El Consejo Político Federal (CPF) de Izquierda Unida ha aprobado un documento sobre la crisis europea que servirá de base para un debate en el seno de la organización, que incluye una conferencia estatal el 22 de junio en Madrid que tiene por título
“Conferencia sobre Europa".
El objetivo de este debate es, según se dice en el subtítulo de este documento, “Contribuir a poner fin al proyecto neoliberal de la Unión Europea. Por una construcción social y democrática de Europa“.
Los compañeros y compañeras de Izquierda Unida que estamos organizados en torno a la revista marxista
Lucha de Clasesdamos la bienvenida a este debate. Queremos aprovechar esta circunstancia, igual que hicimos en relación al debate sobre el
Bloque Social y Político, para contribuir con nuestra aportación a un tema tan transcendental como es la crisis europea y qué alternativa de izquierda y socialista podemos oponer a la Unión Europea capitalista y a sus políticas antiobreras y antisociales.
Más que dar nuestra opinión sobre el contenido del documento del CPF de IU, hemos optado por presentar nuestra propia posición sobre el tema, haciendo cuando lo hemos considerado necesario referencias al mencionado documento, particularmente en los aspectos programáticos.
Una crisis capitalista global
La crisis del capitalismo europeo es solamente una expresión de la crisis que aqueja al sistema capitalista en su conjunto. El sistema capitalista mundial atraviesa la crisis más profunda y larga desde la 2ª Guerra Mundial.
En el fondo, la crisis es una manifestación de la rebelión de las fuerzas productivas (el desarrollo industrial y agrícola, la ciencia y la tecnología, los medios de transporte y las telecomunicaciones) contra la estrecha camisa de fuerza del sistema capitalista, que se sustenta, por un lado, en la propiedad privada de los medios de producción y, por el otro, en los Estados nacionales. Ambos son las barreras que se oponen al desarrollo y a la civilización humanas.
Durante un periodo, esta contradicción fue resuelta parcial y temporalmente por una expansión sin precedentes del comercio mundial ("la globalización"), en donde todos los rincones del mundo están unidos en un inmenso mercado mundial.
Sin embargo, las contradicciones del capitalismo no fueron abolidas por esto, sino que simplemente se reprodujeron a una escala sin precedentes. Ahora se está pasando la factura.
La enorme capacidad productiva que se ha desarrollado a escala mundial no puede ser utilizada. Esta crisis no tiene un verdadero paralelo en la historia.
La escala de la misma es mucho mayor que la de cualquier otra crisis en el pasado.
Y ha sumido en la mayor perplejidad a la burguesía internacional.
¿Qué provoca la crisis? I. El papel de la propiedad privada
La crisis actual de sobrecapacidad productiva no es sino la forma en que expresa la tendencia inherente del capitalismo a la sobreproducción de mercancías, y tiene su origen en la propiedad privada de los medios de producción y en los Estados nacionales.
Los empresarios, grandes o pequeños, no producen para satisfacer necesidades sociales, sino mercancías para vender en el mercado y conseguir un beneficio.
Este beneficio proviene del trabajo no pagado a los trabajadores – la plusvalía – del que se apropian los empresarios en forma de dinero al vender “sus“ mercancías y descontar los costes de producción.
El objetivo de cada capitalista individual, y sobre todo de cada gran empresa, es vender cuanto más mejor y apropiarse del mercado de la competencia.
Pero como todos persiguen el mismo objetivo, esto conduce a una anarquía en la producción que termina en sobreproducción de mercancías que el mercado capitalista, necesariamente limitado, no puede absorber; y en una sobrecapacidad productiva instalada en fábricas y oficinas que el sistema no puede utilizar plenamente.
Llega un punto en que no pueden venderse las mercancías al mismo ritmo que antes.
La contradicción entre la tendencia a la capacidad productiva ilimitada y un mercado capitalista limitado aparece con toda su crudeza.
Los trabajadores, con sus salarios, no pueden comprar todos los bienes de consumo que se les ofrecen, pero los capitalistas tampoco pueden dar abasto para comprar todos los medios de producción a la venta – máquinas y edificaciones – para abrir nuevas fábricas e incrementar la productividad de las que ya existen.
En la medida que las ventas de las empresas comienzan a caer, retorna más lentamente el capital monetario (dinero) a dichas empresas para renovar el ciclo productivo, y también comienzan las dificultades para devolver los créditos pedidos a los bancos para ampliar sus inversiones.
De manera que estos últimos empiezan a cortar el grifo del crédito y se desarrolla una espiral de acción-reacción en sentido opuesto: muchas empresas cierran o quiebran por falta de ventas o de crédito, se despiden trabajadores, se contrae el consumo de la sociedad, disminuyen salarios y beneficios, los Estados recaudan menos por impuestos, y la crisis se precipita sobre toda la sociedad.
Vemos aquí el papel principal que juega la propiedad privada de los medios de producción como responsable último de la crisis, al supeditar la producción social a la consecuención de beneficios privados.
Es cierto que el sistema capitalista utiliza mecanismos para retrasar estas crisis inevitables intensificando el recurso al crédito. De esta manera extiende artificial y temporalmente el mercado capitalista más allá de sus límites naturales.
Pero eso sólo hace reforzar el proceso de desarrollo de las fuerzas productivas en los mismos márgenes estrechos de la propiedad privada, por lo que la crisis de sobreproducción termina siendo igualmente inevitable; entre otras cosas debido el enojoso hecho de que los créditos deben ser devueltos tarde o temprano, y con intereses.
Si este extraordinario desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas estuviera gestionado y controlado colectiva y democráticamente por el conjunto de la sociedad, y no por un puñado de grandes corporaciones, se podría planificar la riqueza de cada país y continente, y a escala mundial, para resolver todos y cada uno de los problemas sociales y medioambientales que asolan la vida de cientos de millones de personas y del planeta.
No habría sobreproducción, ni especulación, ni paraísos fiscales con decenas de billones de dólares sin utilizar, atesorados en islas perdidas en medio del Caribe y en minúsculos principados europeos.
¿Qué provoca la crisis? II. El papel de los Estados nacionales
Pero no es sólo la propiedad privada de las grandes corporaciones, bancos y terratenientes la responsable última de la crisis.
Lo es también la existencia de decenas de Estados nacionales opuestos y enfrentados entre sí, particularmente de las grandes potencias imperialistas de los EEUU, la Unión Europea, China y Japón; que dominan con puño de hierro la vida económica del planeta.
Igual que los pequeños reinos y condados feudales de la Edad Media frenaban, asfixiaban y encorsetaban el desarrollo económico con todo tipo de trabas, reglamentaciones e impuestos locales; así actúan los modernos Estados capitalistas ante la tendencia inherente de las fuerzas productivas y de los movimientos poblacionales a extenderse, desarrollarse e interrelacionarse a lo largo y ancho del planeta.
Monedas, leyes, tasas aduaneras diferentes, y la competencia descarnada de los grandes capitalistas nacionales de un país contra los de otro, de unas potencias imperialistas contra las otras y de todas ellas contra los países más débiles, constriñen, obstaculizan el comercio, encarecen mercancías, entorpecen el desarrollo científico, frenan el desarrollo de las fuerzas productivas y agravan la crisis cuando ésta se desata.
El reflejo de la existencia de las fronteras nacionales en la supreestructura política e ideológica del sistema capitalista, se expresa en los odios nacionales, en las guerras, en el chovinismo y la arrogancia nacional, y en la opresión nacional de las potencias imperialistas sobre los países con un nivel de desarrollo más atrasado.
La superación de la propiedad privada en cada país y su sustitución por la propiedad colectiva, gestionada democráticamente por la clase trabajadora y el conjunto de la sociedad, traería aparejado el avance social, económico, cultural y espiritual de la inmensa mayoría de la sociedad sobre la base de la solidaridad y la fraternidad humanas que tienen su asiento en el ser constitutivo de nuestra especie.
De la misma manera, la superación de las fronteras nacionales en Europa y en el mundo, establecería un estadio superior de desarrollo en la humanidad fundado en los mismos valores. En tal sociedad socialista universal la humanidad se reencontraría a sí misma para saltar del reino de la necesidad al verdadero reino de la libertad.
Las características de la crisis actual
Uno de los factores que explica el carácter particularmente virulento de la crisis actual fue la utilización abusiva durante la época anterior de boom económico de mecanismos como el crédito, y el endeudamiento de los Estados, empresas y familias.
Estos mecanismos se reservan normalmente para épocas de crisis, pero se utilizaron para prolongar artificialmente el crecimiento económico.
De manera que la burguesía llegó a la Gran Recesión de 2008 con un endeudamiento sin precedentes de los Estados, empresas, bancos, y familias.
Ahora no pueden emplear estos mecanismos.
Los bancos no prestan, los capitalistas no invierten, las economías están estancadas y el desempleo está creciendo, lo cual explica la persistencia de la recesión en Europa y los mezquinos índices de crecimiento en EEUU y Japón.
También China está reduciendo gradualmente su portentoso crecimiento económico por falta de mercados exteriores.
Si bien la crisis aparece más agudizada en Europa, EEUU sólo va un paso por detrás.
De hecho, si no se estuviese hablando de la crisis del euro, se estaría hablando de la crisis de los EE.UU. La deuda total de los EE.UU. es de 17 billones de dólares - más del 100 % de la producción de su riqueza anual, el Producto Interno Bruto (PIB).
Las tasas de interés están cerca de cero en EEUU, Europa y Japón. Si se toma en cuenta la inflación, que en EEUU y Europa es mayor que la tasa de interés, significa que en términos reales la tasa de interés es negativa.
¿Cómo pueden disminuir las tasas de interés más allá de esto para instigar el crecimiento? ¿Cómo pueden aumentar los gastos del Estado cuando todos los gobiernos están agobiados por deudas colosales?
¿Cómo pueden los consumidores gastar más cuando deben pagar primero las enormes deudas actuales heredadas del “boom”? ¿Y qué sentido tiene invertir en más producción, cuando los capitalistas no encuentran mercados para vender sus productos?
Es falso, como aducen algunos economistas burgueses, que la crisis sea una crisis de crédito o de falta de dinero (liquidez).
En los EE.UU. los grandes monopolios disponen de cerca de 2 billones de dólares en sus cuentas, que en lo fundamental no están invirtiendo en la producción, y en la Unión Europea la cifra es de alrededor de un billón.
No invierten, no por falta de capital, sino porque no hay mercados.
Por la misma razón, los prestamistas no tienen interés en la expansión del crédito.
Ya que no tiene sentido invertir en la producción de bienes para mercados que están saturados de mercancías, la burguesía prefiere ganar dinero especulando con la compra-venta de divisas, de materias primas, o con la deuda pública europea y estadounidense que les garantiza, por ahora, rendimientos muy superiores a los intereses que deben pagar a los bancos centrales por el dinero que éste les suministra.
En la izquierda hay compañeros que continúan insistiendo en la idea de resolver la crisis mediante el aumento del gasto público (keynesianismo).
Pero ya hay una enorme deuda pública que hay que pagar. En lugar de aumentar el gasto público, todos los gobiernos están recortando el gasto y despidiendo a los trabajadores del sector público, por lo que se exacerba aún más la crisis.
En Estados Unidos, Japón y Gran Bretaña, los bancos centrales recurrieron a la llamada "expansión cuantitativa"; es decir, a imprimir más dinero, que no tiene respaldo en riqueza real, e inyectarlo en el sistema.
Esto no va a resolver ninguno de los problemas, sino que los intensificará en el largo plazo.
Su objetivo, fundamentalmente, es comprar la deuda pública de sus países (EEUU está gastando mensualmente 84.000 millones de dólares en comprar deuda pública estadounidense) a los inversores privados, para que éstos vuelquen el dinero recibido en la economía real y así retorne el ciclo de crecimiento. Pero los grandes capitalistas no están interesados en la inversión productiva, como explicamos antes.
El efecto que está teniendo esta política es la aparición de nuevas burbujas especulativas y financieras similares a las que provocaron el estallido de la burbuja inmobiliaria en 2007-2008.
Así, vemos inflarse los precios de las acciones de las empresas en las Bolsas - y también de los bonos de la deuda pública – que inevitablemente se desplomarán cuando la economía vuelva a caer y todo el mundo comience a desprenderse de esos bonos y acciones.
En muchos casos, esta inyección de dinero barato de los bancos centrales en los bancos y compañías privadas está utilizándose para limpiar sus balances de créditos impagados: sólo tienen un efecto contable en sus balances y ningún efecto en la economía real.
Si esta enorme inyección de dinero ficticio en la economía de EEUU, Japón y Reino Unido continúa, sin que tenga un respaldo en la creación de riqueza real por el mismo valor, producirá más tarde o más temprano, una explosión de inflación, preparando el terreno para una recesión aún más profunda en el futuro.
Todo esto no es más que una expresión de la desesperación de la burguesía, que está tratando de agarrarse a un clavo ardiendo.
La crisis del capitalismo europeo
La crisis del Euro se parece a una agonía interminable. Hay una cumbre "decisiva" tras otra, cada una proclamando el final definitivo a la crisis del Euro. Los mercados se recuperan durante unos días, semanas, o pocos meses, y luego caen de nuevo.
La zona euro está atravesando la crisis más grave de toda su historia, que coloca un gran signo de interrogación sobre su existencia futura.
En realidad, su propia existencia en estos años fue un hecho inaudito, debido a la imposibilidad de unir a economías de países, como los europeos, que tiran en direcciones diferentes.
Pero, de hecho, lo consiguieron gracias al auge económico que arrancó a mediados de los años 90 hasta el 2008, junto con las políticas de endeudamiento explicadas antes.
Como suele ocurrir, cuando hay una crisis grave, todas las contradicciones nacionales salen a la luz, como podemos ver ahora con las difíciles relaciones entre Francia y Alemania o la dificultad para encontrar una salida común que convenga a todos para los endeudados Portugal, España, Grecia o Irlanda. La Unión Europea se enfrenta a la hora de la verdad.
La creación de la UE fue un intento por parte de la burguesía europea (principalmente la francesa y alemana) de superar las limitaciones del Estado nación mediante la creación de un mercado común, que debía conducir a una mayor unión. Se suponía que la introducción de una moneda común constituiría un paso importante en esa dirección.
Sin embargo, el intento de crear unos acuerdos, sobre la base de una moneda única fuerte, que debieran aplicarse por igual a economías tan diferentes como Alemania y Grecia estaban condenados al fracaso.
Podía funcionar mientras durara el boom económico de la década pasada, pero la llegada de la recesión ha puesto de manifiesto todos los antagonismos y contradicciones nacionales.
El camino hacia la Unión Europea ha alcanzado sus límites y está en retroceso, con el peligro de que el euro, y la propia UE que hoy conocemos, colapsen.
El Euro no es la causa de la crisis del capitalismo europeo, pero ha agravado enormemente los problemas, especialmente de las economías más débiles como las de Grecia, Portugal, Italia o España.
En el pasado, las burguesías de esros países podían resolver parcialmente el problema devaluando su moneda para exportar más barato.
Ahora, al haber una moneda común ningún país puede devaluar individualmente.
La única alternativa es lo que llaman una "devaluación interna".
Como los productos no pueden ganar competitividad a través de la devaluación de la moneda, deben disminuir los salarios en su lugar. Esto se traduce en un régimen de austeridad permanente y ataques a los niveles de vida.
Hagan lo que hagan ahora los mandatarios europeos, saldrá mal. Si continúan tratando de apuntalar el Euro, será una carga intolerable para los recursos financieros de la UE, al tener que acudir regularmente en socorro, vía préstamos, de las economías más débiles.
Significará años y décadas de recortes, austeridad y caída del nivel de vida. Es una receta acabada para la lucha de clases. Pero si el Euro se desploma, será una catástrofe económica que hundirá a toda Europa (no sólo a la Eurozona) en una crisis aún más profunda, como explicaremos más adelante.
Este dilema provoca divisiones y tensiones entre las diferentes burguesías nacionales, en particular entre Francia y Alemania.
Angela Merkel exige la plena aplicación de los planes de austeridad y de los recortes.
La burguesía alemana exige disciplina y equilibrio de los presupuestos. Hollande exige crecimiento. Más precisamente, la clase dirigente francesa quiere que la clase gobernante alemana pague para estimular la economía de otros países europeos
¿Cómo ponerse de acuerdo entre estas dos partes?
Existe, por lo tanto, una escisión abierta en el corazón de Europa.
En lo que sí están de acuerdo unos y otros es que deben ser los trabajadores quienes paguen la crisis capitalista, y que cualquiera que sea el lugar de donde salgan finalmente los recursos, éstos deben provenir de los salarios, de las pensiones, de la sanidad y de la educación.
Alemania y el Euro
La reunificación de Alemania en 1990 dio nueva vida a las viejas ambiciones del capitalismo alemán de dominar Europa. Aunque en teoría, Francia y Alemania son socios a partes iguales, es público que Alemania es la que manda.
La burguesía alemana tiene en sus manos una poderosa economía basada en una industria fuerte y competitiva. El banco central alemán, e Bundesbank, controla las riendas de Europa.
Durante el boom, los niveles de vida en general subieron en Europa, pero fue un proceso muy desigual. Incluso en el periodo de auge, la burguesía presionó ferozmente a los trabajadores para aumentar la productividad, para trabajar más duramente durante más horas.
Hubo un inevitable proceso de precarización, suplantando el empleo a tiempo completo por contratos a tiempo parcial con salarios más bajos y peores condiciones.
Esta mejora relativa se debió al aumento de las horas extras, al “pleno” empleo de toda la familia, a la bajada de los precios de los bienes de consumo, en parte como consecuencia de las baratas importaciones chinas y, sobre todo, debido a la desenfrenada expansión del crédito.
El capitalismo alemán, fuertemente dependiente de la exportación de sus productos industriales, exprimió sin piedad a los trabajadores para extraer la última gota de plusvalía.
Durante 1997-2010, la productividad por hora en la industria alemana subió un 10%, mientras que los sueldos fueron recortados aproximadamente en la misma cantidad.
El efecto ha sido el de abaratar los costes laborales unitarios en un 25% en relación a los países de la periferia europea.
Aunque los trabajadores alemanes ganan más que la mayoría de los trabajadores europeos, el índice de explotación es mayor.
Este es el secreto de la competitividad alemana.
Por el contrario, en la década anterior a 2008, la productividad del trabajo en la industrial en Italia, España y Grecia se mantuvo constante o decreció, en parte también por su mayor atraso tecnológico.
La creación del Euro beneficiaba al capitalismo alemán. Le proporcionó un gran mercado para sus exportaciones (el 60% va a parar a países de la UE), altamente competitivas. Con el fin de ampliar el mercado para sus exportaciones, Alemania presionó a otros países para que aceptaran préstamos y aumentaran la demanda.
El dinero que fue prestado a Grecia, España y otros países se utilizó para comprar bienes alemanes, que se produjeron a una escala masiva. Los alemanes prestaron mucho dinero e hicieron mucho dinero con los intereses. Pero todo esto tiene un límite.
La fuerza de Alemania es más aparente que real. El destino de la economía alemana depende de lo que pase en el resto de Europa.
Si el euro cayera, tendría un efecto devastador en Alemania. Se espera que Alemania soporte el peso de toda Europa sobre su espalda, pero sus hombros son demasiado estrechos para soportar semejante peso. Los alemanes están tratando de evitar una quiebra griega e italiana, no por altruismo, sino para salvar a los bancos alemanes.
Esperan evitar que el tumor se extienda a otros países. Los bancos alemanes poseen 17.000 millones de euros de deuda griega, pero tienen 116.000 millones expuestos en deuda italiana.
Alemania ha tenido que sostener a Grecia. Simplemente no tenía elección. Y tampoco puede permitir una quiebra española o italiana.
Pero, al mismo tiempo, tampoco puede rescatar a estos países. Han fracasado a la hora de solucionar la crisis griega mediante una inmensa inyección de dinero.
Y no hay dinero suficiente en el Bundesbank para rescatar las deudas de España e Italia.
Europa y Norteamérica
No es asunto de debate si Grecia quebrará, sino cuándo lo hará.
Se presuponía que el rescate de la deuda griega, la introducción de una quita del 28% y los durísimos planes de ajuste aplicados tenían como objetivo reducir la deuda griega para que llegara al 120% del PIB en 2020.
Pero la deuda pública griega subió al 165% de su PIB actualmente. 5 años consecutivos de recesión y no hay final a la vista.
Tarde o temprano, ningún nuevo rescate y ningún plan de ajuste añadido podrán evitar la suspensión de pagos de Grecia.
Ahora vuelve a hablarse de nuevas quitas que, de darse, no serían más que una suspensión de pagos encubierta. Abierta o veladamente, en cuanto Grecia quiebre, inmediatamente la cuestión de la extensión del contagio a otros países estará planteada. Irlanda, Portugal, España e Italia no encontrarán compradores para sus bonos de deuda pública y podrían caer como fichas de dominó, con sus economías en bancarrota.
Los bancos podrían colapsar, comenzando con los bancos griegos, para luego pasar al sistema financiero británico y estadounidense, ambos enfermos y con muchos créditos comprometidos en la deuda europea.
Un colapso económico de Europa mandaría un maremoto a lo largo del Atlántico, arrojando dudas sobre la salud de la super inflada deuda pública estadounidense, poniendo presión sobre el dólar que dejaría de ser una moneda confiable, lo que desplomaría su valor y amenazaría con derribar la inestable estructura financiera de los EEUU.
Este es el motivo por el que los EEUU están siguiendo el desarrollo de la crisis al otro lado del Atlántico con creciente preocupación.
¿Cuál es la situación ahora? La economía mundial está en la crisis más profunda de la historia. Estados Unidos tiene un déficit enorme – tanto externa como internamente.
La mayor nación acreedora del mundo se ha convertido en una de las mayores deudoras.
Y en cuanto a Alemania, no hay suficiente dinero en el Bundesbank para rescatar a España e Italia. Sólo las deudas de Italia ascienden a casi 2 billones de euros.
La única posibilidad de encontrar un respiro temporal a la situación sería con un nuevo auge económico mundial sólido que permitiera pagar poco a poco las deudas mientras revive el crecimiento económico y se reducen las cifras del desempleo.
Pero la enorme sobreproducción y sobrecapacidad existentes, agravadas con la irrupción de la potente economía china en el mercado mundial, hacen imposible un verdadero auge económico a corto y mediano plazo.
¿Un nuevo Plan Marshall?
En algunos círculos de la izquierda europea y en los sindicatos (como Cándido Méndez, el dirigente de la UGT) está planteándose la necesidad de un nuevo Plan Marshall para sacar a los países del sur de Europa de la crisis.
Pero la analogía con el Plan Marshall de 1948 es desacertada.
Tras la Segunda Guerra Mundial, los EEUU salvaron el capitalismo europeo con una gran inyección de capital a través del Plan Marshall.
Sin embargo, ahora las circunstancias son muy diferentes. En 1945, EEUU tenía dos tercios del oro mundial y, por tanto, el dólar era “tan bueno como el oro”.
Entonces EEUU era el mayor acreedor del mundo; ahora es el mayor deudor del mundo.
Además, también había razones políticas para esto. Y era el miedo al avance del estalinismo en Europa y al fermento revolucionario que se desató en la Europa occidental después de la guerra. Necesitaban estabilizar políticamente la región.
Por encima de todo, cuando el Plan Marshall se aplicó, la economía capitalista mundial estaba entrando en una fase ascendente que duró casi tres décadas.
Ninguno de estos factores existe ahora.
Lejos de correr en ayuda de Europa, Obama está suplicando a los europeos que solucionen sus problemas o, de lo contrario, la frágil recuperación económica de los EEUU estará gravemente amenazada.
Alemania es la potencia dominante en Europa pero no posee las reservas económicas virtualmente ilimitadas de que disfrutaban los EEUU en 1945.
Pese a que es una economía potente, no es lo suficiente para soportar el peso de los déficits acumulados de Grecia, Irlanda, Portugal, España, Italia y del resto.
Lo más importante, Europa y el mundo no están en el inicio de un largo periodo de crecimiento, sino que, por el contrario, están en medio de una recesión y de un prolongado periodo de dificultades económicas y de austeridad.
¿Puede desaparecer el euro?
La introducción del euro ha provocado un punto de inflexión en la configuración del capitalismo europeo.
La desaparición del euro no es un proceso reversible simple, donde la vuelta a las monedas nacionales nos situaría automáticamente en la situación de antes de 1999, cuando se adoptó la Unión Monetaria, previa a la introducción del euro, que establecía una paridad fija entre las monedas europeas.
Los mercados, las estructuras de precios, las inversiones, la deslocalización de fábricas, la instalación de sucursales de empresas en los diferentes países, las legislaciones económicas y laborales, el negocio multinacional de las grandes corporaciones europeas dentro y fuera de Europa, la contabilidad y los programas informáticos, el movimiento migratorio intraeuropeo, etc., todo ello se ha reconfigurado y realineado durante catorce años sobre la base de una paridad fija entre las monedas y de una moneda común.
Cuando se hace una tortilla, no puede deshacerse la misma y restaurar los huevos rotos.
Es un proceso irreversible.
Ciertamente, la ruptura del euro y la vuelta a las monedas nacionales de todos o de una parte de sus países constituyentes no es algo irreversible. Hipotéticamente podría suceder.
Pero la turbulencia y el marasmo económico que acompañaría ese proceso conduciría a un desastre económico de tal magnitud que sólo imaginarlo pone los pelos de punta a la burguesía de todos los países europeos.
Habría una huida del capital financiero de las deudas públicas nacionales de Europa; incluso la salida de solamente uno o dos países del euro (Grecia y/o Portugal) provocaría tal turbulencia e inestabilidad en las finanzas europeas y mundiales que el contagio alcanzaría niveles descontrolados.
Por eso, la burguesía tratará de resistir hasta el límite esa perspectiva. En cualquier caso, las consecuencias para la clase trabajadora y demás sectores populares serían catastróficas. Iniciaría una guerra de clases similar a la de los momentos revolucionarios álgidos de los años 20 y 30 en Europa.
¿Salirse del euro?
Se ha puesto de moda en sectores de la izquierda europea y española, incluso entre algunos compañeros de IU, la consigna de la salida del Euro sin plantear la cuestión de los Estados Unidos Socialistas de Europa.
El documento del CPF de IU da argumentos a favor y en contra de permanecer en el euro pero sin tomar una postura al respecto. En cambio, los compañeros referentes del Frente Cívico sí han ido más allá para posicionarse abiertamente a favor de la salida de España del euro y han lanzado una campaña pública para defender esta idea
¡"Volvamos al dracma, a la lira, a la peseta"! es su grito que, independientemente de sus intenciones subjetivas, en los hechos los ubica en una posición nacionalista.
Ciertamente, acompañan esta consigna con las demandas de nacionalizar la banca y los sectores estratégicos de la economía, pero incluso esto lo plantean como salida aislada para el Estado español sin vincularlo a una salida socialista de conjunto para toda Europa.
La realidad es que, en la práctica, si cualquiera de los países del sur de Europa saliera de la Unión Monetaria Europea, inevitablemente significaría también salir de la Unión Europea. Esto los dejaría sin acuerdo comercial con Europa.
Imaginarse que la UE se quedaría con los brazos cruzados, mientras que los productos baratos griegos, italianos o españoles invaden sus mercados es completamente utópico.
Una economía griega o española aislada, inmediatamente se volvería víctima de medidas proteccionistas por parte de la misma Unión Europea y de otras economías más fuertes, como señaló el banco suizo UBS, refiriéndose explícitamente a Grecia:
"La idea de que un Estado secesionista inmediatamente tendría una ventaja competitiva a través de la devaluación de la NMN [nueva moneda nacional] contra el euro no es probable que se mantenga en la realidad ...
En el caso de que una NMN fuera depreciada un 60% frente al euro, parece muy plausible que la zona del euro impondría un arancel del 60% (o incluso más) contra las exportaciones del país secesionista.
La Comisión Europea alude explícitamente a esta cuestión, diciendo que si un país fuera a salir del euro "compensaría" cualquier movimiento indebido de la NMN". (Perspectivas Económicas Globales, 6 de septiembre de 2011, UBS.)
Además de lo señalado, habría otras consecuencias. Como todo el mundo sabe, la única razón de una vuelta al dracma o a la peseta sería la de devaluar la moneda para exportar más barato. Pero quién iba a querer invertir en un país con viejos dracmas o pesetas devaluadas.
Y puesto que Grecia y España tienen que importar petróleo y muchas otras cosas (el 80% de la energía que usa España se importa), el colapso de sus monedas nacionales significaría una inflación masiva, o incluso hiperinflación, como en Alemania después de 1923.
Habría una crisis económica terrible, aún más grave que la actual.
Lo mismo se aplicaría a sus deudas públicas ¿quién querría comprar bonos de deuda en una moneda subvaluada? Dicho país estaría obligado a suscribir deuda pública en moneda fuerte (dólar o euro) y a tasas altísimas para atraer compradores.
Lo más probable es que en determinado momento se declarara en cesación de pagos, y en caso de no hacerlo las políticas de ajuste y austeridad para hacer frente a esos pagos serían 1.000 veces más duras y reaccionarias que las actuales, e inevitablemente conducirían a un estallido social.
La solución de la crisis griega en líneas socialistas, como la española, debe estar vinculada a la perspectiva de una salida socialista para Europa. Sin embargo, hay sectores de la izquierda que están infectados con la enfermedad del nacionalismo.
Se imaginan que los problemas de Grecia o España se pueden resolver dentro de los estrechos confines del capitalismo y dentro de las fronteras de nuestros países si se sale de la UE. Este es un camino hacia el desastre.
Igualmente, la permanencia en la eurozona tampoco es una solución. Sólo significará una continuación de las actuales políticas de recortes y austeridad para los próximos diez o veinte años, lo cual es una receta acabada para una explosión de la lucha de clases que pondría la revolución en el orden del día.
En realidad, no hay futuro para el capitalismo griego o español, ya sea dentro o fuera de la UE.
La crisis en el Estado español
España se encuentra en el ojo de la tormenta de la crisis económica europea.
La economía española es más grande que las de Grecia, Irlanda y Portugal juntas.
Como Italia, es uno de los países centrales de la propia UE. Por lo tanto, un colapso económico en estos dos países tendría las más graves consecuencias para toda Europa.
Durante 14 años (1994-2008), España evitó una recesión.
Tuvo una de las mayores tasas de crecimiento de Europa y creó más empleo que cualquier otro país de la UE. Parecía que el boom duraría para siempre.
Pero el auge fue impulsado en gran medida por una burbuja especulativa, alimentada por crédito fácil y barato de los bancos y sobre todo de las cajas de ahorros.
El fin del boom ha puesto todas las contradicciones encima de la mesa.
El mercado inmobiliario español se ha derrumbado.
El precio de la vivienda se desplomó y muchas familias han perdido sus hogares, mientras que miles de propiedades permanecen vacías.
Como resultado, la industria de la construcción está en crisis y muchos trabajadores de la construcción han perdido sus empleos, engrosando las filas del desempleo.
Las cifras oficiales señalan actualmente un 27% de desempleo, las más altas de la UE Más de la mitad de la juventud española está desempleada.
El crecimiento del desempleo significa una caída pronunciada de la demanda y también de los ingresos estatales. Los recortes sólo agravarán el problema, como ya hemos visto en Grecia.
Antes de 2008, España tenía superávit presupuestario y estaba pagando sus deudas. La Deuda Pública equivalía al 36% del PIB. Ahora, se eleva a cerca del 90% y probablemente alcanzará el 100% el próximo año.
Ahora, el déficit presupuestario anual es el equivalente al 7% del PIB (10,9% si contamos los rescates a la banca, incorporados a la Deuda Pública el año pasado), y se supone que debe reducirse al 3% para el 2016, luego de posponerse 2 años.
España está en recesión desde hace cinco años. Como resultado, el sistema bancario español se encuentra en una profunda crisis, lastrado por multitud de créditos impagados.
Con el fin de evitar un colapso total, la UE se vio obligada a ofrecer hasta 100.000 millones de euros para rescatar a los bancos (son contar los rescates efectuados por el propio gobierno español), de los que el gobierno tomó 40.000 millones, pero todo hace suponer que nuevas capitalizaciones serán inevitables.
En realidad, nadie conoce el verdadero alcance de las deudas de los bancos: ¿150.000 millones? ¿250.000 millones? Es imposible decirlo.
Pero está claro que la cifra de 100.000 millones podría ser sólo el comienzo.
Los mercados de deuda pública del sur de Europa atraviesan una estabilidad temporal, tras el acoso sufrido el año pasado por los fondos buitre.
El papel principal en esta estabilización correspondió al Banco Central Europeo, que compró una parte significativa de la deuda de estos países a inversores que se retiraban y llegó hasta a ofrecerse como garantista de última instancia de las deudas de estos países.
A su vez, puso en manos de los bancos privados cantidades ilimitadas de euros a menos del 1% para que compraran deuda pública de sus países a cambio de rendimientos de la deuda del 4%, 5% y 6%, y así tener un negocio seguro.
Además, en el caso de España, el gobierno utilizó los fondos teóricamente intocables de la Seguridad Social destinados a garantizar las pensiones futuras, que suman 64.000 millones de euros, para comprar deuda pública.
De éstos, fueron utilizados más del 90%, más de 55.000 millones de euros, el 6% de toda la deuda.
Pero esta situación de relativa tranquilidad en relación a las deudas públicas de los países del sur de Europa no va a durar si la recesión europea se prolonga, como está siendo el caso.
Por eso es improbable que el gobierno de Rajoy alcance el compromiso de bajar el déficit al 6,5% este año.
De hecho, la OCDE ha señalado que sólo lo hará una décima, del 7% del PIB al 6,9%.
Ante una señal clara de que España y otros países tengan dificultades serias para bajar sus deudas eso introducirá dudas sobre la solvencia del país, preparando una nueva estampida de inversores extranjeros de la deuda española.
El gobierno español tendrá dificultades para colocar nueva deuda lo que volverá a disparar hacia arriba los tipos de interés y la prima de riesgo, haciendo inevitable en un momento dado la necesidad de un rescate, como en Grecia y Portugal, o deberá enfrentarse al peligro de quiebra.
No es casualidad que la participación del capital extranjero (sin contar al Banco Central Europeo) se haya reducido del 45% en 2010 al 35% actualmente, y esa bajada continúa.
Olfateando el peligro, la Troika ha reforzado su presión sobre el gobierno, exigiendo un nuevo ataque frontal a las pensiones, que consumen el 10% del PIB.
Se habla de congelar las pensiones actuales sine die y reducir las pensiones futuras, adelantar la entrada en vigor de la nueva edad de jubilación a los 67 años para el 2019, y no para el 2027 como estaba previsto; aumentar nuevamente los años de cotización, etc.
Ya que está bloqueado el camino de la devaluación, la única alternativa es lanzar un ataque contra los niveles de vida.
El presidente del Banco de España ha defendido incluso eliminar la referencia del Salario Mínimo Interprofesional, generalizar el descuelgue empresarial de los convenios, y mantener congelados los salarios incluso si se retoma el crecimiento económico.
Y medidas imilares se han aplicado o se proponen para Grecia, Portugal, Francia e Irlanda.
Durante décadas los trabajadores de Europa se han acostumbrado a un cierto nivel de vida. Conquistaron unas condiciones de existencia al menos semi-civilizadas.
Pero la clase dominante ya no puede permitirse estas reformas y concesiones del pasado. Llevamos años escuchando que cada nuevo ataque y retroceso en nuestras condiciones de vida y de trabajo será el último y que veremos la luz al final del túnel.
Pero la realidad es que, como demuestranm las medidas aireadas en la prensa sobre las pensiones y los salarios, por cada paso atrás que damos, nos piden 10 nuevos pasos más.
El camino está abierto, por lo tanto, para una explosión de la lucha de clases en toda Europa, y la izquierda transformadora tiene la obligación de ponerse al frente de las luchas y reclamos de la clase trabajadora para plantear una alternativa socialista como única salida.
Las restricciones democráticas y la soberanía nacional
La Unión Europea capitalista es una expresión del intento de las fuerzas productivas creadas en Europa por romper el estrecho corsé que le imponen los Estados nacionales.
Pero cada burguesía nacional tiene intereses diferentes, lo mismo que son diferentes sus negocios y alianzas fuera del mercado europeo, la productividad de sus empresas, los sistemas impositivos de cada país, y los salarios y derechos sociales.
Cada aparato estatal tiene también intereses y privilegios propios a los que no quieren renunciar para disolverse en un gran Estado supraeuropeo, y los sectores dominantes de cada burguesía nacional tienen vínculos directos con el aparato estatal de su país para asegurarse condiciones de privilegio en el mercado local, obstruir la competencia extranjera, y conquistar mercados exteriores.
Todas estas contradicciones, que siempre han estado presentes, quedaron amortiguadas en parte gracias al largo período de boom económico de los últimos 15 años. Pero este período se terminó para siempre.
En las condiciones actuales de profunda crisis económica, el recrudecimiento de las tensiones nacionales alcanzan contornos explosivos.
Para refrenarlas, emerge la necesidad de normas y estructuras supranacionales (“Bruselas”, la “Troika”) que disciplinen todas estas tensiones e intereses que empujan en direcciones diferentes.
Al imponer una moneda única, sin posibilidad de devaluar, y límites estrictos en los gastos estatales y en el pago de las deudas; y al tratar de resistir las oleadas de huelgas y movilizaciones obreras y populares contra los efectos de estas políticas en cada país, todo ello conduce inexorablemente a un disciplinamiento cada vez mayor de las finanzas nacionales y a un acotamiento extremo del margen de maniobra de los gobiernos.
El mantenimiento de la unión económica y monetaria europea, expresión de los intereses del capital financiero europeo y de su fracción más poderosa en el centro y norte de Europa, se enfrenta cada vez más al corsé estrecho de los Estados y gobiernos nacionales, tratando de imponerse sobre los mismos y sobre sus mecanismos “democráticos” normales de funcionamiento.
La dictadura del gran capital, aparece apenas velada por el formalismo de elecciones “democráticas” de parlamentos y gobiernos nacionales, que ven día a día sus brazos cada vez más atados a los dictados inexorables de “Bruselas” y de la “Troika”.
Este cercenamiento de los derechos democráticos formales ha tomado la forma de gobiernos “tecnocráticos” en Grecia a Italia, y en un alejamiento cada vez mayor de los gobiernos de cada país de su propia población, al actuar como autómatas a las órdenes de “Bruselas”.
Pero la consigna de “soberanía económica e independencia nacional” en boca de sectores de la burguesía y de las capas altas de la pequeña burguesía, sólo significa la defensa de “su” propiedad privada y de “su” monopolio de la riqueza nacional, frente a las regulaciones e imposiciones de sus hermanos de clase más poderosos en el resto de Europa.
Los obreros y campesinos de cada país no estamos interesados en este tipo de “soberanía nacional”, y decimos que la auténtica soberanía nacional pasa por que el pueblo trabajador de cada país (la clase obrera, los campesinos pobres y demás sectores populares explotados) sea dueño de la riqueza que crea con sus manos e intelecto.
Nuestra verdadera soberanía nacional significa que las fábricas, bancos, comercios, oficinas, tierras y recursos naturales en cada país pasen a ser propiedad colectiva del pueblo trabajador, como un primer paso para forjar la unión socialista de los pueblos de Europa, donde la clase trabajadora junte sus esfuerzos, recursos y conocimientos para construir solidaria y fraternalmente una sociedad socialista sin explotación ni opresión, y sin fronteras que nos separen y enfrenten.
Ni Europa del Norte ni Europa del Sur: por una Europa unida de los trabajadores
En el documento de los compañeros del CPF de IU, así como en declaraciones públicas de compañeros dirigentes de IU y de la izquierda europea como el caso de Alexis Tsipras de Syriza en Grecia, o Jean Luc Mélenchon del Frente de Izquierda en Francia, se insiste una y otra vez en crear un polo o un frente de la Europa del Sur, frente a las pretensiones y politicas de la Europa del centro y del norte liderada por el capitalismo alemán.
Nosotros no compartimos esta posición que, indefectiblemente, denota cierta concepción nacionalista a la hora de enfrentarse a la crisis capitalista europea.
En la Europa del Sur no existen solamente obreros, campesinos, jóvenes y mujeres explotados que sufren los rigores de las políticas capitalistas que impulsa sobretodo el capitalismo alemán.
En la Europa del Sur también existen los Botín, los Rosell, los Díaz Ferrán, los Rajoy y Aznar, los Samaras, los Passos Coelho, los Samaras y Berlusconis, y los Borbones.
Todas estas personas ilustres se han distinguido especialmente por aplicar con enorme diligencia y entusiasmo todos los dictados de la Troika y de Bruselas, justificándolas y defendiéndolas, y por llenarse los bolsillos a costa del erario público y de la explotación de los obreros, jóvenes y pensionistas del sur de Europa.
Toda este gente tiene más intereses comunes con los capitalistas del centro y norte de Europa que con los obreros y cmpesinos de sus países.
Si a veces tuercen el entrecejo ante algunas de las pretensiones de Bruselas no es por discrepancias con las medidas de fondo sino por el miedo a una explosión social que barra todo a su paso.
Lo que hay que comprender es que en la Europa del norte también existen aliados de la clase obrera del sur, que son los trabajadores y jóvenes de esos países que en incontables ocasiones nos han mostrado su apoyo y solidaridad a los ataques que venimos sufriendo.
Ellos no tienen un interés especial en las medidas de ajuste que se llevan a cabo contra nosotros. Viven de un salario y son también explotados por los capitalistas de sus países.
Son los enemigos de clase naturales de los mismos capitalistas norteeuropeos que impulsan estos ataques. Aunque con menor intensidad, también ellos han sufrido ataques similares, porque la crisis es global, y aquéllos se irán profundizando.
La mejor manera de enfrentarse y de debilitar a nuestros enemigos de clase, en el Norte y en el Sur de Europa, es forjando la máxima unión y solidaridad de la clase obrera de toda Europa.
Se debe perseguir no sólo la articulación en la lucha entre las organizaciones de izquierda y sindicales del sur europeo sino también con los sindicatos y organizaciones de izquierda alemanas (Die Linke especialmente), belgas, holandesas, danesas, británicas, etc.
La clase obrera y sus direcciones
Los cambios repentinos y bruscos en la situación son los que crean la conciencia revolucionaria de los trabajadores y de la juventud.
La crisis, en todas partes, está sacudiendo a las masas de su apatía.
Hay un creciente fermento en la sociedad. Se está desarrollando un estado de ánimo crítico y un cuestionamiento del sistema, que no era el caso antes.
La crisis actual está exponiendo rápidamente ante los ojos de las masas toda la podredumbre de la sociedad existente y sus instituciones.
Una capa tras otra del Status Quo está siendo sentenciada ante la opinión pública y declarada culpable: banqueros, políticos, ministros y presidentes, magnates de la prensa, obispos y monarcas. Quienes fueron respetados y reverenciados son despreciados o aborrecidos.
La clase obrera y sectores amplios de la juventud están buscando una manera de salir de la crisis. La inestabilidad política se puede expresar con giros bruscos de la "opinión pública" a la izquierda y a la derecha, principalmente por parte de la pequeña burguesía.
El fracaso del reformismo provoca decepción en la clase obrera, que se expresa en el abstencionismo electoral. Pero en las condiciones actuales, tal estado de ánimo no puede durar mucho. Uno tras otro, los gobiernos suben y bajan.
Cada posible combinación política que se intenta fracasa, ya que sobre una base capitalista no hay forma de salir del impasse.
Así, durante un período, los políticos, partidos, programas e ideas se ponen a prueba. Las masas trabajadoras aprenden poco a poco qué hay detrás de las promesas huecas.
En el futuro inmediato, la burguesía está obligada a gobernar apoyándose en la capa superior de los sindicatos y de las direcciones socialdemócratas, como muestran en España los acuerdos parlamentarios que están alcanzando el PP y la dirección del PSOE para ofrecer una “voz única” ante Bruselas.
Es cierto que la crisis se desenvuelve de manera desigual. Avanza más rápida y con mayor intensidad en los países capitalistas más débiles, como Grecia, Irlanda, Portugal, España e Italia, mientras que Francia, Gran Bretaña, Alemania, o Austria van detrás. Pero todos los países serán arrastrados por la crisis general en un momento u otro.
En todas partes vemos la pesada carga del pasado, que es particularmente notable en la dirección de las organizaciones de masas.
Los dirigentes reformistas de los sindicatos y de los partidos socialistas están viviendo en el pasado.
Durante décadas, los dirigentes reformistas se reían del marxismo por anticuado y porque, aparentemente, el capitalismo había resuelto los problemas básicos de la clase trabajadora en los países de Europa.
Ahora, cuando el capitalismo nos precipita hacia la barbarie, cuando no están asegurados los puestos de trabajo, ni los salarios, ni las pensiones, ni los estudios de nuestros hijos, ni nuestras casas, esta gente no tiene nada que decir.
Alzan los hombros esperando algún milagro u ofrecen una oposición meramente testimonial a las políticas de ajuste salvaje.
Los líderes reformistas intentan asustar a los trabajadores con advertencias calamitosas. Tienen miedo de plantear la cuestión de que la única solución es arrebatarle el poder económico a la burguesía.
A estas oscuras advertencias podemos replicar lo siguiente:
¿alguien en su sano juicio imagina que puede haber futuro para los trabajadores y jóvenes españoles, griegos o portugueses mientras que sus países estén dominados por la misma banda de parásitos ricos que los han llevado a la ruina?
Para salir de la crisis es necesario sacar del poder a banqueros, capitalistas, magnates y demás parásitos.
El poder debe estar en manos del pueblo; es decir, en primera instancia, en la clase obrera y los campesinos que crean toda la riqueza del país, y que es robada sistemáticamente para pagar por los desmanes de los capitalistas.
Cualquier otra solución es una mentira y un engaño al pueblo.
¿Qué posibilidades de éxito hay?
La clase obrera constituye la inmensa mayoría en nuestros países.
Durante los últimos tres o cuatro años ha demostrado su voluntad de luchar una y otra vez. Los trabajadores están cansados de medidas a medias y propuestas tímidas. Necesitan una acción decisiva. Y los trabajadores no están solos.
La juventud, en un país europeo tras otro, ha demostrado ser abiertamente revolucionaria. Los jóvenes han ocupado las plazas. Están participando activamente en cada huelga, huelga general y manifestación.
Los desempleados, cuyo número crece día a día, ponen todas sus esperanzas en el poder de la clase obrera. Los sindicatos deben hacer todo lo posible para movilizar a este sector y acercarlos a sus hermanos y hermanas en las fábricas.
Las mujeres tienen que soportar el peso completo de la crisis del capitalismo. Ven a sus familias sin empleo, sin dinero, sin futuro y sin esperanza. Lucharán en las primeras líneas del movimiento, siempre y cuando exista una dirección decidida.
¿Y la clase media? la crisis está arruinando a la pequeña burguesía en un país tras otro. Tiendas y pequeños negocios caen en bancarrota cada día por falta de crédito, mientras que banqueros y capitalistas se enriquecen y envían sus ganancias a los bancos suizos.
Profesionales, médicos, maestros, enfermeras... ven amenazados sus puestos de trabajo, empeoradas sus condiciones y derechos. Están tomando su lugar en las filas de la clase obrera, la única clase con el poder de cambiar la sociedad.
Cuando uno contempla todas estas fuerzas, es difícil ver qué razones pueden dar los dirigentes para oponerse a defender un programa de transformación social decisivo.
Limitaciones del programa reformista
Los sectores de la izquierda que han aceptado el sistema capitalista, particularmente en la socialdemocracia, no tienen ninguna solución para la crisis. En su ceguera creen que los recortes son producto de la ignorancia o de una "motivación ideológica".
Pero en el Estado español fue el gobierno de Zapatero quien inició los ajustes, continuados y profundizados por el PP.
De la misma manera que “el modelo eficiente” del capitalismo alemán – ajustes en los salarios, contratos para jóvenes de 400 euros y pensiones recortadas – fue impulsado por el socialdemócrata Schroeder antes de la llegada de Merkel al poder.
Y en Francia, el “socialista” Hollande, tras desalojar a Sarkozy de la presidencia, está aplicando una política que no se diferencia decisivamente de su antecesor.
Hay consignas y reivindicaciones completamente justas que defienden la militancia de izquierda y los activistas sociales y populares, y sus organizaciones, que apoyamos y defendemos: como aumentar los impuestos a los ricos, no pagar la deuda, aumentar los salarios y las pensiones, revertir todos los ataques y políticas de ajuste, etc.
El debate que debemos darnos dentro de IU y en la izquierda en general es: ¿cómo llevar este programa a cabo?
Por ejemplo, Hollande en Francia propuso aumentar un 75% el impuesto a los altos ingresos. Esto sin duda le dio votos, pero al tratar de ponerlo en práctica, provocó inmediatamente una salida masiva de capitales de Francia a Suiza y a otros países.
El problema con el reformismo (especialmente el de los sectores más honestos en la izquierda) es que, al interferir en el mercado, sin eliminarlo, hace imposible que el capitalismo funcione normalmente.
Al intentar poner su programa en práctica, se encontrará con una huelga masiva del Capital para obligarlo a cambiar de rumbo.
¿Cuál es el problema? La clase obrera ha demostrado que está dispuesta a responder a un llamamiento audaz a la acción cuando se le propone.
Pero los dirigentes sindicales han demostrado que no tienen ninguna confianza en la clase trabajadora ni en sí mismos.
Incluso dirigentes honestos de la izquierda se muestran reacios a ir hasta el final. Siempre están buscando alguna solución "inteligente" que permita evitar un conflicto directo con la clase dirigente.
Pero sin tal confrontación ninguna salida es posible, y estas demandas "inteligentes" sólo provocarán una crisis aún peor.
El compañero Tsipras en Grecia se ha vuelto muy popular a través de la imagen que ha proyectado de la izquierda y de su oposición a los planes de austeridad.
Pero su programa no puede ser viable. Quiere que Grecia permanezca en la Eurozona, mientras rechaza los términos dictados por Bruselas y Berlín.
Hay dirigentes “a su izquierda” dentro de Syriza que proponen que Grecia vuelva a su antigua moneda nacional, el dracma.
La primera opción es rechazada por los líderes burgueses de la UE, mientras que la segunda es una receta acabada para el colapso económico. En realidad, no hay ninguna solución para la mayoría de la población griega ni europea dentro o fuera del Euro.
Cómo resolver el problema de la deuda
En países como Grecia y España, Portugal, Irlanda e Italia, el déficit presupuestario y la deuda nacional se han convertido en elementos clave en la situación, al punto que la clase dirigente se ve obligada a aplicar recortes masivos para justificar su pago.
La idea de que la solución es negarse a pagar la deuda, mientras que se mantiene el capitalismo es utópica. A menos que esa demanda esté vinculada a la expropiación de los banqueros y capitalistas, conduciría al colapso económico, ya que el Estado se encontraría sin recursos para pagar sus gastos.
Es imposible, como ha llegado a plantear la dirección de Syriza, que Grecia puede evitar pagar sus deudas a los banqueros alemanes y franceses y seguir en la Eurozona. Grecia pronto se encontraría no sólo fuera de la Eurozona, sino también fuera de la UE.
Lo misma situación se daría en el caso del Estado español.
Los compañeros del CPF de IU defiende en su documento, ”una reestructuración de la deuda que libere del lastre de los intereses al Estado“. En otras palabras, lo que se plantea es una quita.
Pero una reestructuración de la de la deuda implica un acuerdo entre las dos partes, acreedores y deudores ¿qué cantidad de la deuda pública total actual deberíamos considerar socialmente aceptable: un 30%, un 50%, un 70%?
Más aún ¿podemos imaginar que los banqueros y capitalistas aceptarían una quita sustancial de la misma? ¿Y qué pasaría entonces con la deuda griega, la portuguesa, la italiana o la irlandesa?
Un acuerdo hipotético sobre la deuda española favorable a los intereses populares sentaría un precedente que desencadenaría una tendencia irresistible a reducir sustancialmente la deuda de todos los países europeos con problemas.
Jamás lo aceptarían los grandes bancos e invesores, ni la mayoría de los gobiernos capitalistas.
Por esa razón también nos parece limitada la propuesta que plantea el documento del CPF de IU de proponer una auditoría sobre la deuda para ver cuál es su parte “legítima” y su parte “ilegítima”.
Desde 2008 la deuda pública española se incrementó en 500.000 millones de euros. pasando del 36% del PIB al 90% actual. La mayor parte está en manos de los bancos, del Banco Central Europeo y de grandes inversores nacionales y extranjeros.
Gran parte de la deuda se generó para rescatar a los bancos y grandes empresas que transfirieron al Estado sus propias deudas.
Es una deuda ilegítima y fraudulenta. Succiona la savia vital de la economía española transfiriendo anualmente más de 50.000 millones de euros al pago de intereses, el verdadero negocio de la deuda pública, que va a los mismos bancos e inversores que fueron salvados con el dinero público.
Es imposible acometer un plan de inversiones en obras públicas sociales, en viviendas y hospitales, y restituir los gastos sociales eliminados, sin repudiar y anular el pago de esta deuda. Sólo habría que respetar, devolviéndoles su dinero, a los pequeños ahorradores que no disponen de otros recursos o que depositaron allí sus ahorros de toda una vida de trabajo.
La auditoría sobre la deuda que propone el documento del CPF de IU sólo tendría sentido si quienes deben llevar adelante la investigación son representantes reconocidos de la clase trabajadora y de los movimientos sociales y con autoridad moral ante los mismos, con el único fin de exponer documentalmente las mentiras, corruptelas, desmanes y saqueos que implicó el negocio de la deuda pública en los últimos años, y así justificar ante el conjunto de la población la necesidad de su repudio.
Ciertamente, el repudio de la deuda pública plantearía inmediatamente la cuestión de cómo financiaría sus gastos un gobierno de la izquierda.
A lo que respondemos: a través de la expropiación sin compensación de todo el sector bancario y de seguros, y su centralización en un banco público nacional para que sirva de instrumento para la planificación de la economía.
Qué programa debemos defender
La expropiación del capital financiero ofrecerá muchas oportunidades para resolver los problemas que enfrenta la sociedad.
Sin embargo, la nacionalización de los bancos es, en sí misma, insuficiente.
Incluso si todo el sistema bancario fuera nacionalizado no se pondría fin a la anarquía del capitalismo. Es necesario nacionalizar los sectores estratégicos que dominan la economía, bajo la administración y el control democrático de los trabajadores.
Estos sectores estratégicos no son sólo el sector educativo, la sanidad, los servicios sociales (que están aún en gran medida dentro del sector público), como plantean los compañeros del CPF de IU en su documento; en realidad, estos son sectores estratégicos periféricos.
Los sectores estratégicos lo conforman los grandes monopolios que controlan el grueso de la actividad económica del país y que están en manos de un puñado de grandes capitalistas riquísimos que, en el caso del Estado español, se concentran en apenas 200 familias.
Estos monopolios y sectores estratégicos son, además de los bancos, la energía – como bien menciona el documento del CPF -, las grandes redes de transporte y de logística, la gran industria, el gran comercio, las grandes empresas de telecomunicaciones, las grandes empresas de construcción y los latifundios.
Concretamente, habría que comenzar nacionalizando las 35 empresas más grandes del país agrupadas en el IBEX35 (las 35 compañías con mayor volumen de cotización en la Bolsa de Madrid) y completarlo hasta llegar a las 100 grandes empresas que cotizan en la Bolsa y que en conjunto suponen el 70% de la actividad económica del Estado español.
Hay que decir, además, que muchas de estas empresas monopólicas eran hasta hace apenas 10, 15 ó 20 años, empresas públicas muy rentables.
Estas empresas eran propiedad del pueblo y fueron levantadas por generaciones de trabajadores de todo el Estado español, y terminaron apropiadas y saqueadas por los “amigos” del poder y por la oligarquía española a precios de saldo, en lo fundamental bajo los gobiernos de Felipe González y de José María Aznar.
Tales empresas son, entre otras: Endesa (eléctrica), Telefónica, Repsol (antigua CAMPSA), Argentaria (banca pública apropiada por el BBV), Iberia, la antigua siderúrgica Ensidesa (ahora en el grupo Mitta-Arcelor), SEAT (en manos de Volkswagen), Tabacalera (hoy Altadis), etc., o expropiaciones del Estado de grupos capitalistas insolventes como Rumasa o bancos como Banesto, que luego fueron privatizados por unas cuantas monedas.
Las "grandes palancas" de la economía deben estar en manos del Estado, y éste en manos de la clase trabajadora.
Sólo entonces será posible planificar las fuerzas productivas de forma racional y armoniosa.
Debemos explicar que la nacionalización de los medios de producción, de distribución e intercambio permitiría el uso de estas fuerzas, que permanecen inactivas por la anarquía del capitalismo.
En España, los bancos y promotoras inmobiliarias poseen miles de propiedades vacías.
Al mismo tiempo, hay un número grande y creciente de personas sin hogar. Debemos exigir que las viviendas vacías se entreguen a las personas sin vivienda.
Hay millones de parados (un 12,1% en toda la UE) y muchas necesidades sociales por cumplirse. La introducción inmediata de una semana de 35 horas sin pérdida de salario nos permitiría movilizar a millones de trabajadores desempleados para construir casas, escuelas, carreteras y hospitales para satisfacer las necesidades de la sociedad.
Repartir el trabajo entre todos los brazos existentes, por rama de producción.
Trabajar menos para trabajar todos, y sin reducciones de salario.
Al mismo tiempo que presentamos nuestro programa socialista para reorganizar la sociedad acorde con los intereses de la mayoría de la población, debemos agitar por todas las demandas inmediatas que tienen que ser llevadas a cabo para defender a los trabajadores: como el rechazo a todas las medidas de austeridad de la UE, la reversión de todos los despidos, la cancelación de los recortes a los salarios y pensiones, con la intención de organizar y movilizar a la población.
En este proceso, al mismo tiempo en que explicamos nuestro programa socialista, IU ganaría a los mejores militantes de entre los jóvenes y los trabajadores.
El mecanismo para impulsar esto sería a a través de un frente único amplio de lucha y movilización social abierto a sindicatos, Mareas, afectados por las hipotecas y desahucios, y demás plataformas de lucha y organizaciones sociales.
Este es el cometido que debe darse el Bloque Social y Político que IU aprobó lanzar en su Asamblea Federal de diciembre de 2012 .
En los últimos años ha habido incontables movilizaciones, manifestciones, huelgas y huelgas generales que no han conducido a ningún cambio decisivo.
Por eso, no basta con luchar. Hay que hacerlo por un objetivo concreto, por un programa determinado y por una alternativa de sociedad que impida que nos deslicemos a la barbarie de pobreza y miseria a que nos lleva el capitalismo, para poner el poder de la sociedad en manos de la mayoría que sufre y trabaja, del pueblo trabajador, de la clase obrera.
Una alternativa socialista para toda Europa
La burguesía ha demostrado su incompetencia para seguir rigiendo los destinos de la sociedad, debe ser la clase trabajadora la que se ponga a la cabeza de la misma y señale una salida al caos y barbarie actuales.
Actualmente en Europa la gente se muestra escéptica respecto a todos los políticos, partidos y gobiernos. Si Izquierda Unida o SYRIZA mostraran que realmente dicen seriamente lo que defienden, y estuvieran dispuestas a tomar medidas drásticas para defender al pueblo, las masas trabajadoras reaccionarían con entusiasmo. De hecho, si se diera a conocer dicho programa despertarían un apoyo irresistible.
Este apoyo sería mucho más abrumador si al día siguiente de una hipotética victoria electoral de IU o de SYRIZA, la gente viera que pasamos de las palabras a los hechos.
En tal situación, sus máximos dirigentes deberían ir a la televisión a decirle al pueblo lo siguiente: nos habéis elegido para representar vuestros intereses, y tenemos la intención de hacer precisamente eso.
Renunciamos a las políticas de ajuste criminales y a seguir bajo el mandato de la Troika.
¡No vamos a pagarles un solo euro a los ladrones que arruinaron al país!
Vamos a cancelar y revertir inmediatamente todos los recortes, privatizaciones, despidos y otras contrarreformas que les han sido infligidos a los trabajadores, jóvenes y pensionistas de nuestro país.
Con el fin de tomar el control de nuestra propia economía, vamos a expropiar los latifundios, los bancos y las grandes empresas sin ningún tipo de compensación, salvo en casos de necesidad comprobada en relación a pequeños accionistas o ahorradores.
Vamos a introducir un plan de producción que movilice a los desempleados para construir casas, escuelas y hospitales, que la gente necesita.
Vamos a introducir el monopolio estatal del comercio exterior y prohibir la exportación de capital, para que así toda la riqueza producida esté bajo el control del pueblo e impedir la evasión de capitales y mercancías que necesitamos para levantar el país.
Todo esto quiere decir, naturalmente, que si un gobierno de la izquierda en España o Grecia aplicara esta política, tratarían de expulsarlo de la eurozona y de la UE.
Intentarían estrangular la economía de nuestros países.
Esto significará dificultades al principio.
Pero los trabajadores, jóvenes y pensionistas de España y Grecia ya estamos sufriendo dificultades terribles para pagar las cuentas de los banqueros y capitalistas, y nos auguran penalidades aún mayores en los próximos años. Estaríamos dispuesto a hacer sacrificios aún mayores con el fin de defender nuestros propios intereses.
Pero esta reacción previsible de los gobiernos burgueses de Europa contra cualquiera de nuestros países sería solamente una de las caras de la moneda.
Dada la interrelación económica, política y social que existe en la UE, cualquier medida reaccionaria de la Troika o de Bruselas para tratar de ahogarnos obligaría igualmente a posicionarse a la clase obrera del resto de Europa.
Una España o una Grecia socialistas despertarían inmediatamente la solidaridad de los trabajadores del resto de Europa con movilizaciones multitudinarias.
Estas movilizaciones no sólo apuntarían contra los intentos de aislarnos sino también contra la clase dominante de sus países para exigir contra ellas las mismas medidas socialistas que se aplicaran en España o Grecia.
De manera que una España o una Grecia socialistas no estarían aisladas.
Los trabajadores de Portugal e Italia responderían de inmediato, y pronto serían seguidos por los trabajadores de Irlanda, Francia, Gran Bretaña - y sí, de Alemania también.
El impacto sería aún mayor que el de la Revolución Rusa de 1917. Se crearían las bases para el derrocamiento del capitalismo y el establecimiento de los Estados Unidos Socialistas de Europa.
Debemos decir la verdad a la clase obrera de Grecia y España, sólo tiene una opción: que los trabajadores tomen el poder por medio de un gobierno de la izquierda que aplique un programa socialista, acompañado con la movilización activa de la clase obrera y de la juventud en las empresas y en las calles, para desbaratar cualquier maniobra de la reacción, y luego apelar a los trabajadores del resto de Europa a que sigan su ejemplo.
¡Abajo la Europa de los banqueros y capitalistas!
¡Por los Estados Unidos Socialistas de Europa! Ese debe ser nuestro lema.