de maniobra, en una Comunidad que solo actúa bajo chantaje, y que vincula la concesión de "rescates" a modificaciones constitucionales como la ley de equilibrio presupuestario, que convierten cualquier tipo de política económica sería, en una reliquia del pasado siglo.
5. En manos de los mercaderes, porque así fue concebida la Unión desde su inicio: como un mercado único donde el capital circula con libertad, condicionando todo bajo la lógica de la rentabilidad y el imperativo del más fuerte.
Un cambio de tal calado como el abandono de la Unión supone el único camino para un verdadero trasvase de poderes de la troika al pueblo.
Descartar el escenario de un viraje coordinado –más allá de un estallido del euro, que poco tiene de coordinación- nos obliga a observar la otra mitad del tablero: el intento individual de un Estado europeo de llevar a cabo unilateralmente una alternativa rupturista.
¿Realidad o utopía?
Los poderes fácticos llevan tiempo empeñados en convencernos de lo segundo: no existe alternativa, con la llegada hegemónica del neoliberalismo, en cierto modo, terminó la historia, como insistentemente nos recuerdan.
También lo hacían hace siglos nobleza, clero o realeza, cuando diezmaban a súbditos o ejercían el derecho de pernada: todo respondía a un inalterable orden divino.
La diferencia es que ahora dios tiene nombre y se llama mercado.
Nada más lejos de la realidad.
Existe una alternativa.
El problema reside en saber en qué coordenadas se mueve y podemos concebir esta alternativa, y no son precisamente las de la opulencia consumista.
Abandonar las cadenas de la Unión e intentar
desarrollar un proyecto rupturista no será –como todos
en última instancia intuimos, pero pocos se atreven
a decir- un proyecto a coste cero:
¿Estamos preparados para abandonar la sociedad del espectáculo y sus luces consumistas, para caminar hacia un nuevo buen vivir?
Nacionalizar –como ya se ha realizado en gran parte- un sector bancario cadáver no generará automáticamente el crédito que necesita la economía, mucho menos en un contexto donde nuestro acceso a los mercados financieros internacionales se verá cortado en seco si planteamos el necesario impago de la deuda.
La huida de capitales y la necesidad de prevenir la misma será una constante desde el mismo comienzo del proceso.
El retorno a una moneda propia provocará que los bienes importados se encarezcan aceleradamente recordándonos los precios de los productos electrónicos en la década de los 90; y así, un largo etcétera.
¿Quiere decir esto que en última instancia la alternativa no es viable?
No exactamente.
Lo que indica es que para transformar la realidad no nos será suficiente con tener voluntad de cambio, necesitamos ser conscientes de que aspirar a transformar las cosas no conlleva solo deseo y voluntarismo, también implica el reconocer que debemos caminar hacia un nuevo modo de vivir y relacionarnos, tomar conciencia de la profundidad y los costes de la ruptura a la que aspiramos. Un cambio de tal calado como el abandono de la Unión supone el único camino para un verdadero trasvase de poderes de la troika al pueblo, y
eso sin duda redefine completamente el campo de lo posible: que nadie esté sin una vivienda, una educación o una sanidad verdaderamente universales y gratuitas, nuestra seguridad alimentaria o una verdadera gestión ecológica del espacio serán elementos que, por primera vez, tendremos en nuestra mano debatir.
Eso sí, quizá no podamos tener una televisión de 42 pulgadas ultraplana o cambiar año a año de smartphone de última generación porque el crédito no fluirá en torrente como durante los "felices" primeros años de siglo .
Nadie dijo que fuese sencillo ser los primeros en romper con el orden establecido.
Solo luchando sin vagas ilusiones podremos construir un proyecto realista que genere una verdadera ilusión transformadora.
Debemos realizarnos preguntas incomodas, saber qué es lo que realmente importa y qué estamos dispuestos-si lo estamos- a ceder
¿Estamos preparados para abandonar la sociedad del espectáculo y sus luces consumistas, para caminar hacia un nuevo buen vivir?
Aceptar la existencia de alternativas conlleva dejar de hacernos ilusiones, abrir los ojos aunque la realidad no sea agradable.
Solo desde ahí la alternativa puede constituirse en necesidad ante una barbarie que seguirá siendo creciente.
Solo luchando sin vagas ilusiones podremos construir un proyecto realista que genere una verdadera ilusión transformadora. Δ
Escrito por Fernando Luengo
Una crisis tan profunda y persistente como la actual, tan desigualmente repartida entre países, regiones y grupos sociales, hubiera exigido una intervención contundente por parte de la Unión Europea(UE), inspirada en los principios que, en teoría, son consustanciales al proyecto comunitario: convergencia y cohesión social.
Justo lo contrario de lo sucedido.
En lugar de una toma de posición sustentada en esos principios, nos encontramos con políticas promovidas desde la troika (¿esto es lo que queda de Europa como proyecto?),que incorporan un diagnóstico de la crisis sesgado e interesado.
La materialización de esas políticas
han acrecentado las desigualdades
y la polarización social, convirtiendo en retórica vacía
el ideario comunitario;
nada que ver con una Europa ciudadana y democrática.
Si la situación requería una UE más solidaria y cohesionada, ahora tenemos una UE más insolidaria y fracturada, donde prevalecen las prácticas no cooperativas.
Si la situación requería una UE más solidaria y cohesionada, ahora tenemos una UE más insolidaria y fracturada, donde prevalecen las prácticas no cooperativas.
No hay otra ley que la del más fuerte, la de aquellos países o grupos que tienen capacidad para imponer sus designios en las instituciones comunitarias.
Siempre ha sido así, pero ahora con una muy marcada diferencia: los espacios de consenso y los contrapesos son prácticamente inexistentes.
Resulta muy ilustrativo al respecto la resistencia, activa y exitosa, por parte de las economías más ricas, lideradas por la alemana, a que se pongan en común recursos que pudieran financiar intervenciones comunitarias de mayor calado.
La continua presión llevada a cabo por los países que contribuyen en mayor medida al presupuesto se ha visto recompensada: También aquí se han introducido recortes.
No existe otro proyecto europeo que el promovido por los mercados y las élites.
Antes de seguir, una precisión sobre la supuesta generosidad de los países ricos, los cuales sostienen sobre sus espaldas los presupuestos con los que Bruselas implementa políticas que benefician sobre todo a los que cuentan con una renta por habitante menor.
Dejemos a un lado que una parte de esos recursos son capturados por grandes empresas y consultoras que cuentan con la logística, la influencia y los contactos para acceder a los complejos e intrincados concursos comunitarios.
Los grandes países son también los que más se han beneficiado de un proceso de integración económica, el comunitario, que cada vez más ha descansado en los mercados.
La unión económica y monetaria ha situado a las firmas más competitivas, buena parte de las cuales procede de estos países, en las mejores condiciones para acrecentar sus beneficios, transnacionalizando la cadena de creación de valor, ampliando la escala de producción y aumentando las ventas.
Recordemos, igualmente, que la economía alemana ha cosechado superávits con la mayor parte de sus socios comunitarios, especialmente desde la implantación de la moneda única.
La economía alemana ha cosechado superávits con la mayor parte de sus socios comunitarios, especialmente desde la implantación de la moneda única.
El presupuesto de la UE, que no expresa sino la voluntad política de implementar políticas comunes, ya se había reducido antes del estallido de la crisis, hasta situarse en un 1% del PIB comunitario (muy lejos de los recursos que, por ejemplo, maneja el presupuesto federal estadounidense).
¿Qué significa adelgazarlo todavía más?
Supone, en primer lugar, un claro mensaje político enviado desde Bruselas:
No existe otro proyecto europeo que el promovido por los mercados y las élites.
Las instituciones comunitarias, al seguir la senda de los recortes en unos fondos que ya eran a todas luces insuficientes, renuncian a asumir un papel destacado en una salida de la crisis que necesitaría de la aplicación de un importante plan de inversiones públicas y un sustancial aumento del gasto social comunitario.
Los recortes en los dineros de Bruselas, además de entrar en colisión y apuntar exactamente en la dirección contraria de una Europa más ambiciosa y estratégica, perjudica más a aquellos que en mayor medida se beneficiarían de un proyecto comunitario con un formato más redistributivo que mercantil, los más débiles.
Aquellas economías cuyas finanzas públicas no lo permiten o que permanecen atrapadas en el bucle de las políticas de austeridad, no podrán implementar las políticas que antes se cubrían con fondos comunitarios.
El resultado: una Europa más fracturada social y productivamente. Δ
Fernando Luengo, profesor de Economía Aplicada de la Universidad Complutense y miembro del colectivo econoNuestra. Coautor del libro Fracturas y crisis en Europa (Clave Intelectual-Eudeba) econonuestra.org
revistafusion.com
Nadie tiene un plan B
En algunos asuntos, la crisis ha generado una distancia creciente entre lo que opina la sociedad española y lo que opinan sus élites políticas, económicas e intelectuales.
Quizá en ningún otro tema se aprecie mejor esa distancia que en el del apoyo a la Unión Europea.
Mientras que la mayoría de la población ha adoptado una posición crítica con las instituciones y políticas de la Unión Europea (UE), las élites en España continúan con sus odas a Europa.
El Eurobarómetro, la encuesta que semestralmente realiza la Comisión Europea en todos los Estados miembros, muestra que una mayoría de españoles desconfía de la UE.
Por ejemplo, en estos momentos menos del 20% de los españoles confía en el Parlamento Europeo, una cifra por debajo incluso del país más euroescéptico de todos, Reino Unido.
La misma pauta se observa con respecto a la confianza en la propia Comisión, también por debajo del 20%.
Asimismo, ha caído mucho el porcentaje de gente
que afirma que sea bueno para España pertenecer a la UE.
El recelo de la sociedad española es comprensible.
Al fin y al cabo, la UE, con la Comisión y el Banco Central Europeo a la cabeza, han impuesto las políticas de austeridad que tan dañinas están resultando para el crecimiento y la igualdad.
A pesar
de todos los recortes, ajustes y reformas estructurales, España sigue estancada, la deuda pública no deja de crecer (de hecho, lo hace cada
vez más deprisa) y la desigualdad social se ha disparado.
Un fracaso en toda regla.
Aunque, por supuesto, no toda la culpa es de la UE y del euro, fuera de nuestro país es común reconocer que la burbuja crediticia e inmobiliaria que generó la crisis es en buena medida consecuencia de los incentivos perversos que se crearon dentro del área euro, que llevaron a los países del Sur a endeudarse demasiado y a los países del Norte a prestar excesivamente, así como que gran parte de la responsabilidad en la crisis de la deuda y las políticas de austeridad recae en el dogmatismo y rigidez del Banco Central Europeo.
Ni siquiera esto se admite siempre en España.
Muchos de nuestros economistas liberales siguen convencidos de que lo mejor para el país es que nos impongan desde la UE políticas de ajuste draconiano.
Algunos, sin embargo, llegan a coincidir en el diagnóstico que acabo de describir, pero en lugar de adoptar una posición crítica, redoblan la apuesta, una reacción típica del jugador desesperado que ve cómo se esfuma su fortuna y decide jugárselo todo a una última carta.
Redoblar la apuesta consiste en fiar la salida de la crisis
a una transformación federal de Europa,
lo que supone, entre otras cosas,
la mutualización de las deudas (eurobonos),
la armonización fiscal, la unión bancaria
y un papel más activo del Banco Central
como prestamista de última instancia.
Todos podemos estar de acuerdo en que a España le iría mejor que en la actualidad si esa transformación tuviera lugar.
Pero ¿qué pasa si esta no llega,
o si tarda demasiado en llegar,
mientras el país se desangra con tasas de paro intolerables,
empobrecimiento de la población
y resquebrajamiento del Estado de bienestar?
¿Qué pasa si Alemania veta los cambios?
Con otras palabras,
¿cuál es el plan B
si el ideal de más Europa no se lleva a término?
Es muy loable que nuestras élites conserven sus esperanzas en el futuro de una Europa más unida.
Sin embargo, si estas esperanzas no se materializan,
¿qué le toca a España?
¿Resignarse a vivir en una unión monetaria
que se ha vuelto para nosotros una ratonera?
En realidad, si España de verdad quiere contribuir a la federalización de Europa y al perfeccionamiento de la unión monetaria, debería dejar claro que si no se produce el cambio en la dirección deseada, lo mejor que podemos hacer es marcharnos del área euro.
Así no vale la pena seguir:
el statu quo nos condena al fracaso.
Una amenaza de retirada pondría a Alemana
en una posición menos confortable
de la que disfruta en la actualidad.
Alemania no sólo es el país refugio de todos aquellos que tienen su capital en euros, sino que impone sus puntos de vista y su política a todo el resto de la UE. Está germanizando a todos los estados miembro en materia de política económica.
En esas condiciones, ¿qué razones tiene para moverse y
tomarse en serio la demanda de federalización económica?
Supongamos que España o, aún mejor, una coalición de países afectados por las irracionales y dañinas políticas de austeridad, anuncia que su objetivo es una reforma de la UE y el euro, basada en una mayor integración, pero que si esta no se produce de forma efectiva y rápida, no tendrá más remedio que salirse del área euro.
Ante un anuncio así, Alemania tendría que reconsiderar su posición.
La marcha de España sería un golpe muy fuerte para el euro(aunque solo sea por el tamaño de nuestra economía) y tendría un efecto contagio sobre países más pequeños, como Grecia, Irlanda y Portugal.
Significaría probablemente la quiebra definitiva de la unión monetaria.
Una amenaza de este tipo podría ser el revulsivo necesario para provocar una reforma que es indispensable para el futuro de España. Lo que no parece que nos vaya a llevar muy lejos es la actual proliferación de declaraciones, tribunas y debates que concluyen con cantos líricos a la integración europea. Hay pocos signos de que Alemania vaya a cambiar así su postura.
A mi juicio,
la posición de España ante la UE
debería ser condicional:
sí a una Europa más integrada y menos alemana,
pero no a la continuación del statu quo.
Si la Europa que necesitamos no es factible, porque Alemania se ha vuelto demasiado poderosa, o porque se ha abierto una brecha demasiado profunda entre países acreedores del Norte y países deudores del Sur, entonces hay que plantearse abiertamente la salida del euro: dentro del mismo, si todo sigue igual, no tenemos futuro. http://www.infolibre.es/noticias/opinion/2013/10/07/nadie_tiene_plan_b_8430_1023.html
|
|